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Zapatismo/Jaque Mate

Sergio Sarmiento

“Lo que cuenta es lo que se hace y no lo que se tenía intención de hacer”.

Jorge Edwards

Mucho he leído en la prensa en las últimas semanas sobre el décimo aniversario del levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. La mayoría de los artículos que he visto, particularmente en La Jornada, que es la publicación que por mucho le da más espacio al tema, han sido muy elogiosos para el EZLN. Quienes no tienen una posición favorable a la organización o no se han preocupado del tema o no han querido escribir sobre él. En realidad el movimiento zapatista ha sido un fracaso en dos puntos fundamentales. Fue incapaz de derrocar militarmente al Gobierno de Carlos Salinas de Gortari, como se lo propuso.

Tampoco se convirtió, sin embargo, en un movimiento político que pudiera negociar para dar a los indígenas de Chiapas y del país un mejor nivel de vida. El gran triunfo del EZLN ha sido servir de acicate a las conciencias.

Si una virtud tuvieron los zapatistas desde un principio fue recordarle a México y al mundo que los habitantes originales de México y del Continente Americano viven existencias de enorme pobreza. Con el paso del tiempo el EZLN se ha convertido en una eficaz maquinaria de información y propaganda que mantiene este tema constantemente en la agenda. El que un problema se identifique no significa, sin embargo, que se pueda resolver. En diez años desde la Declaración de la Selva Lacandona la situación de los indígenas no ha mejorado. Es verdad que el EZLN no ha tenido a su cargo el Gobierno del país o de Chiapas para aplicar sus políticas, pero ni siquiera en la zona de Chiapas que controla ha habido mejoría.

Todo lo contrario, la incertidumbre generada por el movimiento zapatista, especialmente entre los pequeños propietarios agrícolas, ha deteriorado todavía más el nivel de vida. Parte del problema es que las soluciones que los zapatistas han propuesto a los problemas de las zonas indígenas son equivocadas. El establecimiento de sistemas políticos y legales basados en “usos y costumbres”, que rechazan el voto, difieren de comunidad en comunidad y violan derechos individuales, ha sido un retroceso importante. Las disputas por la tierra y los pleitos entre clanes, como los que llevaron a la matanza de Acteal en diciembre de 1997, han adquirido una violencia que no existía antes del zapatismo.

El énfasis en permitir únicamente formas de trabajo colectivo de la tierra ha tenido un impacto muy negativo en la economía. Después de la rebelión de 1994 el Gobierno buscó apaciguar a las comunidades zapatistas expropiando pequeñas propiedades agrícolas y repartiéndolas. Estas propiedades permanecen yermas. Los grupos que las controlan no han sabido ponerse de acuerdo para la producción. Chiapas, que era un estado de considerable producción ganadera, ha resentido una caída muy fuerte en este rubro. El Gobierno también ha fallado. Desde 1994, ningún estado de la República ha recibido recursos gubernamentales tan generosos como Chiapas. Pero esta cascada de dinero no ha tenido efectos significativos en el nivel de vida de la gente. Si no se crean las condiciones que permitan la inversión productiva, es vano esperar que surjan los empleos que puedan transformar a la sociedad chiapaneca. Parte de la culpa es del propio EZLN. Su ideología le impide aceptar la inversión privada y esto condena a las regiones en las que opera a permanecer estancadas. Pero el radicalismo le ha impedido también negociar con cualquier Gobierno Federal o Estatal. No lo pudo hacer con los regímenes priistas, pero tampoco lo ha podido hacer con el Gobierno Federal del panista Vicente Fox o con el Estatal de Pablo Salazar respaldado por el PRD y el PAN.

Lo peor de todo es que no parece haber visos de mejorar. Los dirigentes del EZLN se benefician en lo personal del marasmo. Les conviene que la pobreza en Chiapas se perpetúe porque eso le da razón de ser a su movimiento. Se han convertido en héroes románticos de una generación de izquierda que perdió mucha de su justificación con la caída de los regímenes comunistas. El desfile de “rebeldes”, de Danielle Mitterrand y Oliver Stone hasta los más humildes monos blancos, le da al zapatismo una forma de vida y razón de ser. Lo que es bueno para los dirigentes del EZLN, sin embargo, no lo es para los indígenas. Para ellos estos diez años no pueden ser motivo de celebración. Ésta ha sido para ellos una década perdida.

Tlalnepantla

La violenta disputa por la alcaldía de Tlalnepantla, Morelos, es muestra de que el germen del zapatismo sigue vivo. Nuevamente aquí se presenta un conflicto entre un gobernante electo por el voto contra un grupo político que insiste en que la verdadera legitimidad se obtiene únicamente de una ideología particular.

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sergiosamiento@todito.com

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