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Yo no fui fue Teté, la conspiradora del video...

Francisco José Amparán

Los últimos escándalos protagonizados (ahora sí que en Technicolor y glorioso Cinemascope) por algunos especímenes de nuestra monstruosamente inepta y parasitaria clase política, no sólo confirman lo que la mayoría de los mexicanos pensábamos acerca de nuestros hombres públicos desde… que salimos de la maternidad, creo. Sino que pone de relieve un rasgo cada vez más omnipresente en el mundo contemporáneo; rasgo que afecta a supuestos estadistas y amas de casa; a ignorantes y cultivados; a hombres de derecha y mujeres de izquierda (si es que tal cosa sigue existiendo). Me refiero, por supuesto, a la absoluta falta de sentido de la responsabilidad apreciable en nuestra sociedad (y en otras tantas). Lo cual explica, en gran medida, los niveles subterráneos por los que anda deambulando la ética pública. Pero insisto, esa plaga es prevalente y se me hace que universal.

Quizá lo más sorprendente de todo esto es cómo han cerrado filas los políticos, esos incompetentes que viven de nuestros impuestos, haciendo angustiosos llamados para que no se siga manchando la función política… como si fueran los medios de comunicación, o los simples ciudadanos curiosos (en ejercicio de su derecho, además) los responsables de sus trapacerías. Como si la ciudadanía tuviera la mínima confianza en quienes mantienen a este país en el Tercer Mundo con sus politiquerías, grillas, ineptitudes y chicanadas. Como si no viéramos en esas exhortaciones una especie de ataque preventivo: “¡Ya párenle porque al rato nos toca a todos!”.

Nuestros políticos tienen tan poca vergüenza que dicen preferir que haya corruptos impunes a que la gente piense mal de su (completamente improductiva) profesión. ¡Háganme el favor! Digamos que poca gente en algún momento ha pensado bien de nuestros políticos; que hay mucha cola que pisar en este país y que quien se mete a político en México sabe que nunca (¡jamás!) podrá pretender tener un buen nombre en la sociedad… y bien que lo saben. Y andarse dando baños de pureza (¡Madrazo, of all people!) ya resulta francamente bufonesco. Al menos podrían intentar ser payaso de calidad.

Otra cuestión que, como decíamos, no deja de llamar la atención por lo extendido de su práctica, es cómo nadie se hace responsable de sus actos. Escuchando a nuestros políticos, parece que todos son unos chamacos imbéciles, incapaces de resistir tentaciones, de darse cuenta de lo que ocurre a un metro de ellos y de asumir las consecuencias de sus actos.

El Verdejo (término más adecuado que el de Niño Verde; gracias, Catón) habla de conjuras provenientes de la Secretaría de Gobernación y en vez de explicar con un mínimo de inteligencia por qué aceptó un cochupo de dos millones de dólares, le echa la culpa de su desvergüenza y estupidez a Creel… como si eso no fuera genético. Por supuesto, como el descerebrado chipil que es, no ha aceptado siquiera que hizo algo incorrecto. Bonito Senador de la República. Y aquí sí, la culpa (y la responsabilidad) la tiene no sólo el indio, sino también el que lo hizo plurinominal.

Gustavo Ponce no tiene la culpa de ser un tahúr empedernido, no. La culpa es de Carlos Ahumada, quien lo invitó a echarse una jugadita, incluso prestándole dinero para que no se sintiera proletario y Ponce, ante un rasgo tan noble, no pudo decirle que no. Y luego, pues ya corrompido, siguió yendo a Las Vegas… en diecisiete ocasiones. Pobrecito; sin duda Ponce es una víctima digna de nuestra más profunda conmiseración. ¿Coperacha para ayudarlo a superar su… digamos… falla de carácter?

René Bejarano (quien ya tenía antecedentes de repartir leche contaminada entre el pueblo unido que jamás será lactosado) le echa la culpa a Salinas y a Martita Fox no de su corrupción (que aún no explica, como no ha dicho dónde quedó la lana del maletín), sino de ser parte de “un complot”. Suponemos que esta dupla singular le puso una pistola en la cabeza para que se echara los fajos de dólares en la bolsa del saco. Aquí la cuestión es que, aún habiendo renunciado, Bejarano sigue sin admitir que cometió un delito. O sea, un nulo sentido de la responsabilidad.

Andrés Manuel Lopejobradó ha llegado a extremos francamente delirantes, con tal de rehuir la parte que le toca en todo este turbio asunto. En primer lugar, se ha deslindado de Ponce y Bejarano. Pero, ¿quién puso al primero a cargo de los dineros del DF, e hizo al otro su secretario particular y operador político? ¿Quién les confirió semejantes responsabilidades? ¿La CIA? ¿La KGB? ¿Sarumán? ¿El Innombrable? Por cuestión de simple ética jerárquica (llamémosla así), el de arriba es responsable (hay que recalcar la palabra) de quienes están a su cargo, sean subalternos, hijos o alumnos.

No afrontar esta realidad elemental es no sólo tonto, sino cobarde (diga lo que diga el tabasqueño sobre su “valiente honestidad”). Como cobarde es tratar de desviar la atención sobre los asuntos más pertinentes (¿Dónde está la lana? ¿Por qué no sabía El Peje que su gente la recibía a puños?), enfocando las baterías a cómo se hicieron los videos y quién los tomó. La verdad, ¿es eso tan importante? Digo, si fueran falsos o parte de un montaje, otro gallo cantaría. Pero a mí me da lo mismo si fue la DEA o la Mafia o un resentido compañero de parranda o Martin Scorsese mientras filmaba “Casino” (1995) quien grabó a Ponce: el caso es que el tipo estaba apostando los dineros del pueblo, en esos momentos era funcionario del Gobierno del DF y era por tanto responsabilidad del Jefe de ese Gobierno.

Claro que un gobernante no puede supervisar la vida personal de sus empleados. Pero ¿diecisiete viajes a Las Vegas del Secretario de Finanzas? ¿Gastando el equivalente a cien meses de sueldo? Si El Peje no se enteraba de eso, entonces quien quiere gobernar el país demuestra una incompetencia tal, que lo incapacita para administrar la kermés de la Parroquia de San Judas Tadeo (podrá repartir los pollitos de la tómbola, eso sí: para regalar lo que no es suyo ha salido tan bueno como Echeverría).

Como me importa muy poco quién le dio el video de Ahumada al diputado panista Döring y si quien lo hizo era su amor, su cómplice y todo, o su compañera de matatena: lo que me asqueó fue ver a un supuesto izquierdista llenándose los bolsillos con dólares, siendo en esos momentos uña y mugre de quien se precia de no ser corrupto… basándose en sus pésimos gustos automovilísticos y de vestuario. Digo, ser corris no es sinónimo de ser honrado; sólo aquellos trasnochados que siguen considerando el estilo Mao como igualitario, pueden seguir creyendo semejante sandez.

En el Primer Mundo, el más alto en la jerarquía sorprendido con semejantes subalternos habría dado una disculpa pública por tener esos bichos en la nómina, por ser tan corrupto como ellos al haberlos mantenido ahí (o tan tonto que no se dio cuenta de lo que hacían) y hubiera procedido a renunciar por simple sentido de la vergüenza… y sí, de la responsabilidad. Aquí (Tercer Mundo a fin de cuentas), Lopejobradó se saca de la manga una conspiración que parece incluir al Ecoloco, el Capitán Garfio y dos o tres infiltrados en Minas Tirith y en pleno delirio Chavezco, convoca a las masas en la plaza para que lo exoneren públicamente. Sólo espero que en la manifestación de acarreados del día de hoy no se aparezca en el balcón, abra los brazos y empiece a cantar “No llores por mí, Iztapalapa/ tu Peje no te abandona”.

Y si a responsabilidades vamos, ¿qué ha hecho el Gobierno de la República? ¿Qué debe hacer un Gobierno de transición ante esta oportunidad de oro para limpiar los establos de Augías (quinto trabajo de Hércules… y primero que debió emprender Fox hace tres años) de la política mexicana? ¿No sería lógico que saliera en red nacional y apelara a la indignada población para que, ahora sí, se le exija al Congreso que deje de rascarse las verijas y legisle lo necesario para crear un Estado de Derecho?

¿No es el momento para que el partido del Presidente introduzca propuestas que eliminen el anacrónico (y perdulario) fuero legislativo? ¿No es éste el momento para repartir mandarriazos contra los corruptos políticos y civiles que todos conocemos, pero que se han sentido históricamente protegidos por la red de intereses de la que siempre hemos tenido referencias, pero de la que ahora poseemos videos? ¿No es el momento en que el Secretario de Gobernación puede acorralar a los líderes de los partidos y decirles que, en vista de que su prestigio no puede caer más bajo llegó el momento de negociar y sacar adelante las urgentes reformas que (la realidad de) el país reclama a gritos? Creo que eso es lo que, mínimamente, debería hacer un Gobierno Federal responsable.

Pero ¿cuál fue la respuesta a esta situación excepcional y excepcionalmente buena para tomar el toro por los cuernos, con el apoyo de una ciudadanía asqueada de la clase política que tanto ha estorbado (o eso nos ha dicho él) al Presidente? Bueno, Creel se vistió de charro y se puso a galopar por las praderas del norte con caballeros a carta cabal como el gobernador de Hidalgo (a quien yo, la verdad, evitaría se me acercara apartándolo con una pértiga; no vaya a ser contagioso…). Luego salió con la novedad de que los corruptos son los individuos y no las instituciones, que quienes afirman que a los Hobbits les huelen las patas por peludas son discriminatorios y no sé qué otras notables piezas de sublime oratoria.

¿Y Fox? Fue a catedral a oír al cardenal decir otras sagradas sandeces y luego partió a Crawford, Texas, donde otro personaje con evidentes limitaciones intelectuales le dio atole con el dedo (creo que ni carne asada hubo) y lo utilizó nada más para salir en una foto que le pueda servir a Bush en su trompicante campaña. Ni una apelación a las chiquillas y chiquillos que esperan que les entregue un país más justo y decente. Ni una acción razonablemente audaz. Otra vez el “¿Y yo por qué?” que convierte a todo México en un inmenso Cerro del Chiquihuite.

Aunque, decíamos, esta absoluta falta de sentido de la responsabilidad es universal. Y empieza a manifestarse desde la más tierna infancia. Un caso local, muy elemental, ya nada más para terminar.

Hace tiempo, en el programa radiofónico de Marcela Pámanes, una señora (llamémosla A) comentó el terrible caso de una amiga suya (llamémosla B) que por descuido o el ajetreo natural había dejado un video medio porno (o porno y medio) dentro de la VCR. La señora B luego sorprendió a su hijita de seis años viéndolo con una mezcla de curiosidad y azoro. Para cerrar, la señora A, indignada, dijo algo así como: “Deberían prohibir que los clubes de video renten esas películas”. ¡El responsable del desaguisado era el club que había rentado el video, no los adultos fodongos que no tuvieron el cuidado elemental de evitar que esos materiales estuvieran al alcance de sus hijos! Como buenos mexicanos, la culpa es de otros; yo renté el video, pero la culpa es de quien me lo rentó; yo soy un menor de edad, lesionado cerebral, incapaz de asumir mi responsabilidad individual. Como que habría que reflexionar un poco acerca de esto… y así explicarnos por qué las nuevas generaciones están conformadas por monstruos de egoísmo, frivolidad y… sí, irresponsabilidad. Cría cuervos y luego no te quejes… ni te extrañes que luego nos gobiernen.

Consejo no pedido para ser lánguidamente videograbable: Escuchen el concierto de “Yani en la Acrópolis”; lean “El Ángel Azul” de Heinrich Mann, sobre la corrupción de un humilde profesor y vean “Dejando Las Vegas” (Leaving las Vegas, 1995), con Nicholas Cage y la sublime, etérea Elisabeth Shue. Provecho.

Correo: francisco.amparan@itesm.mx

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