El reciente escándalo a partir de la introducción al mercado farmacéutico de la píldora post-coito –o mal denominada abortiva- no ha hecho más que refrendar mi total y absoluto desapego hacia una Iglesia medieval y milenaria en su ideología, postulados y procesos. También pone en claro que desde hace tiempo –(Muy en especial a partir de Fox- la necesaria separación entre Estado-Iglesia no es tal y la línea divisoria se torna algo borrosa.
No estoy en contra de la participación de los jerarcas católicos en la vida nacional, de hecho, su involucramiento enriquece un debate que sólo será verdaderamente rico mediante la actuación de todos aquéllos que componen la geometría social, sin embargo, dicha libertad de expresión ha propiciado que ciertos personajes viertan declaraciones absurdas y se involucren en asuntos que están fuera de su competencia.
Aunque Vicente Fox parece haberle bajado un poco al tono, aún está presente el injustificado uso de símbolos sacros durante la campaña presidencial, la absurda práctica de hacer alusión a Dios bajo cualquier pretexto, vengar a la cristiada rescatando a Madero desligándose de todo lo que huela a Juárez.
Ahora el meollo de la píldora. Me queda muy claro que tanto la Iglesia como políticos de derecha con una visión obtusa de las cosas (Bravo Mena, above all) sin conocimiento de causa e incapaces de validar sus argumentos bajo preceptos médicos convincentes, han comparado a tan controvertido medicamento con el Diablo mismo y, ya picados, llegan al extremo de amenazar a los fieles con la excomunión.
La Iglesia Católica vive una situación delicada: cada año pierde miles de fieles. Si bien dicho fenómeno obedece a una serie de razones, a la larga muchos han emigrado a partir de la imposibilidad o renuencia que manifiesta Roma por renovar sus políticas y adecuarlas a los nuevos tiempos.
Aquí no se trata de condenar. De hecho, la Iglesia cumple una función primordial en la vida del hombre. Juan Pablo II merece mi amplio respeto: es un viajero incansable, hombre de reconocidos talentos que se ha dedicado en cuerpo y alma a luchar por los necesitados, clamar en pos de un clima de justicia social. La religión ofrece consuelo al desprotegido, le hace llevadera una existencia triste mediante la promesa de un paraíso futuro, además, confiere al hombre de un misticismo ideal si se busca alejarse del absurdo implícito en lo mundano para así lograr el fin ulterior de la raza: la trascendencia.
Creo la palabra de Dios ha sido alterada a través del tiempo. La Iglesia cumple una función muy importante, a pesar de ello, también funciona como organismo político que está apegado a ciertos intereses y agendas que van más allá de la comprensión del común de los mortales. Para ningún gobierno es enteramente conveniente el pensamiento individual, crítico y propositivo. La jerarquía católica no es la excepción.
Estamos muy alejados del órgano fundado por San Pedro. Para mí es simplemente inconcebible se condene la planificación familiar. Sobrepoblación y pobreza serán un factor que imposibilite el desarrollo y acentúe más las tremendas desigualdades. Para consuelo de algunos, los encargados de dictaminar la normatividad eclesiástica no toman muy en cuenta lo anterior y siguen atemorizando a millones de fieles, amenazándolos con una invención fabulosa que mucho ha servido para castrar cualquier tipo de rebelión: el infierno.
No, no creo en un Dios vengador. Resulta inconcebible que a comienzos del tercer milenio por ahí sigan diciendo que hay que tener el número de hijos que mande el altísimo. ¿Pero en qué mundo viven?
Recuerdo mis años infantiles en un colegio de cierta orden. Y es que ahí todo era pecado: hojear revistas pornográficas o masturbarse hacían de ti oveja descarriada. ¿Dónde queda la idea de que el hombre es en esencia un ser sexual? ¿Por qué el afán de negarle al preadolescente la posibilidad de un crecimiento natural, perfectamente normal? ¿Quiero que mis vástagos vean al sexo de una forma tan abominable que jamás sientan la confianza para acercarse a hablar del tema, exponer sus dudas?
Cada quien está en su derecho de casarse con cualquier idea. Aquí su charro siente identificación total con los jesuitas y el humanismo cristiano, la apertura para enfrentar los acontecimientos y una habilidad nata para responder a tiempos modernos donde el temor a Dios, la constante amenaza de ser expulsado simplemente no caben.
Estoy en espera de la larga cadena de correos donde seguramente me llamarán “hereje” o “corruptor de las juventudes”; también de la excomunión. La verdad me tiene sin cuidado.
Yo señores, para mis hijos la certeza de un Dios profundamente humano y amoroso, comprensivo y que siempre se reirá de nuestras mezquindades. Idioteces como condenar el control de la natalidad también deberían provocar carcajadas.
Un intelectual que respeto mucho declaró recientemente que la lujuria debería ser considerada una virtud en vez de pecado capital. Yo lo apoyo y de paso cierro esta comunicación con un grito: ¡VIVA LA PÍLDORA!