Hasta hace un año, Michael Moore era prácticamente desconocido en el mundo, aún cuando tiene una larga trayectoria como documentalista y escritor. Pero sus premios recientes, no sólo lo han catapultado a la fama, sino que le han abierto las puertas a la difusión de sus trabajos en su propio país.
Aún cuando se consideran los festivales cinematográficos como espectáculos banales, donde la farándula saca sus trajes de diseñador para lucirse, en este caso han ejercido una gran presión para que las películas de Moore sean vistas y apreciadas. Esto ha sido, en verdad, el gran premio para Moore.
El año pasado, su cinta Bowling for Columbine, una exploración documental sobre la cultura norteamericana del temor, que según Moore los ha llevado inevitablemente a desconfiar del otro (sus vecinos e incluso sus propios familiares) y protegerse por medio de las armas y la violencia, ganó el Óscar por mejor documental. En la ceremonia de premiación, este crítico, que no desaprovecha ni un minuto los reflectores, prefirió descartar los agradecimientos típicos de actores, directores y productores, para provocar a la concurrencia y a los miles de televidentes. En esa ocasión dijo: “Un presidente ficticio nos lleva a una guerra ficticia por razones ficticias... presidente Bush: es usted una vergüenza y se va a quedar solo”. Es probable que las grandes industrias cinematográficas se hayan arrepentido de otorgarle el premio por ese discurso, puesto que en la entrega de Óscares de este año, se mostró a Moore aplastado por la pata de un enorme animal... claro, en la ficción; pero ubicó la postura hostil de muchos hacia el cineasta. Este año, su propuesta Fahrenheit 9/11 ganó nada menos que la Palma de Oro en el festival de Cannes y abrió el camino para que la empresa Disney, que se negaba a exhibir la película, vendiera los derechos a una nueva distribuidora encabezada por el hermanos Weinstein, que difundirán la cinta en los Estados Unidos, el próximo 25 de junio.
El momento resulta invaluable. De cara a las próximas elecciones en el país vecino, el documental denuncia la manera en cómo George W. Bush llegó al poder: “Esta es la primera vez en nuestra historia que un candidato pierde el voto popular y el voto electoral, e insiste ser ungido como presidente de los Estados Unidos”.
Obviamente, la cinta aborda lo que muchos suponemos: que la guerra de Irak se planeó por razones económicas con el objetivo de obtener el petróleo de ese país (la analogía con Troya funciona: la devolución de Helena era lo de menos), además de revelar –entre otros elementos— las relaciones personales y financieras que unen a la familia Bush y sus asociados con la de Bin Laden.
A los éxitos de sus documentales, que también se han traducido en logros económicos nada despreciables (Bowling for Columbine costó tres millones de dólares e ingresó 120 de los mismos) se aúna su libro Stupid White Men, un alegato más sobre la impertinencia que un “hijo de papi”, en el peor sentido del término, se encuentre hoy en día sentado en la silla presidencial. Su edición, que ya se encontraba lista antes de aquel fatídico 11 de septiembre, sería censurada por sus editores después de los acontecimientos, quienes pidieron a Moore suavizar o de plano quitar sus mordaces críticas al Presidente (es decir, la mitad del texto). La negativa fue su respuesta y los libros quedaron embodegados. Pero nuevamente, Moore contó con apoyo extranjero: una editorial inglesa aceptó publicar su obra cuya pretensión es generar una actitud crítica entre los norteamericanos hacia una administración que ha terminado por asestar el golpe mortal al american dream: el desempleo ha aumentado en un 32 por ciento, poniendo a dos millones de trabajadores en la calle. Moore ya había demostrado anteriormente la tendencia de las empresas norteamericanas a emigrar a lugares como México, Tailandia y Vietnam, por citar sólo algunos, en los que se pagan ínfimos salarios y se generan extraordinarias ganancias (a los laguneros nadie nos lo tiene que contar, las maquiladoras empezaron a pulular en nuestro estado desde la década anterior). Sus documentales Roger and me y The Big One, muestra a Michael Moore persiguiendo al presidente de la General Motors y de Nike, respectivamente, quienes optaron por dejar en la miseria a los obreros norteamericanos que trabajaban en esas empresas, dejando un panorama desolador en los lugares donde se hallaban establecidas, muy lejos de la idea mediática (y romántica) de las ventajas de ciudadanos norteamericanos.
Michael Moore se ha caracterizado por cambiar radicalmente la perspectiva de los problemas. En un capítulo de su programa de televisión, llamado The awful truth, juntó a un grupo de ex fumadores que contrajeron cáncer por esta razón y les pidió que cantaran villancicos navideños con sus distorsionadas voces (a todos les habían realizado una traqueotomía), afuera de las compañías cigarreras y a “adornar” con cajas de cigarrillos, cual esferitas, los pinos sembrados en los jardines de los empresarios tabacaleros. Normalmente se culpa a los mismos fumadores si contraen alguna enfermedad a causa del cigarro, pero Moore advierte que en realidad éstos han sido víctimas de los comerciantes que sin ningún escrúpulo ni ética, se meten al bolsillo grandes ganancias, a costa de la salud de muchas personas. Por su parte, en Bowling for Columbine, exhibe cómo, cualquier persona, puede adquirir balas en los supermercados, con sólo pagarlas.
No queda más que esperar que Fahrenheit 9/11 sensibilice a nuestros vecinos para que Bush sea retirado del poder y los ciudadanos luchen por resolver sus conflictos sin violencia. El miedo, el pavor a ser atacados, los ha convertido en verdugos de su libertad, esa que defienden a ultranza. Quizá el cine, que en otro momento ha servido para adormecer las conciencias, hoy ejerza su gran función: despertar al público.