Cuando las aguas parecen tranquilizarse en torno a la selección nacional, surge una nueva polémica ante el inminente llamado de argentino nacionalizado mexicano, Guillermo Franco, al tricolor para el encuentro frente a su similar de Guatemala.
En entrevista a diferentes medios, el timonel Ricardo Antonio La Volpe, dejó entrever, en una clara maniobra preparatoria a dicha convocatoria, que Franco es un jugador al que no se puede dejar de observar puesto que sus cualidades son innegables y que está nacionalizado (sic) por lo cual y si el grupo lo acepta él no tendría inconveniente en llamarlo ante la posibilidad de lesión de los delanteros Borgetti, Fonseca y Bravo.
Nadie puede discutir el derecho de un jugador naturalizado para formar parte de la selección nacional. El naturalizado no es un mexicano de segunda sino alguien que, previos los requisitos legales, decide renunciar a su nacionalidad de origen y opta por la del país en el que ha decidido vivir.
El problema radica en que parece que el proceso de naturalización de algunos futbolistas presupone una especie de pedido a la carta para poder formar parte de la selección nacional y así jugar en una Copa del Mundo.
Cuando La Volpe tomó el timón del representativo nacional afirmó que en México no había jugadores. Bien pronto tuvo que tragarse sus temerarias palabras y ver consolidarse a elementos como los jóvenes Ricardo Osorio, Carlos Salcido, Aarón Galindo, Alberto Medina, Luis Pérez, Gerardo Galindo y Gonzalo Pineda, sólo por mencionar algunos y entonces fue cuando surgió la famosa palabrita del “proceso”.
Este proceso ha incluido los diversos llamados al tricolor, en un período de tres años, de casi setenta jugadores y ahora resulta que la solución nos viene de afuera encarnado en un jugador del Monterrey llamado Guillermo Franco quién salvaría la República.
No tengo nada en contra de Franco como futbolista, pero los antecedentes demuestran que la convocatoria de jugadores naturalizados ha sido más bien un capricho del direcor técnico en turno que la real búsqueda de una solución definitiva para el funcionamiento de la selección.
Gabriel Caballero, otro nacionalizado, poco aportó al cuadro dirigido por Javier Aguirre y Antonio Naelson “Sinha” ha lucido sólo contra rivales mediocres y francamente inferiores.
Además, el naturalizado cuenta con un status envidiable pues se convierte en el único titular seguro en la oncena nacional. Es una especie de hijo favorito que lo coloca en un lugar de privilegio encima incluso de estrellas mexicanos.
Pienso que hay tareas pendientes antes de convocar, a la carta y para el mundial al elemento de Monterrey, Guillermo Franco.
Primero habrá que ver qué pasa con Cuauhtémoc Blanco, si se puede dialogar con él y hacer que el grupo lo acepte en el seno del representativo nacional. Luego, agotar las posibilidades de jugadores que ya estuvieron en el proceso, como Adolfo “Bofo” Bautista, Aarón Padilla y Rafael Márquez Lugo, para prevenir las eventuales lesiones de los delanteros titulares y luego, entender que una selección nacional debe integrarse con jugadores del país en cuestión.
Franco será muy nuestro paisano pero aunque en lugar de “Guille” le digan “Memo” no estaré de acuerdo en su inclusión, a la carta, en la selección que irá al Mundial.