Ése es el título -“Soy todo tuyo”- conque Juan Pablo II denominó a una serie de mensajes, reunidos a partir del inicio de su papado, plasmados después de sus ejercicios espirituales y que ahora son conocidos como “El Testamento del Papa”, que nos dejan conocer parte de sus pensamientos más íntimos, escritos en su idioma natal, el polaco, que invitan a la reflexión de lo que era y pensaba el líder más sorprendente de los fines del siglo XX y los inicios del XXI.
Ese Papa se llamaba Karol Jozef Wojtyla, nacido en Wadowice, Polonia, el 18 de mayo de 1920; contaba con estudios universitarios y un doctorado en Filosofía de la Universidad Jagiellonian de Cracovia; disfrutó ser actor y director teatral, lo que evidencia su alta sensibilidad, actividad que amaba y que abandonó sin dudarlo a partir de 1942, año de su ingreso a un seminario clandestino para ordenarse sacerdote en 1946. Luego de ser capellán en una zona rural pobre, ascendió a Obispo, Arzobispo y finalmente fue Papa.
Fue conocido como el “Papa Viajero”, por sus casi 100 viajes realizados al extranjero que incluyeron a 130 países y 604 ciudades, además de otras 140 del interior de Italia, en un recorrido medido en casi dos millones de kilómetros. Pero si esos datos son impresionantes, su trabajo intelectual no lo es menos: escribió más de 20,000 discursos, todas piezas de profunda reflexión y orientación religiosa, 13 encíclicas, otras tantas exhortaciones apostólicas, 41 cartas de apostolado y un nuevo catecismo; dio miles de audiencias de diferente índole y calculan en 17 millones las personas que recibió en sus audiencias generales.
Sufrió varios atentados, uno casi le cuesta la vida y afrontó seis diferentes intervenciones quirúrgicas de importancia, sin contar las maniobras que le hicieran para aplicación de sondas en los últimos días de vida. Su Gobierno estaba compuesto por numerosas organizaciones, desde la sede apostólica, órdenes, colegios, decanurias, comisiones, dicasterios, oficinas y organismos distintos, incluidos los promotores de la fe, financieros y de comunicación social, hasta consejos varios y la propia Secretaría de Estado. A todos sus colaboradores les dedicaba el tiempo necesario y para lograrlo debía pasar, al menos, 14 horas diarias en su despacho. ¡Y así transcurrieron, sin días de descanso, más de 26 años!
Juan Pablo II, era un Papa con dos facetas en su personalidad: la del hombre manso, bueno, pastor emulable, del que ahora hablan de canonizarlo y el líder fuerte, suficiente, con visión clara y de ideas firmes, que entre otras cosas impulsó la caída del sistema comunista en el mundo y llegó a declarar que “la democracia no me parece la mejor forma de vida, pero por lo pronto no conozco otra mejor”, en un claro reproche a las injusticias sociales y de poca equidad que vive el sistema occidental.
Con esa fuerza y visión enfrentó a sacerdotes que se rebelaban a sus superiores; obispos que trataban de desviar a la Iglesia Católica o desvirtuar su misión en la Tierra; a grupos religiosos que desde el Vaticano insistían en promover los radicalismos, desde los fundamentalistas hasta los seguidores de la teología de la liberación y la infiltración del socialismo.
En distintas ocasiones habló del compromiso con los pobres, como en su discurso a los indígenas y campesinos de México, en 1989, cuando refiriéndose a los “ricos” y la falta de oportunidades para los desposeídos dijo: “ellos sabían muy bien cuán importante es la cultura como vehículo para transmitir la fe, para que los hombres progresen en el conocimiento de Dios. En esto no puede haber distinción de razas ni de culturas, no hay griego ni judío..., ni esclavo, ni libre, sino que Cristo es todo en todos”... “el Papa actual quiere ser solidario con vuestra causa, que es la causa del pueblo humilde, la de la gente pobre. El Papa está con esas masas de población casi siempre abandonadas en un innoble nivel de vida y a veces tratadas y explotadas duramente. El trabajador que con su sudor riega también su desconsuelo, no puede esperar más a que se reconozca plena y eficazmente su dignidad no inferior a la de cualquier otro sector social. Tiene derecho a que se le respete, a que no se le prive -con maniobras que a veces equivalen a verdaderos despojos- de lo poco que tiene; a que no se impida su aspiración a ser parte en su propia elevación. Tiene derecho a que se le quiten las barreras de explotación, hechas frecuentemente de egoísmos intolerables y contra los que se estrellan sus mejores esfuerzos de promoción. Tiene derecho a la ayuda eficaz –que no es limosna ni migajas de justicia– para que tenga acceso al desarrollo que su dignidad de hombre y de hijo de Dios merece”.
En congruencia, en su “Totus Tus ego sum”, escribió: “No dejo tras de mí ninguna propiedad de la que sea necesario tomar disposiciones. Por lo que se refiere a las cosas de uso cotidiano que me servían, pido que se distribuyan como se considere oportuno “ y en 1979, en el citado documento: “La Iglesia defiende, sí, el legítimo derecho a la propiedad privada, pero enseña con no menor claridad, que sobre toda propiedad privada grava siempre una hipoteca social” ¿Qué le parece la grave observación para aquellos riquillos que creen que “su dinero es suyo” ?
También dejó una advertencia a su predecesor: “los tiempos en los que vivimos son inenarrablemente difíciles e inquietos. Se ha hecho también difícil y tenso el camino de la Iglesia, prueba característica de estos tiempos, tanto para los fieles como para los pastores. En algunos países, como por ejemplo en uno sobre el que he leído informes durante los ejercicios espirituales, la Iglesia se encuentra en un período de persecución tal que no es inferior a la de los primeros siglos, es más, la supera por el nivel de crueldad y de odio. “Sanguis martyrum – semen christianorum”. Además de esto, muchas personas desaparecen inocentemente, también en este país en el que vivimos…”. Más adelante, dice haber sido advertido sobre su misión: “el primado de Polonia, el cardenal Stefan Wischinski, me dijo: la tarea del nuevo Papa consistirá en introducir a la Iglesia al Tercer Milenio”.
No dejó fuera del mensaje la tolerancia hacia otras personas, con otras culturas y creencias y escribió: “¡Cómo no abrazar con un agradecido recuerdo a todos los episcopados del mundo, con los que me he encontrado en las visitas ‘ad limina Apostolorum’! ¡Cómo no recordar también a tantos hermanos cristianos, no católicos! ¡Y al rabino de Roma y a tantos representantes de las religiones no cristianas! ¡Y a quienes representan al mundo de la cultura, de la ciencia, de la política, de los medios de comunicación social!”.
Karol Wojtyla deja, junto a su herencia intelectual y de fe, grandes y graves problemas para atender por su sucesor, como las discusiones sobre aborto, divorcio, eutanasia, eugenesia, la inclusión, o no, mujeres en el sacerdocio y el celibato; igual hereda su muestra de bondad y reciedumbre, mezcla del verdadero cristiano que ama y que trabaja para trascender, fuerzas que deberá aprovechar su sucesor.
No por nada fue capaz de aglutinar a uno de cada tres habitantes del mundo pendientes de su salud frente a los televisores, que representaron dos mil millones de personas, de las que sólo novecientas mil son católicas; motivó que entre dos y cuatro millones de humanos lo fueran a despedir durante su velorio, desquiciando y rebasando toda capacidad organizativa y de servicios de Roma; y acercó a un millón más, que pudieron participar en la ceremonia religiosa de su sepelio, muchos de ellos políticos de todo el mundo, que debieron saludarse sin importar su origen, raza, o credo, en una última lección dada sobre la concordia, el amor y el respeto por el prójimo. Vendrá un nuevo Papa y esperemos confiados que siga el camino adecuado, hasta llegar a motivar al mundo para buscar y lograr una forma más equitativa de vida, de paz y armonía. ¿Qué le parece? ydarwich@ual.mx