Testimonio| A Pesar de su incapacidad física, David Estala se dice tremendamente feliz
EL SIGLO DE TORREÓN
Dedica el cura su tiempo a ayudar con lo que puede a los enfermos
TORREÓN, COAH.- El secreto está en sublimar las enfermedades, las dificultades y los problemas de la vida, afirma el cura David Estala, quien dice que su silla de ruedas lo ha ayudado a madurar en muchos aspectos. Ha descubierto un universo diferente.
“Soy tremendamente feliz, para mí la vida es bella y doy servicio a la gente hasta donde puedo”, dice al tiempo que recuerda a un cura colombiano “un hombre muy santo” que cuando se accidentó —hace 31 años—, en una de sus visitas lo desanimó para acudir ante la imagen de Lourdes a fin de pedirle a la Virgen el milagro de poder caminar.
En esa ocasión un grupo de feligreses organizaba actividades para ese fin, pero el clérigo le dijo: “No, no hagas eso, no seas bruto, pues si tú vales algo, es por tu silla de ruedas, no por otra cosa... y sí es cierto”.
Se accidentó en 1972 recién llegado de Colombia. En ese país, estuvo un año estudiando pastoral juvenil. Era un curso de seis años donde uno era de teoría y otro de práctica. “Así, hasta completarlos”. En el segundo año que era de práctica fue el accidente. Los terminó por correspondencia.
En aquel tiempo estaba jovencito —actualmente tiene 65 años— y había terminado de dar un curso. Recuerda que en esa época estaba en la parroquia de Francisco I. Madero, Durango, pero atendía dos templos.
Como le habían prestado del colegio Isabel La Católica unos colchones, los llevaba para entregarlos en una camioneta que acababa de sacar “fiada, sólo había dado tres letras”.
Él manejaba, pero en la cabina lo acompañaban dos jovencitas. Antes de llegar a Pedriceña, cuando transitaba por una curva que está por debajo de las vías del tren, empezó a llover fuerte y la unidad motriz patinó al grado de no poder controlarla.
La camioneta cayó de trompa sobre un barranco no muy profundo. Se abrieron las puertas y los ocupantes salieron botados. El padre Estala cayó contra el cerro, fue tan duro el golpe, que le destrozó la médula espinal.
Afortunadamente, manifiesta, nadie murió. Dos muchachos se golpearon, pero él fue el único con mayores lesiones. Le dio gusto porque hubiera sido muy triste para él saber que alguien estuviera sufriendo por su culpa.
A la hora en que se accidentó eran las siete y cuarto de la mañana. Lo levantaron unos novios que pasaron por el lugar y de inmediato, recuerda, “sentí que ya no podía mover nada”.
Lo llevaron a donde antes era la clínica Torreón, había monjitas en ese tiempo. Cuando empezaron a moverlo para bajarlo, perdió el conocimiento que recuperó hasta cuatro días después. “Cuando desperté estaba enyesado desde los pies hasta los brazos”. Lo inmovilizaron porque estaba todo quebrado.
Como se trató de sacar radiografías y en la institución de salud referida no tenían los aparatos adecuados, solicitaron al Sanatorio Español que lo aceptaran para la toma de placas, pero se puso muy mal. Los médicos le dijeron a los padres que no lo podían mover, “y me costeó, porque ahí duré cuatro meses disfrutando del lujo”, ríe ante su comentario.
Relata que salió sin movimiento alguno e inclusive, se iba para adelante cuando estaba sentado. El padre, José Batarse, párroco de Matamoros, Coahuila, —quien después dejó los hábitos—, le consiguió un año de rehabilitación en el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS).
En ese tiempo de rehabilitación, como era “un muchachero”, empezó a formar un grupo de jóvenes con muletas y sillas de ruedas. Se reunían a los quince días o cada mes en el río Nazas.
Empezaron a crecer hasta llegar a ser 200 personas. De ahí en adelante, se dedicó a trabajar con enfermos.
“Engarróteseme ahí”
David Estala platica que desde un principio supo que jamás iba a caminar. Nunca le reclamó a Dios. Pero confiesa que cuatro años después de su accidente, cuando sintió unos dolores insoportables en los riñones, cuestionó a Dios.
“Me entristeció un poco porque traía un movimiento muy bonito desde Durango, Monterrey, Piedras Negras hasta Sabinas. Tenía más de cinco mil jóvenes, cuando me accidenté, “como que sentí que me dijeron: engarróteseme ahí”.
Luego con lo que tenía, se fortaleció y consolidó. Lo que era muy superficial se hizo sólido con su accidente. Se vino a trabajar a esta ciudad, ya con su silla de ruedas que es una “bendición de Dios para mí”.
En 1977, la Diócesis de Durango le encomendó el Movimiento de Enfermos. En ese año hubo un Congreso Internacional Misionero. Aún vivía en Gómez Palacio, cuando el Obispo Emérito de Torreón, Fernando Romo Gutiérrez, lo invitó junto con los padres Manuelito, Fermín Esteban —que estaba en la capilla de la Divina Providencia— y a tres monjas, del Sanatorio Español y de la Clínica Torreón para promover a los enfermos de Torreón, Gómez Palacio y Lerdo.
Empezaron a visitar a los enfermos en sus casas y lograron agrupar 300. Recuerda que el Congreso tuvo varias sedes y la misa de clausura fue en el estadio Corona al que acudieron alrededor de 40 obispos y muchos sacerdotes. Cuanto terminó este evento, ninguno de sus compañeros quiso seguir en el movimiento, así que solo trabajó y logró juntar a los enfermos de las tres ciudades de la Comarca Lagunera.
Fue así como Romo Gutiérrez lo invitó a cambiar de Diócesis. Pasaron casi dos años para que eso sucediera. “Estuvo un poco feo, fue como un capricho por parte del recién fallecido Obispo de la Diócesis de Durango, Don Antonio López Aviña, pues no quería autorizar la permuta”.
Ofrecimiento
Se constituyó el grupo y se hizo un movimiento grande de enfermos que se conoce como Unión de Enfermos Misioneros. Salvador Rivera, padre carmelita, que está en proceso de beatificación, se adhirió a la causa. Relata que un día en una salida que hicieron a La Concha, éste se arrojó al agua y se fracturó la columna en las cervicales y quedó paralítico.
Luego de su accidente, el padre carmelita formó la Fraternidad de Enfermos, que era a nivel nacional. Estala comenta que Rivera lo invitó a trabajar con él. Así fue como se consolidaron las actividades e incluso llegaron a realizar convenciones a nivel nacional.
Es respetuoso de las maneras en que las personas manifiestan su fe y piden la sanación corporal. “Yo no voy por esa línea, claro que sí se presenta, pero yo no promuevo eso, cuando Dios quiere curar a alguien lo hace y ya”.
Su movimiento tiene su carisma propio. No hay aplausos y los cantos son diferentes. “Son cosas muy bellas donde sí hay sanación, pero espiritual, porque si ésta existe, la física pasa a segundo término”.
Comenta que le dice a sus enfermos que se tienen dos tipos de males, el real y el psicológico. Este último depende de cada persona, pues se siente mal el que así lo quiere. Una vez que se logra afrontar la realidad, se tiene mayor energía para enfrentar los males reales y físicos, “por ahí es mi causa”.
Junta a sus enfermos cada 11 de febrero, Día Mundial del Enfermo. Se reúnen en el Leonístico, desde hace 18 años para pedir por los sufrimientos de las personas que andan lejos de Dios, por el Papa, el Evangelio, por los misioneros, “nos llamamos enfermos misioneros, no vamos a pedir la salud a Nuestro Señor porque estamos vivos y el está con nosotros”.
El ofrecimiento del dolor por la salvación del mundo, es lo que promueve. El señor Obispo, Luis Morales, fue claro cuando le dijo que la actividad con los enfermos, no quería que se identificara con el Movimiento de Renovación.
Vivir como pobre...
Con la muerte del padre, Fermín Esteban, en 1983, el padre Estala se quedó a cargo de la capilla de la Divina Providencia en la Ampliación Los Ángeles, donde trabajó por 17 años. En ese tiempo laboraba con enfermos y con jóvenes, entonces era el ambiente propicio para trabajar con los “chavos” de esa comunidad.
Al principio fue duro, porque había muchas pandillas que cargaban con lo que se encontraban a su paso. Platica que no podía decir nada, porque al tiempo, traían a más gente para “darnos una recia”. Decidió poner un barandal alto como flechas para evitar que se metieran a la iglesia, pero de todas maneras se brincaban.
Logró revertirlo al grado de hacerse amigo de estos muchachos que le ayudaron en el vaciado del techo de otra parte de la parroquia. “Ya me querían mucho y yo estaba muy contento y la gente pienso que también, pero después de mucho tiempo como que la creatividad no funciona y empieza uno a caer en la rutina, hace falta un cambio”.
Cuando lo solicitó, al Obispo Morales, lo cuestionó sobre cuál sería ahora su actividad. “Le dije que me dejara en hospitales y que me ayudara con lo que él pudiera”. Pero la orden fue que regresaría al Seminario, donde tiene cuatro años en la línea de formación espiritual de los seminaristas.
Al tiempo que trabajó con los chicos “banda” de la Ampliación Los Ángeles, ya había iniciado el proyecto de un albergue para niños pobres y enfermos. Éste se ubica en prolongación Presidente Carranza número 2120 que se le conoce como Casa Paterna Divina Providencia.
Vivía en el Seminario, pero luego pidió permiso para trasladarse a este lugar donde está al pendiente de “mi gente”.
Explica que pertenece a una línea de cristiandad llamada El Prado, que inició en 1856 y está dirigida a sacerdotes diocesanos. Una de las cosas que ahí se recomiendan es vivir entre las personas más pobres. “Y aquí estoy, aunque muchos me cuestionan sobre el lugar que escogí para vivir”.
Cada que puede va al Seminario. No es con la frecuencia que quiere porque ha estado enfermo. La mayor parte del año pasado estuvo hospitalizado. Está llagado y tiene muchas complicaciones en sus riñones por tantos años sentado.
Pero en el albergue está contento. El área de las niñas y los niños la separa una cancha del lugar donde viven los enfermos, razón por la que no hay contacto entre ellos. Algunos de los adultos tienen familiares y acuden a verlos. Los que pueden caminar, salen a la calle. Los niños son hijos de madres que trabajan y el fin de semana vienen por ellos. En esta labor participa mucha gente, que les lleva comida, ayuda económica y sobre todo, mucho amor.