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“El voto inútil”/Sobreaviso

René Delgado

Primera de dos partes

Si en el año 2000 la coyuntura impuso la necesidad de hablar del voto útil, la circunstancia actual obliga a hablar del voto inútil. Los partidos políticos están haciendo todo lo posible por demostrar al electorado la inutilidad del voto. Muy poco les importa el tamaño del esfuerzo realizado para darle credibilidad al voto como el recurso pacífico y civilizado para resolver las diferencias y perfilar el tipo de nación que se quiere.

El empeño ahora está puesto en demostrar que el voto sirve no al ciudadano sino a los partidos. Inútil para otorgar un mandato claro, útil para colmar ambiciones de poder grupales o personales, sin importar para qué se quiere ese poder. A veces por error, a veces por perversión pero siempre bajo la divisa de ampliar la correspondiente cuota de poder, los partidos políticos están haciendo exactamente lo contrario de lo que deberían hacer: cuidar las instituciones políticas y electorales para mantener en el carril de la civilidad y la institucionalidad la solución de sus diferencias y la construcción de una nación.

*** En el ámbito de los partidos políticos, el tráfico -esa es la palabra- de candidatos para conquistar o retener posiciones de poder o, al menos, para fortalecer la presencia de la organización correspondiente se ha llevado al extremo de ignorar antecedentes, trayectorias e ideologías de los postulados. No importa nada de eso, si el cuadro traficado garantiza una posición de poder o la ampliación de las prerrogativas del partido que lo postula. En más de un concurso electoral, los partidos “compiten” -si vale la palabra- con candidatos completamente ajenos a su pretendida práctica y pensamiento político, a cambio de que el postulado garantice el pastel completo del poder o, al menos, una tajada de él. A su vez, los partidos pequeños operan como simples satélites de los partidos grandes para asegurar el registro que les garantice el rellenado de sus arcas con los dineros públicos o les garantice el negocio político que los anima.

*** Acción Nacional se hace de Rubén Mendoza Ayala en el Estado de México importándole muy poco el sacrificio del cuadro, José Luis Durán, que venía desarrollando y perfilando como candidato. Como el desarrollo de Durán no garantizaba ni el triunfo ni el crecimiento partidista, lo desechan y toman sin el menor recato a un cuadro que nada tiene que ver con ellos pero que les dará dividendos políticos en el corto plazo. Podría pensarse que una golondrina no hace verano, pero lo cierto es que no se trata de una golondrina.

En realidad, es una parvada. Y es que si se voltea a ver a la candidata de Acción Nacional a la gubernatura en Quintana Roo, la situación no es distinta. Addy Joaquín Coldwell es una priista por más que de albiazul se vista en la ocasión electoral. Y si se voltea la vista a Tlaxcala, la actuación de Acción Nacional no fue en nada distinta. De nuevo, sin el menor recato adoptaron a un priista, Héctor Ortiz, como el mejor representante de Manuel Gómez Morín. Querían aparecer en el mapa de la Entidad, no ser en la Entidad. Qué importaba, entonces, engañar al ciudadano. Y, en forma diferente pero no muy distinta, hicieron lo mismo en Veracruz. Al estratega priista que se encargó supuestamente de fortalecer la campaña albiazul, Miguel Ángel Yunes, lo condecoraron ahora en el Gobierno federal con una subsecretaría de Estado, clave en el ámbito de la seguridad pública y peligrosa si se utiliza para perseguir a los adversarios políticos. Ese es el partido que se quiere presentar a la sociedad como el más sólido, como aquel que más alto agita las banderas de la congruencia, el cambio y la honestidad política. Vaya oferta que le hacen al electorado. Los simpatizantes del PAN pueden elegir entre el PRI y el PRI, bajo siglas del PRI y del PAN.

*** En ese juego de tomar o reciclar cuadros sin importar de dónde vengan, también participa jubilosamente el Partido de la Revolución Democrática. En el caso del perredismo, particularmente en el caso de la gubernatura de Hidalgo, esa falta de moral política se lleva al extremo. Consideran como su mejor hombre para participar al mismo que años atrás, vistiendo orgullosamente la camiseta tricolor, les hizo fraude electoral. Sí, el hombre que operó los fraudes que el perredismo sufrió en Michoacán y que alcanzó la fama nacional de plomero electoral y transa político, un priista desahuciado, José Guadarrama Márquez, es el cuadro que el perredismo postula para el Gobierno de Hidalgo. Peor decisión no podía tomar el perredismo y, sin embargo, impulsa la canalla política.

En Quintana Roo, la decisión perredista no fue muy distinta. Tomaron a un prestigiadísimo cuadro del Partido Verde Ecologista, Juan Ignacio García Zalvidea, como su candidato al Gobierno. Ni como izquierdista ni como ecologista pasa el candidato perredista pero eso muy poco importa, el nombre del juego es ampliar el territorio dominado y, entonces, ni por equivocación se mira la incongruencia en que se incurre.

*** El PRI, por su parte, juega menormente pero participa también en el tráfico de candidatos. Ahí está el caso de Rodimiro Amaya en Baja California Sur. Muy poco importa que ese cuadro priista se haya ido al perredismo para, luego, regresar al priismo. Se le ve, no como un traidor, sino como un hombre que cambia frecuentemente sus lealtades y, si garantiza al menos la posibilidad de recuperar un territorio perdido, el priismo lo postula. Qué importa el mensaje que se da a los cuadros del partido que consideraban que la elección era su oportunidad para crecer, más vale jugar seguro y entonces, muy poco importa el número de veces que su candidato se quite y se ponga la camiseta de ese o aquel otro partido.

*** Desde luego, en el afán de justificar el tráfico de candidatos se recurre al argumento parcialmente cierto de que eso ocurre aquí y en todo el mundo. Sin embargo, lo que no ocurre en el mundo es llegar al extremo donde, como ocurrió en Tlaxcala, se le proponga al electorado votar por el PRI, por el PRI o por el PRI bajos siglas distintas y presumir que se consolida la democracia y se enriquece la pluralidad política.

Tampoco ocurre en el mundo que los partidos adopten como suyos y sin el menor reparo a quienes los traicionaron o, peor aún, a quienes intentaron destruirlos. Una cosa son los cambios que se registran en la cultura política, otra muy distinta echar mano de la subcultura política para salir del paso y coronar la ambición de corto plazo. Si bien esa compostura de los partidos políticos grandes podría quedar reparada con las propuestas o alternativas que ofrecieran las formaciones pequeñas, eso no ocurre en México. Esas otras fuerzas han hecho de la alianza con los partidos grandes una forma de sobrevivencia o, peor aún, un jugoso negocio.

El caso extremo lo representa, desde luego, el Partido Verde Ecologista. Esa fuerza tasa y cotiza sus alianzas, haciendo del partido una rentable empresa y de la política un muy buen negocio. Sin embargo, con un poco más de pudor, no algo muy distinto hace Convergencia o el Partido del Trabajo, buscan su partido pareja y en esa medida colocar en el mercado el bono de sus acciones. En ese juego, el único que pierde es el electorado.

Continuará mañana...

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