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Una vida de disipación

Gilberto Serna

El Departamento del Tesoro de Estados Unidos en cumplimiento al acuerdo celebrado entre el Financial Crime Enforcement Network y el Gobierno mexicano, entregó documentos confidenciales sobre operaciones inusuales realizadas en aquel país por un ex funcionario del Distrito Federal. Había el compromiso recíproco de guardarlos en un cajón con siete llaves para conservarlos en absoluta reserva. Qué bueno que no se hizo así, pues al hacerlos públicos se nos dio a conocer al resto de los seres humanos que quienes acuden a Las Vegas, sin más ni más, son brutalmente espiados no obstante que su único pecado allá es ir a dejar sus dólares, mal o bien habidos acá, en las mesas de tapete verde. Es inconcebible que quienes acuden a esa meca del vicio a distraer sus aburrimientos sean objeto de una vigilancia a todas luces ilegal. Hasta parece la casa del Big Brother. Esa persona, la que vimos con azoro, no se puede olvidar, sentado a la vera de una mesa de juego, en ese emporio de depravación, succionando el humo apestoso de un puro, con ojos mortecinos, esperando el muy zoquete, ganarle a la mano del croupier. Según los informes, en un breve lapso, había trasegado más de un millón de dólares.

Estoy convencido de que los apostadores mexicanos que acostumbran ir a ese desplumadero, por lo común políticos en el candelero, dirigentes de sindicatos nacionales, mafiosos pueblerinos, coyotes a la alta escuela, ladrones del erario público y otros especímenes del mismo jaez, fueron los que más protestaron indignados por que ya no están seguros de que en una de esas visitas sean videograbados derrochando dinero a manos llenas en pecaminoso garito. Los dueños de casinos también elevaran voces de disgusto ante el peligro del ver menguadas sus ganancias, advirtiendo al Gobierno estadounidense, que si no corrigen su actitud de andar oyendo detrás de las paredes, llevarán al cabo una cacería en la que, como trofeos clavados en una panoplia, se encontrarían personalidades del mundo de las altas esferas de la política en situaciones comprometidas, pues no se debe creer que sólo los filmaban en salones recreativos, donde hay envite, sino además llegaron a hacerlo en juegos de alcoba. Nadie puede considerarse a salvo de un ojo indiscreto que graba imágenes y voces de asiduos clientes en ese gigantesco tugurio.

Los amantes del juego que viajaban a Las Vegas, en aviones especialmente fletados con un costo mínimo, ya están pensando en destinos distintos al desierto de Nevada buscando en otras latitudes disfrutar de esos centros de lujo y esplendor, -que sólo se comparan a la antigua Babilonia, donde la aglomeración de visitantes, la riqueza y los refinamientos de la civilización engendraron fatalmente la descomposición de las costumbres-. Obvio, con el cambio de rumbo pretenden evadir el peligro de convertirse en involuntarios protagonistas de una novela de Fiodor Mijailovich Dostoyevski (1821-1881) o el de participar en una vulgar escena de video dada a la luz pública en algún noticiero.

Aquí en nuestro país, donde todo puede suceder, los que propugnan por que se autorice el establecimiento de estos casinos, con autorización o sin ella para organizar juergas escandalosas de borrachos, parranderos y jugadores, abrirán las puertas para la llegada de mafias internacionales, estando de manteles largos los coimes, los alcahuetes y todas esos personajes protervos de baja ralea que suelen florecer en esos antros. Los interesados esperan que en el actual período de sesiones en la Cámara de Diputados se apruebe la instalación de casinos en México, indicando que los países que tienen este tipo de centros de apuestas son 141 a nivel mundial. Se habla a favor de la apertura con el argumento de lo positivo que redundaría en la generación de empleos. ¿Crear fuentes de trabajo a cualquier costo? ¿Aun cuando se traduzca en un relajamiento de la moral pública? ¿Imagínese a un émulo de Carlos Ahumada Kurtz en un casino mexicano, con videograbadora en mano? Es del todo cierto que alguna vez hemos soñado despiertos en hacernos ricos de la noche a la mañana. Todos aspiramos a enriquecernos en un momento de suerte y a dominar al destino con un golpe de audacia. Pero no nos veríamos muy bonitos si a nuestro lado se videograba a proxenetas, vendedores de drogas y pistoleros. ¿Es acaso una vida de disipación lo que necesita el país?

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