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Una historia de éxito

Gaby Vargas

Soy José Luis Martínez, tengo 34 años, parálisis cerebral y un doctorado en psicología por la Universidad de Salamanca, en España. Cuando nací, en el Hospital de la Raza, mi mamá tiene problemas durante el parto, por eso, mi cerebro no recibe todo el oxígeno que necesita. Paulina, su mamá, comenta, con la voz quebrada: Cuando recojo a José Luis, mi cuarto hijo, después de pasar 25 días en la incubadora, no puede succionar la leche, se ahoga, no puedo acostarlo porque devuelve todo lo que ingiere y está flaquito como un hilo y pálido como la sábana. A los tres meses, le da sarampión y me paso todo el año yendo y viniendo al Seguro Social. Cuando no son fiebres, es vómito y así. Al año, mi hijo parece un bebé de seis meses. Nunca, nadie, me dice que tiene parálisis cerebral. A los dos años, noto que José Luis no puede caminar, ni sentarse por sí solo, apenas empieza a gatear. Voy al médico y es cuando me dan la noticia. Siento que me muero. ¿Será un castigo de Dios? Es lo primero que pasa por mi mente. Mi esposo no acepta la condición de nuestro hijo y actúa como si no pasara nada. Vendo productos de Oaxaca en una cremería pero, poco a poco, van disminuyendo las ventas. Tengo que dejar de trabajar, nuestros ingresos, de por sí escasos, se reducen a la mitad. El trabajo doméstico, mis otros tres hijos y mi esposo, también exigen mi atención. Estoy agotada y no sé a dónde acudir. Lo único que me importa es la vida de José Luis. Cuando mi hijo tiene cinco años, me doy cuenta de que no puede hablar y en el IMAN me recomiendan toda clase de terapias... No se asusten, mi cerebro no está paralizado. Escribe José Luis en su testimonio. Soy inteligente y capaz de superarme día a día. A los seis años, gracias a la tenacidad y apoyo de mi familia, ingreso a la primaria pública a la que asisten mis otros cinco hermanos. La profesora, al observar la dificultad que tengo para moverme y hablar, reconoce que soy inteligente y que tengo la capacidad para aprender todo lo que me enseña pero sugiere que me inscriban en una institución especializada. ¿Por qué no puedes hablar? ¿Por qué no caminas? ¿Por qué te caes?.. Le preguntaban los vecinitos de la colonia Plenitud, en Atzcapotzalco. Y yo me preguntaba, a la vez, ¿por qué a mí? ¿Qué voy a hacer? ¿Qué va a ser de José Luis, cuando sea grande y yo ya no esté? En el momento más desesperado, alguien me recomienda que vayamos a la Asociación Pro Personas con Parálisis Cerebral, APAC, donde le dan todo lo que necesita: Cariño, atención, terapias y, ¡además!, escuela para él y trabajo para mí. Es una bendición para nosotros. Ahí me capacitan en el programa de terapia en casa, que debemos realizar todos los días, varias veces. Sus hermanos y yo nos turnamos para aplicársela. Después de cuatro años, la maestra me anima para que José Luis ingrese a una escuela regular. ¡Viera las que pasé! En todos lados ponen toda clase de obstáculos. Que si no oye bien, que si no está al nivel de todos, que si no ve bien, que si el maestro no va a poder, que si va a distraer a los otros niños... En fin, la maestra de APAC va a hablar con la directora de una escuela, insiste mucho y con dificultades, lo aceptan. A mi hijo le cuesta mucho trabajo pero hace las letras y las tareas. La secundaria queda lejos y tiene que irse solo, en camión. Al principio me quedo preocupada, ¿cómo le va a hacer?, pero él se las arregla. No hay muchos jóvenes, de familias numerosas y con pocos recursos, como la mía, que tengan la oportunidad de terminar la preparatoria. Menos aún de poder estudiar una carrera profesional. Los maestros dicen que tengo el perfil para estudiar ingeniería y me inscribo en la carrera pero, al año, me tengo que salir porque no puedo hacer los dibujos. Entonces, inicio la carrera de psicología en la UNAM. Desde el principio, leo sobre problemas de lenguaje porque quiero saber la teoría y la técnica para mejorar mi propia pronunciación. Después de cinco años, obtengo mi título de Licenciado en Psicología. Siempre que mi hijo José Luis regresa de la escuela, se pone a leer un tomo de la enciclopedia, que voy pagando a plazos. Es ahí donde conoce la historia de Salamanca y de su Universidad y comienza su inquietud y su ilusión de estudiar un doctorado. Fue muy difícil. Durante tres años, se dedica a buscar, intensamente, una beca y algún apoyo económico. Por fin, el gobierno de España y la SEP, le ofrecen la posibilidad de realizar su sueño. Regresé a México hace tres años y lo primero que se me ocurrió fue venir a trabajar en APAC. Estoy por terminar mi tesis doctoral sobre Autoconcepto y Calidad de Vida en Personas con Discapacidad Física, la cual defenderé a principios del próximo año en la Universidad de Salamanca, España. En abril de 2002, me casé con Rosa María González, a quien conozco en APAC. Actualmente somos una pareja que se apoya mucho, en todos los aspectos de la vida. APAC, en sus 34 años de existencia, ha sido testigo de historias de éxito como ésta. Historias de héroes y heroínas que, con todo en contra, logran salir adelante y nos dan un ejemplo de amor a la vida. En este mes, Movimiento Azteca ofrece su ayuda a APAC y los donativos que se obtengan estarán destinados a la terapia de estimulación temprana para bebés con parálisis cerebral. Te pido que nos apoyes, tú puedes hacer la diferencia, tu ayuda es imprescindible para que otro bebé pueda contar una historia de éxito como la de José Luis. No lo dudes, esperamos tu aportación. Cargo a tarjeta de crédito, 01 800 6969 042 o depósitos a la cuenta Banamex No. 204 sucursal 197. Tu donativo es deducible de impuestos. En verdad, mil gracias.

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