Desde los tiempos en que Juan Orol se hizo famoso, allá por los años cuarentas de la centuria pasada, produciendo y dirigiendo películas, poco serias, donde el mismo intervenía como un torvo hamponcete de pacotilla, en lo que no era otra cosa que una caricatura de la época de la prohibición de la venta y consumo del alcohol en Chicago, Illinois, que causaba risa por lo increíble de las escenas, lo pésimo de las actuaciones y con diálogos que eran el súmmum de la bobería, no había vuelto a ver lo que desde ese entonces fueron llamados “churros”, filmes de poca importancia, sin un argumento hilvanado, con actores sin la menor idea de lo que les exigía su papel, saturados de tomas que carecían de una secuencia lógica, como ahora le ocurrió al gobernador del Estado de Oaxaca, José Murat Casab. En efecto, lo que indican las crónicas es que el jueves de la semana anterior, 8:30 de la mañana, cuando el mandatario se dirigía a un hotel del norte de la capital de esa entidad, conduciendo su camioneta, a unos metros de llegar a la entrada del inmueble, tres francotiradores empezaron a disparar en su contra.
Los sicarios hacían fuego a discreción con sus metralletas, de las conocidas como Cuerno de Chivo, de grueso calibre, que si le atinan a la humanidad del gobernador lo hubieran dejado con más agujeros que un queso gruyere. Un auto irrumpió en el lugar atravesándose para impedir que el vehículo que conducía el Jefe de Gobierno avanzara, quien al darse cuenta de lo que se pretendía, eludió con una maniobra del volante el improvisado retén, chocando más adelante, por lo que descendió abruptamente yendo a ponerse a salvo de la lluvia de balas, ¡tirado abajo de un coche estacionado!, de donde salió arrastrándose para subirse en el asiento trasero de un vehículo conducido por un buen samaritano que pasaba casualmente por el lugar, al que no le hicieron mella el estruendo de las detonaciones. Ni el actor Bruce Willis, en Duro de Matar, lo hubiera hecho mejor. Las balas seguían zumbando como un enjambre de abejas enfurecidas. Es hora de que el país no acaba de decidirse en que o bien tiene un mandatario estatal verdaderamente intrépido o un político bueno para el teatro y la pantomima.
Lo mejor de todo este enredijo, es que el asunto puede no ser una mojiganga. Hubo disparos cuya huella quedó marcada en orificios tanto en el parabrisa como en los costados -que estuviera arriba el Gobernador cuando la andanada, es otro cantar-. El ayudante, un teniente que lo acompañaba, dicen, bajó de la unidad accionando el gatillo de su pistola siendo herido, eso también se dice, por proyectiles de arma de fuego. Un policía cayó al suelo, desde una patrulla que, se dice, acompañaba al Gobernador como escolta, produciéndose lesiones graves que lo tienen en estado de coma. El Jefe de Gobierno es un hombre hecho y derecho, del que no podría sospecharse, en otras circunstancias, que estuviera fabricando un tinglado que le atraiga simpatías para mejorar las probabilidades electorales de su delfín. En la falta de preparación de una buena reseña está la mejor prueba de que el hecho sucedió tal como se indica, pues tal candidez revela que para inventar se requiere imaginación, creatividad e ingenio de lo cual carece la descripción de los hechos.
Un parabrisa, perforado por tres proyectiles, que de pronto, pasada la agresión, aparece estrellado en su totalidad, para coincidir con el relato del ejecutivo quien dijo se le había venido encima. Un particular, junto con su hijo, que lo rescata en los momentos más fragorosos del tiroteo, se convierte, según testigos, en un vehículo con escoltas. Los disparos en ráfaga de las AK-47 no aparecen en la carrocería, de la camioneta que tripulaba el mandatario, apenas se cuentan ocho impactos de bala que produjeron agujeros aislados. El teniente, que acompañaba al Gobernador, debe tomar un curso intensivo de tiro al blanco pues habiendo accionado su arma 45 veces no hay constancia de que hubiera acertado. A los atacantes también les falló la puntería, por lo que me supongo no volverán a ser contratados como matarifes. Todo esto, salvo la mejor opinión del lector, tal como nos cuentan que aconteció, podría no ser otra cosa que una atroz mascarada pésimamente orquestada.