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Una visita a los infiernos

Jorge Zepeda Patterson

“Quémenlos, quémenlos”, gritó una mujer y la multitud con alegría dura y cruel desencadenó el infierno entre las carnes de los rehenes en Tláhuac. No importó que los reporteros y algún funcionario argumentara la identidad de los policías y la naturaleza de su misión en ese barrio. Para ese momento la muchedumbre se había convertido en masa y la masa sólo posee certidumbres y es inclemente.

¿Qué es lo que convierte a varios centenares de vecinos en una turba despiadada, en salvajes capaces de desatar infamias que ninguno de ellos en su sano juicio habría imaginado cometer?

Autoridades y analistas comienzan a enhebrar distintas explicaciones para lo inexplicable (frustración, desconfianza a la policía, temor por la inseguridad, etc.).

Pero habría que buscar las otras razones también; aquellas que tienen que ver con la reacción de las personas en situaciones extremas; aquellas que se relacionan con el extraño y oscuro placer de pertenecer a una muchedumbre desencadenada, justiciera y poderosa.

Los escritos de Elías Canetti en su libro “Masa y Poder” ofrecen algunas pistas sobre la extraña lógica que se encuentra en el origen, ascenso y cúspide de un fenómeno de masa. Según Canetti, la emergencia de una masa donde antes no había nada es un fenómeno tan enigmático como universal. Puede que unas personas hayan estado juntas, diez o doce solamente. De pronto todo está lleno de gente. De todos lados afluyen otras personas como si las calles tuviesen sólo una dirección. Muchos no saben qué ocurrió, no pueden responder a ninguna pregunta; sin embargo, tienen prisa de estar allí donde se encuentra la mayoría. Al que se acerca y pregunta, se le responde. Y la respuesta no admite dudas; exige animosidad inmediata en contra del enemigo, solidaridad con la causa, identidad con el colectivo. El que duda es un traidor. La integración se alimenta de rabia. El recién llegado debe externar su rabia a manera de credencial de pertenencia a la masa. Y entre más crece el número más se acrecienta la virulencia de la masa.

Hombres y mujeres se solidarizan en pelotón apretado. Los límites entre unos y otros se borran. Una vez que alguien se ha entregado a la masa, no se teme a su contacto. Uno pertenece a una masa cuando no se presta atención a quién es el que se estrecha a uno.

Hay un alivio que se propaga en la pertenencia, a borrar los límites y entregarse a un colectivo.

Pero la masa en estos casos es destructiva. Es la amenaza que representa un enemigo lo que provoca primero indignación y luego rabia. Una vez desencadenado, el proceso se vuelve imparable. Condena con rapidez al enemigo y ejecuta con urgencia. De vez en vez se requiere el jaloneo de algún instigador, pero la naturaleza humana hace el resto. Los instigadores pueden ser deliberados o espontáneos. Pero el efecto es el mismo. Un grito es más exigente que el anterior; un empujón al objeto del odio ya no basta para agotar la ira. La rabia de la masa alcanza un punto en que no tiene retorno y exige la destrucción del objeto de odio. La masa existe mientras tenga una meta inalcanzada y, en este caso, es la supresión del enemigo.

La multitud que ejecutó a los policías en Tláhuac es distinta a la que dos horas antes se aglutinó indignada para defender a sus hijos. Y sin embargo, eran las mismas personas. Pero la magnitud y la dirección de la masa ya era otra.

Y luego está el fuego. La ejecución colectiva es la conclusión de un fenómeno de masa violento. Nadie está asignado a la ejecución, toda la comunidad mata. El fuego actúa en lugar de la muchedumbre que desea la muerte del condenado. La víctima es alcanzada por las llamas, en todo su cuerpo; podría decirse que se ve atacada y muerta por todas partes. De hecho, la masa y el fuego comparten características. También el fuego se propaga con celeridad; es contagioso e insaciable; puede originarse en todas partes y rápidamente; es múltiple; es destructivo; tiene un enemigo; se apaga; actúa como si viviese.

A la masa desnuda todo le parece La Bastilla. El fuego destruye de manera irremediable. La masa que incendia se cree irresistible. Después de toda destrucción, la masa como el fuego debe extinguirse.

Canetti explica que el impulso de destrucción de la masa se encuentra en todas partes, en los países y las culturas más variadas. En los últimos tres años se han experimentado dos docenas de casos de linchamientos en distintas partes del país. El Gobierno y los especialistas tendrán que trabajar sobre las causas que inciden en este fenómeno y hacer los cambios en la impartición de justicia, para evitar que los ciudadanos se conviertan en policías, tribunales y caldazos de manera espontánea e incontrolada.

Pero mientras trabajan en las razones sociales y los contextos económicos, bien harían en conocer mejor los procesos internos que llevan a un ama de casa o a un padre de familia a convertirse en puño violento, despiadado e irracional. Creo que la exploración para entender estos fenómenos apenas comienza y por desgracia todo anticipa que tales infiernos habrán de visitarnos cada vez con mayor frecuencia.

(jzepeda52@aol.com)

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