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Víctor Urquidi: sin concesiones

Federico Reyes Heroles

La vida es muy tramposa. Uno se acostumbra a lo bueno con facilidad. Se da por sentado que está allí y que seguirá allí. Nos olvidamos de la fragilidad, ella sí inseparable, humana, demasiado humana. Con frecuencia no es sino ante la posibilidad del vacío que reflexionamos. Lo primero fue el nombre, así, en abstracto: Víctor Urquidi. El nombre no me remitía a un rostro, a una persona en concreto. Se trataba, eso sí lo sabía bien, de un gran estudioso de las ciencias sociales. Pero Urquidi, a diferencia de muchos en los años setenta, no publicaba textos rabiosos en contra del capitalismo, ni vociferaba en contra del Estado. Era un ave rara, nadaba contra corriente. En sus textos había información dura, mediciones, técnica, no sólo buenos deseos. El autor no estaba peleado con el mundo, no le interesaba estar del lado “políticamente correcto” sino razonar y razonar bien, para paliar así la pobreza y la desigualdad.

La primera ocasión en que el nombre casó con un rostro fue en una conferencia, si no recuerdo mal en la Facultad de Economía de la UNAM. Rodeado de enjundiosos marxistas, aquel hombre de formas suaves esperó paciente su turno, tomó la palabra y sin elevar un instante la voz, eso si quitándose y poniéndose los anteojos una y otra vez, arrasó sin misericordia con los otros panelistas. Sin enojo alguno, con cierto humor hiriente, les demostró contradicciones, errores imperdonables de comprensión de la materia y, sobre todo, desinformación. El contraste era brutal: él hacía ciencia, los datos abundaban, los otros rezaban un credo. Recibió un aplauso muy frío y no se inmutó ante las agresivas respuestas en forma de arengas que le lanzaron. Nadie contrargumentó. Estaba en la boca del lobo. Lo sabía y no había hecho una sola concesión. Apareció ante mí uno de los atributos que con los años más apreciaría en él: la seriedad. No jugaba.

Formalmente era un economista que anunciaba las terribles consecuencias de la irresponsabilidad gubernamental en el manejo de la economía. Además recurría a una herramienta poco usual en aquel momento: comparaba a México con otras experiencias, sobre todo de América Latina. Comparar era entonces herejía: nosotros teníamos nuestra propia ruta, no en balde todavía se hablaba del “milagro mexicano”. Nadie atendió a las advertencias y el tiempo por desgracia les dio la razón. Hoy todavía pagamos los costos. Pero aquel individuo, además de ser un economista bien formado e informado, introducía siempre temas novedosos y nada populares. Fue él de los primeros en alertar sobre el desbocado crecimiento demográfico. Las grandes tendencias estaban allí y Urquidi las recordaba cada vez que podía.

Tiempo después y gracias a la existencia de amigos mutuos empezamos a tener encuentros. Conocí al ser humano detrás de las líneas. Conversador animado, Víctor Urquidi no cede a charlas superficiales. No le gusta perder el tiempo. Esta allí dispuesto a conversar las horas que sea necesario, pero que haya materia de discusión y cierto orden. Fue allí que aprecié aun más a ese gran banco viviente de información. Lector incansable de periódicos y revistas extranjeras, Víctor siempre aparece con un comentario sobre la formación de cuadros técnicos en la India o sobre las fórmulas para incrementar el ahorro interno en Chile o sobre las vías exitosas para combatir la pobreza en no sé dónde. The Economist, Financial Times, New York Times, son en él referentes cotidianos. Brota su formación inglesa en la London School. El mundo es su marco de referencia. Ser así hoy es quizá menos meritorio, no lo era hace un cuarto de siglo cuando teníamos la terrible costumbre de sólo mirarnos al ombligo.

Conversar con Víctor es un muy grato, pero su mirada larga y fija siempre recuerda que él está en un ejercicio intelectual sin pausa. No es pose magisterial, pero para él razonar es lo más divertido. Ese gran académico y hombre de razón tiene sin embargo un lado sorpresivo. Avecindado en Tepoztlán desde hace décadas los fines de semana se transforma en un campirano lector de sombrero de paja. Así el ex asesor del Banco Mundial, del Banco de México, de Secretaría de Hacienda, de Naciones Unidas y expresidente del Colegio de México descansa haciendo adobes. Quizá por eso fue que creó junto con otros amigos notables el Centro Tepoztlán. No se imagine el lector nada demasiado elaborado. Se trata de un aula de materiales prefabricados pintada de colores vivos en la cual Víctor reúne desde hace décadas a especialistas, académicos y también políticos a discutir temas relevantes. Así algunos sábados por la mañana Víctor Urquidi convoca a un encuentro para bordar varias horas sobre un tema relevante. Impera la concentración. No hay interrupciones. El objetivo uno: informarse y, de nuevo, razonar. Hay que aportar unos pesos para café y galletas.

Otro gran atributo de Víctor Urquidi, es el de estar siempre en los temas límite, en la vanguardia. Fue él quien introdujo de nuevo el papel de la ciencia y la técnica en el desarrollo. Fue él quien impulsó con fuerza la noción de desarrollo sustentable. Es él quien insiste en la desigualdad como gran obstáculo nacional. Situado siempre más allá de la coyuntura, Víctor Urquidi ha actuado como una memoria de los grandes temas nacionales. Viajero incansable que cuenta sus vuelos anuales por decenas, Víctor hizo de la observación del mundo una verdadera profesión.

Víctor Urquidi nunca ha jugado a ser un opositor o un “outsider”, un jugador exterior al poder. Comprendió que la utilidad de sus conocimientos suponía incidir en quienes están en el poder. Pero a la vez ha sabido guardar la distancia necesaria para de verdad poder tener un juicio independiente. Él trabaja para la razón y para nadie más. Caminar por ese sendero es un asunto particularmente complicado. Presidentes, secretarios, altos mandos de la empresa lo han fomentado durante décadas sin que él ceda en su papel de ser un provocador de raciocinio. Sus posiciones, respetuosas pero firmes y sin concesiones, incomodan. Ganar fama pública no le quita el sueño, si en cambio incidir en las decisiones que marcan el destino de nuestro país.

El camino andado por Víctor Urquidi ha sido largo, muy largo. Baste recordar que fue uno de los pocos mexicanos que asistió a la reunión de Bretton Woods, soportó la era del pensamiento ideológico, hizo ciencia entre mares de demagogia. Hoy, con ochenta y cinco años de edad, Víctor Urquidi puede mirar tranquilo su gran cosecha: infinidad de escritos, alumnos, instituciones y, sobre todo, una forma de leer al mundo. Las ciencias sociales de México le deben mucho. Cierta modernidad analítica que por fortuna ya visita a nuestro país se le debe a esa mente fría, crítica y soberbiamente informada. En un país invadido por la notoriedad hueca, brilla la existencia de alguien que sin estruendos ni aspavientos supo mirar lejos. La lección de este gran pionero está allí: estudiar, conocer y razonar sin concesiones.

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