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Veracruz electoral

Miguel Ángel Granados Chapa

De los diez estados donde se elegirá gobernador este año, quizá sea Veracruz el que presenta la situación más complicada, pues a los factores propios del proceso electoral (tres candidatos con presencia política significativa) se agregan ingredientes que pueden descomponer la estabilidad necesaria para los comicios, pues en ninguna de las entidades donde se renovará el Poder Ejecutivo el gobernador saliente tiene una fuerza propia que lo hace seriamente un precandidato presidencial, como es el caso de Miguel Alemán Velasco.

A diferencia de estados donde las fuerzas se polarizan, en Veracruz contienden tres candidatos que si bien no tienen todos posibilidades de victoria, el que menos adeptos consiga no será un aspirante marginal, meramente testimonial. Las encuestas ofrecen en general ventaja para el senador Fidel Herrera, presentado por su partido, el PRI y el Verde. Pero se le aproxima gradualmente Gerardo Buganza, el abanderado panista, que ya hace de esa circunstancia causa de una metáfora hípica para su propaganda: caballo que viene de atrás y alcanza, gana. El tercero, con menor porcentaje de preferencias electorales es el ex gobernador Dante Delgado, que puede serlo de nuevo porque así lo permite la Ley y porque en su estado natal su partido, Convergencia, a solas o como ahora aliado con el PRD ha tenido un buen desempeño en anteriores comicios locales.

Dedicado durante la mayor parte de su vida adulta a la comunicación, como heredero que fue de los intereses de su padre en ese terreno, el gobernador saliente, Miguel Alemán, llegó tardíamente a la política electoral. Sólo fue elegido por primera vez, al Senado, en 1991, el año en que cumplió 58 ó 59 años de edad. Había sido, sí, parte del comité nacional priista en los sesenta, pero en un cargo algo cosmético y sólo al cabo de una exitosa carrera empresarial en la televisión y la prensa se sometió a la prueba de las urnas. Bueno, es un decir, porque la recuperación priista de 1991 y su vinculación con el empresariado veracruzano le allanaron el camino: aplastó a sus contendientes al obtener el 78 por ciento de los votos. Y aunque al año siguiente ese capital no le sirvió para llegar de inmediato a la gubernatura (pues Patricio Chirinos, que llegó entonces, era amigo del alma del presidente Salinas), fue propicio para que en 1998 el presidente Zedillo lo eximiera —como a José Murat en Oaxaca— de la contienda interna que en los demás estados se practicó y como candidato de unidad, no tuviera obstáculo para ganar la gubernatura.

Como gobernador dotado de un pingüe patrimonio propio, ha tenido una gran capacidad de movimiento y de convocatoria. En algunas de las minicrisis internas de su partido, suscitadas a raíz de la derrota presidencial de 2000, no fue casualidad que los gobernadores se reunieran en las oficinas de la Fundación que lleva el nombre de su padre, parte también —la fundación y el nombre— de una herencia que él ha sabido acrecentar. El martes pasado evidenció sin tapujos su aspiración a la Presidencia de la República. En su libro La revolución federalista, se dijo en la invitación al acto de presentación, “el autor aporta su experiencia y su visión de Estado para comentar las aportaciones de la Conferencia Nacional de Gobernadores, hace un recuento de los acuerdos alcanzados y señala que el federalismo es la mejor solución posible para superar la etapa del centralismo que impide acercar el poder al ciudadano”. El elenco de los comentaristas correspondió al alcance del evento: el rector Juan Ramón de la Fuente, los senadores Diego Fernández de Cevallos y Enrique Jackson, Federico Reyes Heroles y el gobernador perredista Alfonso Sánchez Anaya, todos moderados por Beatriz Paredes.

Ese propósito hacia el futuro inmediato depende en buena medida del resultado veracruzano. Dentro de su propio partido se produjo un embrollo que superó ya los límites de la sola discordia electoral. Alemán se inclinó por Fidel Herrera, que también habría sido el candidato si se hubiera consultado a los priistas. Pero dos de los aspirantes, los diputados Tomás Ruiz y Miguel Ángel Yunes, se inconformaron acremente con la decisión. Precandidatos ilusos desde siempre, ambos perdieron la escasa posibilidad de ser candidatos cuando su hada protectora Elba Ester Gordillo, de cuya escolta formaban parte, fue despedida de la coordinación priista en la Cámara de Diputados. Entonces Yunes, fiel a su talante de político rijoso, resolvió estorbar y ensuciar la campaña de Herrera, denunciando como su patrocinador al propio Alemán, al que pretende llevar a los tribunales, obstruyendo al mismo tiempo su posibilidad presidencial. En la más reciente de sus maniobras, Yunes ha acusado (al parecer no penalmente, sino sólo en el foro público) al propio gobernador y a Herrera, de orquestar la invasión de su rancho cañero, que vende su producción al ingenio Tres Valles. El secretario de Gobierno, Flavino Ríos Alvarado, no descarta que se trate de una acción a lo Murat, mientras que Yunes asegura que los invasores de la propiedad familiar reciben instrucciones telefónicamente del propio funcionario, el más inmediato colaborador de Alemán.

Yunes no significa un riesgo electoral para el PRI. Nadie lo ha seguido en su impugnación despechada. Pero es y será eficaz en la creación de un clima tenso, enrarecido. Ese es el ambiente en que acostumbra moverse, en que ha ganado sus lauros. Esta vez, sin embargo, podría salirle el tiro por la culata.

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