En los últimos meses el espectáculo ha sido el mismo: el deterioro de la clase política nacional. Desde René Bejarano tomando desesperadamente billetes en la oficina de Carlos Ahumada, pasando por las declaraciones de Vicente Fox donde afirma que el país marcha de maravilla, hasta la toma del Congreso por parte de perredistas del Distrito Federal. Las imágenes lastiman a una sociedad civil que anhela alcanzar el desarrollo.
Los mexicanos somos testigos de uno de los más tristes reality shows que puede transmitir la televisión, el problema es que entre gritos y descalificaciones se toman las decisiones que marcan el rumbo del país.
Mientras el grueso del país no advierte una mejora en sus condiciones de vida, la agenda de las principales fuerzas políticas del país (PRI-PAN-PRD), sólo tienen como objetivo llegar a la Presidencia de la República en 2006.
Es cierto que con la democracia llegan los desacuerdos, pero también es cierto que ningún interés puede estar por encima de la Ley, de las instituciones ni de los consensos.
Preocupa como nación los impedimentos que tenemos los mexicanos para entendernos, preocupa la distancia que existe entre el proyecto del Gobierno Federal y las decisiones de los legisladores. Pero sobre todo preocupa que para la clase política sean más importantes los intereses partidistas que el futuro de la nación.
En esta época de crisis, la clase política carece de una visión de país. Y así mientras los países desarrollados apuestan a un proyecto de 20 años, nuestros legisladores se agotan en la meta de 2006.
