EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

¿Y dónde quedó el dinero?.../Hora cero

Roberto Orozco Melo

Me pregunta un lector si acaso los mexicanos vivimos en el mítico país de las ilusiones. Y le respondo sí, jamás hemos habitado otro lugar sino esta inconmensurable vastedad que navega entre el sueño y la quimera. Todos lo sabemos, todos lo sentimos, pero nos hacemos “guajes” para sufrir menos. Mis nunca bien ponderadas abuelas llamaban “jolas” a la moneda suelta, aquella “calderilla” que decían los viejos castellanos. Para nosotros era simplemente el “cambio” o la “feria”, dinero fraccionado que algunos lepes presumidos sonaban en el bolsillo para alardear de pudientes y eso que apenas era morralla de cobre.

Nuestros abuelos añoraban la economía porfiriana, más que nuestros padres quienes censuraban los defectos antidemocráticos del héroe del dos de abril; a nosotros, que vivimos una parte del pasado y otra de la modernidad, sólo nos ha quedado el recuerdo de aquellas monedas metálicas que circularon entre 1923 y 1950. El dinero valía lo indicado en el anverso de las monedas: eran de oro las de 100, 50, diez y cinco pesos; de plata las de un peso y de 50, de 20 y de diez centavos; las de níquel de cinco centavos y finalmente las de bronce, muy bonitas pero compraban poco y se oxidaban rápidamente: eran de dos y de un centavos.

En el negocio de abarrotes de mi padre conocí los llamados pesos fuertes. El peso era moneda sólida, valía por sí misma y aún se daba el lujo de anunciar su Ley con un 0.720 en una de sus caras; eso quería decir que contenía 0.720 unidades de plata más 0.280 unidades de cualquier otro mineral aleatorio, quizás zinc. Sonaban, pesaban y compraban. Los dependientes del tendajo las dejaban caer con fuerza en el cajón del dinero para que su sonido, al chocar contra otras, evidenciase que el pago de la mercancía iba al lugar debido y no a sus bolsillos. Cuando en los años cincuenta se esfumó el peso fuerte aparecieron los primeros billetes de un peso: feos, colorados y mugrientos; pronto se empezaron a hacer viejos.

Después de la devaluación de 1953 se descompuso el cuño de la Casa de Moneda y empezó a escasear el dinero fraccionario; de modo que la gente optó por cortar en mitades los billetes de a peso para facilitar las transacciones, pues los tostones “de plata” habían desparecido. A esas mitades se les dio el nombre de “pachucos”, término peyorativo que quizás aludiera a los híbridos chicanos puestos de moda por Germán Valdés, “Tin-Tan”. Sucesivamente fuimos cayendo al pozo: los centavos, los “doses” y los “quintos” (cinco centavos) ya no se hicieron de bronce ni de cobre. Para no desanimar a los mexicanos el Gobierno acuñó unas pequeñísimas monedas de plata; de plata, decían, pero el sonido no era, ni con mucho, el de las monedas de la inmediata posrevolución que tañían al ser lanzadas al aire, sino unas vulgares aleaciones. A las monedas no sólo se les despojó la argentífera musicalidad, congruente con su valor intrínseco, sino que fueron convertidas en instrumentos representativos de valores inseguros y cambiantes. Supongo que los cien pesos de hoy no valen, siquiera, un centavo de los de antes y cada vez resulta evidente que muy pronto se usarán menos las monedas emitidas por la Banca central.

Vemos que los supermercados aceptan como dinero efectivo simples cupones emblemáticos de distintos valores. Las fraccionarias sirven para el “redondeo” o cierre de cantidades en las notas de la compra quincenal, con pretextos diversos. Con las tarjetas de débito o de crédito puede adquirirse desde un libro hasta un automóvil; los cheques son órdenes de pago impresas, mecanográficas y autógrafas, pero no los aceptan en muchos negocios; existen plásticos “inteligentes” que al ser insertadas en la ranura de una máquina cibernética pueden ejecutar una variopinta gama de operaciones financieras: desde obtener billetes al instante hasta realizar movimientos de traspaso desde o hacia otros países, cambiar pesos a distintas monedas y comprar y vender acciones y valores bursátiles en unos cuantos segundos.

Lo cierto es que nadie sabe ahora dónde está el dinero, quienes lo depositan en los bancos piensan, oh inocencia, que debe estar en algún sitio, pero en realidad no saben dónde, cómo ni quién lo tenga. Ha pasado en Estados Unidos, en México, en Argentina y en muchos otros países que un “crack” financiero pulverice las economías de otros países, haga añicos el patrimonio individual de las personas físicas y morales o derrumben Gobiernos, instituciones y prestigios; ¡vaya!, el pequeño y el gran ahorrador ni siquiera imaginan cómo, pero les duele, vaya si les duele...

De las “jolas” al papel, del papel al plástico y del plástico a la movilidad cibernética, el dinero real o fantástico es ahora y siempre el motor del mundo, aunque como bien reflexionaba Giovanni Papini, constituya la causa de que mueran tantos cuerpos y de pierdan tantas almas....

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 88088

elsiglo.mx