EL CAMPEONATO DE BROOKLYN
En una de esas extrañas historias con las que el destino hace encontrarnos, nos remitimos al siglo anterior, cuando las Grandes Ligas vieron coronarse por primera ocasión a los Dodgers de Brooklyn.
Aquella serie mundial entre los Dodgers y los Yanquis de Nueva York había dejado más que joyas en el diamante, los partidos previos entregaron verdaderas páginas de historia como la del cuatro de octubre de 1955.
Era el partido decisivo en Yankee Stadium y los Dodgers enviaron a la colina de los suspiros a Johnny Podres, un zurdo sensacional que había ganado ya un partido del mismo clásico de otoño, el tercero para ser específicos y con él y su extraordinario cambio, los de Brookyln buscaban su primera serie mundial.
La fanaticada, que evidentemente colmó los graderíos espectaban por la acción, esa que se presentó en el cuarto rollo, cuando los Dodgers en turno presentaron a Roy Campanella, éste conectó candente leñazo entre el izquierdo y central y fue a dar hasta la segunda colchoneta, esperó muy poco para seguir su andar, ya que Gil Hodges disparó indiscutible y remolcó a Roy para abrir la pizarra que se encontraba congestionada de ceros.
Podres seguía con su lustrado trabajo en el montículo y retirando sin piedad a los Yanquis que desfilaron por el pentágono; al llegar el sexto capítulo Pee Wee Reese abrió el orden de los Dodgers, fue a dar al primer cojín con un sencillo, pero avanzó con el toque sacrificado de Duke Snider, que no dejó de correr y la asistencia del lanzador al primera base Bill Skowron fue pifiada, así que ?El Duque? ancló en la primera.
Roy Campanella, quizás el máximo emblema de aquellos Dodgers dejó a un lado toda la prosapia y sumiso mostró el toque de bola, dibujado perfecto y avanzó a los dos compañeros, así que Carl Furillo fue pasado de manera intencional para completar las almohadillas y buscar la doble matanza.
Bob Grim ingresó de relevista con el afán de controlar las cosas, pero Gil Hodges sacó un elevado al central, en pisa y corre Pee Wee Reese entró a la registradora para la segunda carrera del equipo de Brooklyn.
Nadie se atrevía a ir en contra de los Yanquis, ya eran el equipo de la gran cartera, el del poderío, además el dueño del Bronx.
Los movimientos se tuvieron que dar en defensiva para los Dodgers que colocaron a Junior Guillian como intermedista en lugar de Don Zimmer, en tanto que el cubano Sandy Amorós pasó a cubrir el siempre activo jardín izquierdo.
Los neoyorquinos se presentaron con base por bolas para Billy Martín y el siguiente al turno, Gil McDougald sorprendió con un toque de bola perfecto que lo hizo llegar en infield hit a la primera, adelantando además a su compañero y dejando la mesa puesta al gran Yogi Berra (de quien platicaremos después), quien tenía las potenciales del empate en las colchonetas sin outs que le acosaran.
Johnny Podres sabía el monstruo que tenía frente a él, se apoyó en Campanella para elegir los mejores lanzamientos y se atrevió a lanzar sobre Berra, quien conectó tablazo pegado a la línea del izquierdo, un batazo retrasado totalmente para él que era zurdo, así que Amorós que había recorrido al central pegó una carrera impresionante para llegar más que forzado a la cita sobre el césped y la base de la barda de los 301 pies; sin dar tiempo a más, dio la vuelta y sacó el brazo como vil escopetazo para quemar a McDouglad que no alcanzó a regresar a la inicial y el relevo de Pee Wee Reese para Hodges fue oportuno para la doble matanza.
Edmundo Amorós apareció en el jardín de la nada, salvó el trabajo de Podres que se acreditó su segundo triunfo de la gran serie y el equipo de Brooklyn conquistó su primer serie mundial, además de trompicar por primera ocasión a los Yanquis desde 1942.
Los Dodgers deben en mucho aquel su primer título al cubano Amorós, que regaló a los amantes del beisbol una de las atrapadas más atractivas, valiosas y significativas.
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