Sin duda alguna los medios de comunicación masiva: prensa, radio, televisión, Internet… desempeñan un papel de primer orden para la sociedad, que a través de ellos ve la realidad, analiza los problemas, asume puntos de vista e incluso emprende acciones, estimulada por lo que el reportero, el comentarista o el conductor sugieren. Éste ha sido desde siempre su papel, aunque variando sus limitaciones y perspectivas a través del tiempo. En México, como en otros países, la prensa fue por décadas una extensión del Gobierno, subsidiada por éste y por ende, comprometida a informar únicamente lo que convenía desde el punto de vista “oficial”. Sólo la llamada prensa independiente, amenazada siempre y muchas veces agredida por las fuerzas del Estado, se atrevía a expresar ideas contrarias y a exponer y criticar lacras del orden establecido, inexistentes para el resto de los medios informativos.
La época actual, sin embargo, nos presenta un panorama bastante distinto. El desarrollo mismo de los medios de comunicación, los cambios de actitud de la sociedad civil, más interesada que antes por lo que ocurre a su alrededor; la apertura que los dos últimos regímenes han manifestado respecto al trabajo libre de la prensa y especialmente, el fenómeno mundial de la globalización, que abre los mercados y consecuentemente los mecanismos de difusión, publicidad y negocios, hacen que la libertad de expresión de la que gozan los medios informativos sea una realidad, por más que algunos de éstos se declaren víctimas de represión y mordaza. Indiscutiblemente, los medios informativos gozan hoy, en México, de una libertad que hace diez años era impensable y que aplica, tanto a los asuntos abordados a través suyo, como a quienes ejercen el papel de redactores, noticieros, comentaristas, entrevistadores, etc. Esto es bueno porque permite el cumplimiento de la tarea a la que teóricamente se deben los medios de comunicación: informar sobre lo que ocurre en el mundo, interpretar los hechos, contribuyendo a la adquisición del conocimiento por parte del público y de ser posible, brindar entretenimiento. Teóricamente, de la labor mediadora entre el hecho y quien lo recibe (lector, auditorio o televidente) debiera resultar una mejor comprensión de la realidad y en su caso, la modificación de la misma hacia el bien.
No obstante lo anterior, hay días en que no quisiera uno encender el televisor ni sintonizar la radio, no tanto porque quiera encontrar en las imágenes o en la noticia un mundo color de rosa que no existe, sino porque escuchar las voces de quienes se encargan de dárnoslo a conocer resulta verdaderamente penoso, considerando lo que en nuestra mente sigue siendo la ética periodística y la profesión del informador. Cada vez con más frecuencia, los responsables de los segmentos informativas de la radio y televisión nacionales muestran una falta de objetividad francamente escandalosa, pretenden convertirse en jueces y verdugos de los hechos y personas que constituyen la nota del día, asumiendo un papel protagónico que no les corresponde. Esto pudiera justificarse por la clasificación de “periodismo de opinión” que a raíz de ese cambio de roles se le ha endilgado al trabajo de los comunicadores, pero de ningún modo explica el que desvirtúen la realidad de los hechos y la transformen en escándalo, con tal de opinar, juzgar y condenar.
Por ejemplo, el caso de las entrevistas, que consumen una buena parte del tiempo aire de los noticiarios. De todas las herramientas periodísticas, ésta es la preferida para divulgar cada noticia política o cultural. En teoría, el entrevistador cede su espacio al entrevistado para que hable y diga lo que quiere sobre el asunto; sin embargo, periodistas sin escrúpulos han cambiado el ejercicio y ahora pretenden obligar al entrevistado a que conteste lo que a ellos se les antoja. No se trata de cuestionamientos ingeniosos que, efectivamente, conduzcan a determinadas respuestas. Se trata de la única salida a una presión desconsiderada e insistente, que aprovecha la ventaja del micrófono o la transmisión ‘en vivo’ para acorralar al personaje y hacerlo decir lo que no quiere –y que muchas veces no es lo que piensa o lo que sucedió realmente, sino el producto del acoso de quien busca más llamar la atención que llegar a la verdad. Es raro que uno de estos entrevistadores ‘escuche’ los argumentos de su interlocutor; más bien lo vemos atajando las respuestas, interrumpiéndolas con tal de conseguir la declaración que desea, fuera del contexto que le daría matices totalmente distintos. Además, para darle mayor efecto a la transmisión, el lenguaje que adopta el periodista es violento y agresivo, como si se tratara de un debate y no de una entrevista. Nino Canún, Carlos Loret o López Dóriga nos brindan abundantes ejemplos.
Éste no es un evento aislado, al contrario, cada vez son más las entrevistas que se publican o se dan a conocer a través de los medios informativos, anunciándolas previamente para provocar la expectación del público, con lo que la televisora, la estación radiofónica o el diario ganan el “raiting” del día, aunque mañana tengan que hacer una nueva entrevista para aclarar la mala interpretación de la anterior. Lo peor es que la búsqueda de respuestas comprometedoras y escandalosas, muchas veces impide descubrir elementos verdaderamente importantes en la personalidad o las acciones del sujeto “acorralado” y en consecuencia, el público se queda satisfecho por el escándalo, pero ignorando lo que el medio pudo haberle mostrado más objetivamente. Igual sucede con otras prácticas de la comunicación masiva. Ejemplos tan lamentables como ilustrativos son programas como “La Talacha”, que por radio y T.V. y en horario de media mañana, apto para todo público, presenta los temas más escabrosos -especialmente en materia sexual, incluidas perversiones y prácticas aberrantes-, con lujo de detalles y mediante la expresión deliberadamente vulgar de los conductores. En principio, se olvida que millones de niños y jóvenes asisten a la escuela en turnos vespertinos, por lo que su acceso al programa es sumamente fácil. Cambiar de canal para ver o escuchar otros programas no es la solución; se trata de que por ningún motivo debe emplearse de tal forma el tiempo y la oportunidad que suponen los medios para ayudarnos a crecer moral e intelectualmente. México es un país que clama por elevar sus niveles de educación y los medios informativos son el instrumento ideal para lograrlo o bien para seguir abonando antivalores que nos hunden más en la ignorancia y el subdesarrollo. Se trata de respetar los medios, el código de ética –escrito o no– de la comunicación y también de respetar el derecho del público a recibir algo mejor.
Sin discutir la necesidad y las ventajas de la libertad de expresión, hay que re-flexionar sobre los excesos a los que lleva su ejercicio, cuando se le confunde con un “to-do se vale”, para dar la nota u obtener audiencia. Engolosinados con la perspectiva de hacer su labor sin temor a la censura oficial, quienes se exceden se apartan de la verdad y de lo importante por andarse entre verdades a medias, cuestiones íntimas y personales, cuyo resultado es un amarillismo periodístico.
Creo que el poder de la prensa es indiscutible y su importancia capital en cualquier sociedad, porque es la ventana a través de la cual la mayoría de la gente observa y entiende la realidad; pero ello implica necesariamente una gran responsabilidad. Hay que profesionalizar a los periodistas y recordarles su compromiso. Recordarles que manejar la verdad a medias o acomodarla parcialmente a un interés específico, es una forma de mentir; que no se puede hacer público algo si no se tienen pruebas suficientes, que quien informa no juzga y que su obligación, después de informar, es ayudar a formar, no a deformar la conciencia pública. Los medios de comunicación representan ese “cuarto poder” indispensable para supervisar el desempeño de los otros tres y aunque no posean la verdad absoluta, están obligados a luchar por ella a toda costa. La realidad inmediata debe ser el primer foco de atención, porque de su crecimiento o de su crisis depende el futuro de nuestra sociedad. Por muy tentadora que sea para reflejarla, cuestionarla, ridiculizarla y exhibirla, es necesario tratar de encontrar sus valores, para a partir de ellos emprender su mejora. Sin exagerar, los medios son el único vehículo viable para cambiar hacia lo que deseamos ser: si ellos pueden producir, formar o controlar la opinión pública, entonces esos mismos medios pueden hacer que ocurra cualquier cosa que se propongan.
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