El secretario de Gobernación, Santiago Creel, afirmó recientemente que: “Sin mayorías estables el sistema de partidos no sólo se fragmenta, sino que no se pueden impulsar las grandes reformas ni el proyecto nacional” , lo que implica una nueva visión que difiere en mucho de aquella otra que sustentaban en el pasado los grupos opositores al viejo régimen que se apoyaba en una mayoría que era tenida como estable.
Claro está que esa estabilidad, en muchas ocasiones, no fue el resultado de la voluntad popular sino de la forma en que el partido en el poder manipulaba los procesos electorales. Pero aun partiendo de esa realidad ya superada, aquel sistema indeseado produjo algunos resultados positivos como fue el que el país tuviera rumbo con estabilidad, lo que ahora puede ser añorado por quienes creen en la necesidad de esa estabilidad a cualquier precio.
El que ahora algunos de los actores políticos, como es el caso de Creel, acepten la necesidad de que exista una “mayoría estable” no debe extrañar, pues si alguien se ha convencido que no se puede gobernar en un esquema en que las fuerzas políticas están sumamente divididas, es el equipo del actual Gobierno de la República, ya que la paralización que padecemos es precisamente el resultado de la pulverización de esas fuerzas políticas y su incapacidad para construir consensos.
Esa incapacidad habrá de prolongarse mientras se sigan privilegiando los intereses de los partidos por encima de aquellos que corresponden a la ciudadanía y de nada serviría una mayoría dominante si los grandes problemas nacionales fueran atendidos pensando en la conveniencia del partido en el Gobierno y no en la de la sociedad. De ahí que lo que se debe buscar es un cambio de actitud y el establecimiento de un gran pacto nacional en los puntos coincidentes, dejando para el debate partidista las cuestiones ideológicas.
