Este es un retazo de la historia de María. Una pequeña niña cuyo aplomo y dignidad ofrece claves para mirar con nuevos ojos la envilecida vida pública nacional.
El teatro de banalidades y escándalos en que se ha convertido la política mexicana no parece tener remedio ni final. La clase política se está acostumbrando a la denuncia como forma de vida; los funcionarios y los partidos ya no compiten entre sí mediante ideas y proyectos (si alguna vez lo hicieron), ahora simplemente se vomitan unos a otros una ignominia detrás de otra con la esperanza de que el lodo arrojado sea mayor que el recibido. El resultado es un estercolero que poco o nada se parece al país que dicen representar.
A la luz del estado actual de cosas quiero establecer en nombre de los mexicanos nuestro rechazo tajante a la consabida frase: “los pueblos tienen los gobernantes que se merecen”. Simple y sencillamente no veo de qué manera el pueblo mexicano se merezca la pobreza moral y el cinismo de los funcionarios, legisladores y líderes de los partidos políticos que en conjunto dirigen a la nación.
Estoy convencido de que los hombres y mujeres que habitan el país son mejores que eso. El caso de María es ilustrativo. Lydia, Claudia y Greta dirigen un centro para víctimas de la violencia familiar en Cancún. Hace dos días una mujer llamó para denunciar que su esposo, borracho y drogado, la golpeaba y machete en mano había tomado a las dos hijas como rehenes (de tres y siete años); cuando ella escapó, él le dijo: “Si vas por la policía, más te vale que traigas una ambulancia para llevarte muertas a tus hijas y luego te mato a ti”.
Lydia, Claudia, Greta acudieron con la mujer y después de esperar en vano por la policía y temer por la integridad de las niñas, decidieron intervenir. Luego de una intensa conversación con el individuo se logró rescatar a las dos pequeñas.
De camino al Refugio, la niña mayor reveló que su padre la llama “tarada” (tiene algún problema de aprendizaje). Contó que con un machete en la mano su papá le había amenazado y gritado “ven acá chamaca” y que ella respondió “no soy chamaca, tengo mi nombre, me llamo María y no te tengo miedo”. Lydia y Claudia voltearon a verse con los ojos humedecidos. En medio de ese camino de terracería, saliendo de una colonia sin luz ni servicios a las cuatro de la madrugada, una pequeña de siete años ofrecía una muestra de valentía y nobleza portentosas. Esos son los verdaderos héroes. Entre las filas más humildes de la población, una niña indefensa es capaz de plantar la cara con toda dignidad a una realidad que muerde.
El caso de María no es único. Hay muchas personas como Lydia, Claudia y Greta capaces de tragarse miedos propios y ajenos y despilfarrar sacrificios, por compasión ante la necesidad de otros. Pero también hay muchos heroísmos silenciosos de tantos millones de mexicanos que sobreviven con gran dignidad a pesar de todo.
Quizá las acciones de la “oveja negra” en cada familia sean más llamativas que los sudores callados de las ovejas blancas, grises y percudidas. Alrededor de cada uno de estos lunares hay un mar de individuos que al final de cada día pueden hacer un balance por demás decente en el debe y en el haber de su inventario moral. Por cada sinvergüenza vestido de civil, hay un puñado de personas que navegan por el mundo con más dignidad de la que podría adivinarse en quien libra un combate mano a mano con la desesperanza. Hay mucho corazón y decencia en los millones de personas que cada día trabajan de Sol a Sol por 50 pesos diarios, considerando que cualquier modalidad del delito es mucho más rentable.
Con niveles de impunidad superiores al 90 por ciento para el delincuente, es un acto de dignidad que millones de campesinos y trabajadores subempleados en situación desesperada, persistan en sus trabajos desahuciados. Es increíble lo que una madre humilde puede llegar a hacer para costear la atención de un hijo enfermo, sin poner en riesgo su integridad moral.
El comportamiento de muchos políticos saldría mal librado, inclusive, al compararse con la proeza diaria que enfrenta el limpiavidrios de cualquier semáforo, que durante horas respira mofle y cosecha agravios e insultos, para ganar 70 pesos que podría obtener fácilmente como carterista o despojador de bolsos en cualquier esquina mal iluminada.
En toda dirección que miremos hay mexicanos cumpliendo con entereza su cuota diaria de dignidad. Así pues, me parece que este pueblo no se merece los gobernantes que nos han tocado en suerte. Es cierto que el voto de la mayoría los ha elegido (a partir de las listas ofrecidas por los partidos). Pero nadie les dio autorización para enlodarse de esa manera. El estercolero en que han convertido a la vida política no es un reflejo del pueblo al que representan. La próxima vez que quieran exhibir una conversación telefónica o un video inaudible y desencadenar escándalos que supuestamente habrán de beneficiarlos, harían bien en recordar que hay muchos mexicanos, como María, que ejercen el honor y la dignidad sobre bases diarias, cueste lo que cueste.
(jzedpeda52@aol.com)