La conciencia sobre el fenómeno del terrorismo es bastante escasa en México. El terrorismo se ve como algo distante, quizá porque no se concibe que un avión secuestrado con más de 150 pasajeros vaya a estrellarse en la Torre Latinoamericana, que se pongan bombas en el estadio Jalisco durante un juego Guadalajara-Atlas o que se destruya el Puerto de Veracruz. Se piensa que ése es un problema de naciones con ínfulas imperiales, como Estados Unidos o de países satélites, como España, pero no es así.
No hay nación libre de la amenaza terrorista, un fenómeno que no nació como producto de un grupo de locos fanáticos, sino como resultado de la desesperación de pueblos que se sintieron oprimidos y que no encontraron, por vías ajenas a la violencia, respuesta a sus problemas. México no es un país vacunado contra el terrorismo. Comparte con Estados Unidos una frontera de tres mil 200 kilómetros. Al ser su vecino el más buscado objetivo terrorista, la geografía convierte a México en una extensión del riesgo.
El terrorismo es un fenómeno con el cual no sólo hay que vivir en adelante, sino a aprender a vivir con él porque se puede presentar en cualquier momento, sin que hubiera peor escenario que el nunca haberse preparado para enfrentar una contingencia de esa naturaleza. Este fue un tema recurrente durante la reunión de la Comisión Binacional México-Estados Unidos que terminó este martes, pero poco difundido. No extraña, pues el Gobierno mexicano no ha querido hablar mucho del tema y la clase política no quiere admitir que nos encontramos dentro de las naciones bajo riesgo.
Los mexicanos, en general, no nos hemos dado cuenta de los peligros que el fenómeno entraña. ¿Pero cómo empezar a concienciar? ¿Cómo comprender la magnitud del fenómeno? Un simulacro realizado en Estados Unidos permite alcanzar a comprender la magnitud del fenómeno. Éste se celebró en junio del 2001, semanas antes del ataque a las Torres Gemelas y al Pentágono, la Universidad Johns Hopkins se unió al Centro de Estudios Estratégicos Internacionales, al Instituto de Seguridad Territorial y al Instituto Nacional de Oklahoma para la Prevención del Terrorismo, en un ejercicio en Washington donde simularon un ataque terrorista con viruela. Invitaron a varios líderes del Congreso a actuar como funcionarios del Gobierno y a ex funcionarios, periodistas y 50 expertos en la materia para que participaran en diversas tareas. El ejercicio fue dividido en tres segmentos durante dos semanas y al final se planteaban las alternativas de acción posibles.
En el primer segmento, el escenario fue que Irak había reconstituido su programa de armas biológicas y se preparaban para entrar en una segunda Guerra del Golfo. Paralelamente, mientras había desplazamientos militares hacia el Oriente Medio, se enviaban 20 cajas de viruela a Oklahoma y habían aparecido otras tantas en Georgia y Pennsylvania. Dos estados sureños y uno en la costa del noroeste, habían sido infectados con la viruela, cuya enfermedad tarda entre 12 y 14 días en incubar una vez que ha sido expuesta y que se empieza a manifestar con fiebres altas y fuertes dolores de cabeza, seguido por el desarrollo de erupciones en dos días. Esta enfermedad, que es contagiosa, se extiende por la piel al sexto día y para el doceavo se forman costras, dejando heridas. En la segunda semana de la infección, se produce la muerte.
En el segundo segmento, el escenario ya se había complicado. La viruela es incurable y la única forma de controlarla es mediante el aislamiento y la prevención. En el ejercicio, las 12 millones de dosis de vacunas que tenía en ese momento Estados Unidos no habían sido suficientes. Tenían dos mil casos en 15 estados de la Unión Americana y se habían logrado aislar otros tantos en Canadá, México y Gran Bretaña. Con la escasez de vacunas, el sistema médico se saturó y cuando no se pudo atender a los pacientes, comenzaron disturbios sociales. Las fronteras fueron cerradas para evitar una pandemia y la desesperación de la gente provocó violencia contra las minorías, en especial con aquellos que parecían de ascendencia árabe.
Cuando comenzó la tercera semana de la epidemia, había 16 mil casos en 25 estados, la mitad de los que tiene el país y se habían registrado mil muertes. Preveían que al término de la tercer semana habría un total de 300 mil víctimas, sólo en Estados Unidos y un número no especificado en otras diez naciones donde ya se había extendido la viruela. La economía ya había resultado afectada, había escasez de alimentos y se restringió la libertad de tránsito, dejando los viajes sólo para lo estrictamente esencial. Para entonces, el Gobierno estadounidense preparaba la Ley Marcial en todo el territorio.
Los resultados del simulacro, al cual llamaron “Invierno Oscuro”, provocaron conmoción dentro del Capitolio, generando memorandos para varios comités legislativos que programaron, como consecuencia, una serie de audiencias para estudiar reformas a los programas de prevención de un ataque terrorista biológico que, sin lugar a dudas, sería más devastador que cualquier otro tipo de agresión. El ataque el 11 de septiembre de ese año, demostró que tenían razón. En los ataques terroristas de aquella mañana murieron poco más de tres mil personas; en “Invierno Oscuro” se calculó que cerca de 30 millones de personas morirían. No había comparación alguna. Estados Unidos ordenó, tras el ataque a las Torres Gemelas y el Pentágono 100 millones de vacunas contra la viruela, previendo un ataque de esa naturaleza. En ese pedido, el Gobierno mexicano compró diez millones de vacunas, por si fuera necesario.
Esa compra fue todo lo que hizo el Gobierno del presidente Vicente Fox. Es la máxima aproximación a un ataque terrorista biológico en este país que no dispone de ninguna medida preventiva para esa contingencia. Estamos totalmente desarmados, desprevenidos, en tiempos de guerra sin fronteras ni territorios definidos y ante enemigos invisibles. Lo menos que podemos hacer, si queremos ser responsables, es tener conciencia del momento que atravesamos y prepararnos para lo peor, esperando que ese momento nunca llegue. Pero por el camino por el cual vamos, nunca llegaremos.
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