El 24 de mayo en una videoconferencia desde París, el jefe de estudios económicos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) Nick Vanston, dijo que si México mantiene ritmos de crecimiento de cuatro por ciento anual va a tomar al menos dos centurias para reducir su brecha respecto a otros países miembros de la OCDE. Esas palabras, por alarmantes que parezcan, son buenas y malas noticias.
Son buenas noticias porque diversos estudios (que he comentado en otras columnas) muestran que las brechas de ingresos y de productividad que existían en 1900 entre México y Estados Unidos se han mantenido constantes, mientras que las del resto de los miembros de la OCDE se han cerrado con la estadounidense. Es bueno oír, por tanto, que México abandonará finalmente el estancamiento que lo ha caracterizado por más de cien años y en los dos próximos siglos logrará reducir la brecha económica que lo separa de los otros países de la OCDE.
Son malas noticias porque el estimado de cuatro por ciento de crecimiento económico de la OCDE para este año y el 2006 se encuentra entre los cálculos más optimistas, por lo que si el crecimiento es menor a esa cifra, el cierre de la brecha tomará más de dos siglos. Son también malas noticias porque ninguno de los que vivimos en la actualidad veremos ese resultado. Tampoco nuestros hijos y nietos.
La buena noticia es que si lográsemos crecer a ritmos más elevados, digamos de seis o siete por ciento, por la magia del interés compuesto, la brecha se podría cerrar en menos de un siglo. Esto despertaría mayor entusiasmo en las generaciones actuales, en especial las más jóvenes, que recibirían los beneficios del desarrollo de nuestro país antes del ocaso de sus vidas. Vanston señaló que esas tasas de crecimiento no están fuera “de lo asequible. Es cuestión de un marco estructural correcto”. Y aquí está el meollo del problema.
La mala noticia es que mientras que es fácil identificar las causas de nuestro malestar económico, resulta sumamente difícil, yo diría, prácticamente imposible, aplicar en plenitud las políticas públicas y las reformas económicas que las resolverían. La razón no es un secreto, como lo prueba el mismo Vanston al advertir que alcanzar ese ritmo de crecimiento depende más de una cuestión política que económica.
La buena noticia es que el Presidente Fox dice seguir firme en su promesa de crecer al siete por ciento anual. Esto lo señaló a fines del mes de enero cuando en una gira por el estado de San Luis Potosí afirmó que la obra de su gobierno “ya está redondeándose”, al anunciar que “en noviembre pasado la economía mexicana ya creció al seis por ciento… que es muy cercano al 7 por ciento que se me sigue recordando.” Ahí dijo que terminará cumpliendo los compromisos planteados al pueblo de México porque seguirá “trabajando duro todos los días para llegar a alcanzar ese siete por ciento de crecimiento”.
La mala noticia es que esa expectativa de crecimiento cercano al siete por ciento este y el próximo año sólo la comparten algunos de los más cercanos colaboradores del Presidente. Los analistas económicos y las organizaciones internacionales difieren considerablemente de esa opinión. La revista The Economist dio a conocer en su número del 20 de mayo su encuesta sobre crecimiento económico en 2005 y 2006 para 25 países en desarrollo. Esas estimaciones colocan el crecimiento de México en el lugar 20 con un 3.9 por ciento para 2005 y en el poco honroso lugar 25 con un 3.4 por ciento para el próximo año.
Esto se debe, en gran parte, a que Fox desperdició su capital político en aras de utópicos consensos en sus primeros años de gobierno, por lo que ahora su “trabajo duro” es irrelevante para alcanzar esa cifra, lo que reconoció la semana pasada al declarar que “mientras no se aprueben las reformas estructurales el país estará condenado a un crecimiento mediocre”.
La buena noticia es que quizá crezcamos más aceleradamente después de 2006, en particular si para entonces Estados Unidos está en pleno proceso de resolver sus desequilibrios económicos. La mala noticia es que, aún con un entorno internacional muy favorable, no contamos con las bases necesarias para ello.
Un estudio realizado por Ebrima Faal “GDP Growth, Potential Output, and Output Gaps in Mexico” (IMF Working paper) de mayo 2005 muestra que, después de tomar en consideración el incremento de la productividad y el crecimiento del producto potencial en México, la expansión más probable será de 3.2 por ciento para el periodo 2005-2009, lo que de ocurrir haría que tomara bastante más de dos siglos cerrar la brecha con las naciones ricas de la OCDE.
La buena noticia es que tenemos una democracia y que la gente confía que sus representantes aprobarán pronto las reformas necesarias para mejorar considerablemente nuestras perspectivas económicas. La instrumentación de las reformas energética, fiscal, institucional y laboral, así como la eliminación de regulaciones y trabas burocráticas ayudaría bastante en ese sentido.
La mala noticia es que la democracia no es garantía de que se tomarán las medidas correctas, como lo muestra el que nuestros legisladores no tienen interés alguno en realizar los cambios necesarios para lograrlo. La evidencia nos dice que no hay relación directa entre democracia y crecimiento económico, y menos cuando se trata de los países emergentes, donde las tasas de crecimiento elevadas se han asociado siempre con dictaduras o naciones no democráticas.
La buena noticia es que el próximo año tendremos un nuevo presidente y un nuevo Congreso. La mala noticia es que todo apunta para que ese nuevo presidente sea Andrés López, quién reducirá aún más nuestras perspectivas de crecimiento económico; y por si eso fuera poco, el nuevo Congreso no implicará una mejora cualitativa respecto al actual.