Imaginemos un país grande, grande y pobre. En ese país, que podría tener digamos 105 millones de habitantes, por lo menos una de cada dos personas vive en la pobreza y una de cada cuatro en pobreza extrema. En ese país, por cierto con una buena dotación de recursos naturales, bosques y selvas desperdiciados y en proceso de destrucción permanente, mares subaprovechados, notables atractivos y potenciales turísticos, petróleo y gas en abundancia, en ese país las carencias son también apabullantes. No hay agua suficiente y la que hay se desperdicia. La agricultura está empecinada en producir lo que no le corresponde convirtiéndose así en el mayor grillete que ata a millones a la pobreza; la infraestructura es insuficiente y la necesidad de capital toca todos los rincones. Ese país tiene frente a sí la posibilidad realista de alcanzar niveles de desarrollo muy aceptables en digamos, 30 años. Pero en ese país pareciera que el transcurso del tiempo no importa, es un país sin prisa, sin sentido de urgencia, inmerso en un mundo que galopa.
La capacidad de distracción de ese país es verdaderamente notable. Teniendo problemas centrales para su desarrollo pasan las semanas, los meses, los años, las décadas y nada ocurre. Es como si la condición lacerante de más de 50 millones de pobres no importara. Incluso los que ya gozan de beneficios básicos podrían estar mejor, pero nada sacude a ese país. Allí, a decir de un destacado historiador y novelista de nombre Aguilar Camín, sigue imperando la idea de que la riqueza surge por un acto de apropiación indebida, se hurta y no se genera. Quizá por eso la prosperidad no es vista como cosecha sino como producto de un acto de suerte, designio de la fortuna. Por eso quizá también no se le pone atención a los problemas terrenales que podrían llevar prosperidad a millones.
Dijimos que los problemas centrales eran enumerables, finitos. El primero es la inseguridad jurídica, el amplio mundo de la ilegalidad. Ese país no se ha capitalizado al ritmo que podría en buena medida porque los derechos patrimoniales no gozan de garantías cabales, allí todavía hay tribunales especiales, aberración en todo estado de Derecho que se respete, para asuntos tan delicados como la propiedad rural. En ese país curiosamente las instancias de investigación de los ilícitos dependen del Poder Ejecutivo. Sobra decir que los criminales están adentro y no se investigan a sí mismos, por eso la impunidad es increíble. En ese país la informalidad abraza a la mitad de las actividades económicas. Por lo tanto la tributación es muy débil y apoyada en pocos causantes. En ese país los impuestos generales están llenos de excepciones y por ello sólo se recauda la mitad de lo posible. Lo curioso del caso es que para todos esos problemas hay desde hace años ya iniciativas de Ley pero ninguna prospera.
Otro problema muy concreto es el de la productividad. A pesar de ser vecinos de la mayor potencia del mundo y haber gozado por una década de los beneficios de un tratado comercial que sería la ambición o el sueño de muchos, en ese país el asunto de ser competitivos no se entiende muy bien. Por ejemplo, después de un boom exportador que siguió al tratado comercial, otras naciones, en particular China, están desplazando los productos de ese país. Explicaciones hay varias, los insumos centrales de toda la actividad económica, energía eléctrica, combustibles, costos de transporte y comunicación telefónica, por ejemplo son altísimos. Agréguese a ello una baja escolaridad y un muy débil desarrollo tecnológico, digital en particular. De todo eso se ha hablado y mucho, los propios directores de las principales empresas estatales de petróleo y energía eléctrica han advertido que la producción de gasolinas, de gas y del propio fluido no alcanzará en cuestión de meses. Y sin embargo nada ocurre.
Algo similar sucede con las pensiones. La esperanza de vida ha aumentado, el período de inactividad laboral también. Se trata de una auténtica bomba de tiempo, pero en ese país siempre habrá otros asuntos más relevantes qué discutir. Por ejemplo la ambición presidencial de la esposa del presidente o la (im)posibilidad de que voten los emigrados, galimatías verdaderamente irresoluble. El diálogo nacional es de locos, como las habituales comidas de negocios de ese país, comidas en las cuales se habla de todo menos del motivo de la reunión. Para agravar el asunto ese país es bastante comodino. Se conforma con poco y prefiere no mirar con rigor los verdaderos problemas. Así en el año que corre habrá de vivir su “veranito”, como dice el diputado Suárez Dávila. La economía del gran vecino crecerá de nuevo, incluso por arriba de la de ese país. Habrá entonces una cierta relajación, un conformismo irresponsable por un crecimiento bastante mediocre para las necesidades acumuladas. Pero el “veranito”, que probablemente se quiebre para el 2005, —cuando el explosivo déficit de la primera potencia tenga que ser abordado y el asunto de las pensiones levante la mano— el “veranito” será suficiente para olvidar los problemas de fondo, por lo menos unos meses. Además el “veranito” hará que esté más cerca el verdadero deporte nacional: la competencia por ocupar la silla presidencial. Llegar al 2005 es estar ya en el 2006.
Instalados en esa lógica aparecerán de nuevo los llamados “costos políticos”, ese popular pretexto para decir, a nosotros —sea quien sea el personaje, sea el partido que sea— ahorita no nos conviene entrarle al asunto, es demasiado impopular. Así en alrededor de año y medio ese curioso país estará en campaña y en treinta y tantos meses habrá un nuevo presidente. Por cierto a él o ella le van a estallar los mismos problemas que tenemos hoy en la lista: debilidad tributaria, combustibles, electricidad y comunicaciones caros, etc. etc., etc. Para entonces ese país tendrá otros tres millones más de habitantes de los cuales la mitad estarán condenados a la pobreza y de allí una buena porción saldrá a buscar empleo del otro lado de la frontera sufriendo vejaciones y maltratos de todo tipo, eso en el mejor de los casos. Para entonces las exportaciones chinas pero también chilenas y centroamericanas habrán desplazado aún más a las propias. Para entonces la bolsa acumulada de débitos en pensiones se habrá hinchado aún más y el desgarramiento social será todavía más lacerante.
Lo más intrigante de todo es la incapacidad de ese país para adoptar un mínimo sentido de urgencia. Pareciera como si diera lo mismo la existencia de diez millones de pobres que de 20 ó 50. Como si la vida misma no valiera nada. Los responsables voltearán la cara y dirán casi con orgullo, “que quieren así somos”. Lo insoportable es que ese país sea el nuestro.