EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

¿Abiertos?

Federico Reyes Heroles

Qué es el provincialismo se pregunta Milan Kundera. Su definición es tronante: “incapacidad de (o rechazo a) considerar su cultura en el gran contexto”. A primera vista diríamos que los mexicanos estamos lejos del provincialismo. Cuántas veces no hemos escuchado de los esplendores de los pueblos prehispánicos, desde la escuela primaria hasta aquella exposición itinerante con el modesto título de “Treinta siglos de grandeza mexicana”. ¿Provincianos nosotros?, para nada. Basta recorrer la capital del país para toparse con una auténtica metrópoli ¿o no? Si además le sumamos los tratados de libre comercio con América del Norte, Unión Europea, Japón entre otros, podremos concluir que ese asunto del provincialismo simplemente no nos queda.

Pero vamos más despacio. El brillante autor checo-francés, que en realidad es un autor universal, se refiere a una comparación presente, sistemática, cotidiana de lo propio en el gran contexto. Allí el asunto se complica. Comparar los destellos de la cultura Olmeca o Maya con los desarrollos científicos y culturales de otras latitudes en los mismos tiempos resulta bastante cómodo: observación de la cúpula celeste, trepanaciones, maravillosos centros ceremoniales, allí está todo ese mundo del cual nos vanagloriamos y con razón. No en balde millones de viajeros visitan esos fantásticos testimonios. El asunto se vuelve menos agradable cuando tenemos que comparar nuestras expresiones culturales del siglo XVI de nuestra era. Mientras Florencia o Venecia vivían los esplendores del Renacimiento los “antiguos mexicanos”, por utilizar el conocido término, seguían enfrascados en formas de convivencia humana que se habían quedado rezagadas conceptualmente. La Colonia, con todos sus esplendores arquitectónicos y su sabiduría, tampoco impulso una nueva cultura popular que destellara en el mundo. Los “antiguos mexicanos” vivían encerrados en sí mismos y la Colonia no fue exactamente un período de apertura.

En el siglo XIX, sobre todo en la segunda mitad, las elites conservadoras y liberales sí vivían alertas de lo que ocurría en el mundo. Basta con revisar sus lecturas y correspondencia para concluir que sus antenas culturales estaban altas. Pero la cultura popular no sufrió grandes cambios. La dictadura porfirista admiraba los logros culturales de otras naciones y no tuvo empacho en imitar. Notables artistas internacionales desfilaron por la capital y otras ciudades. Las grandes casonas afrancesadas hablan de un período de inconformidad e imitación. La Revolución, en sus distintas fases, encontró justo en esa inocultable y acariciada imitación un rasgo antipopular, antinacional. México debía regresar a sus orígenes y los orígenes auténticos estaban en el mundo prehispánico, indígena, campesino, rural. Si en el siglo XIX, como lo ha demostrado David Brading, la virgen de Guadalupe había sido el eje de encuentro de un incipiente nacionalismo, en el veinte lo popular fue el instrumento impuesto por el régimen en la mejor de las versiones del centralismo cultural. ¿Compararse?, ¿para qué?, si por definición lo mejor ya estaba adentro y nos venía de sangre.

Así México siguió cerrado en el siglo XX. No deja de ser curioso que un gran artista como Diego Rivera, por ejemplo, cuyos cuadros de la segunda y tercera década caminaban en paralelo de los de Picasso, haya regresado a expresiones figurativas cruzadas por el nacionalismo. ¿Abiertos? El cultivo de una “cultura oficial”, tan criticada por Octavio Paz, propició un maridaje entre estado y creadores que castró muchos talentos. De Rufino Tamayo a Manuel Felguérez, los caminos para acceder a lo universal eran vistos como traición. Uno de los mitos que tenemos que enfrentar es la idea de que México es un país abierto en lo cultural. Hoy nos afecta el provincialismo pues, siguiendo a Kundera, somos incapaces de llevar nuestra cultura contemporánea al “gran contexto”. Las comparaciones, nos irritan, nos duelen, son una afrenta.

Los museos son un termómetro de apertura cultural. Supongamos que el lector es profesor de secundaria o de preparatoria y desea que sus alumnos se confronten con algo del arte egipcio, o africano, o polinesio, o por lo menos algunas piezas griegas o romanas. ¿A qué museo puede acudir? Formalmente está el Museo Nacional de las Culturas en la calle de Moneda, pero la triste visita no pasará de maquetas y reproducciones con pésima museografía. Quizá los dos museos más universales de México sean el de Pedro Coronel, por la diversidad, y el de Manuel Felguérez, por su clara vocación abstracta. Los dos sitios nacidos por la generosidad de dos grandes creadores, los dos en Zacatecas. En México no hay un solo recinto, público o privado, en el cual se pueda admirar algún cuadro de los impresionistas o un Kandisnski o un Rothko. Menciono lo privado porque hay magnificas colecciones particulares, pero gracias a la perversa Ley de 1973, ser coleccionista en México es casi un delito. Por cierto la exposición actual del Museo Sumaya es excepcional. ¿No podríamos pensar en un gran museo de arte universal?

¿Abiertos? Pero no sólo en artes gráficas la comparación resulta incómoda. Si hacemos el mismo ejercicio, comparar a través de los museos, la importancia que hemos dado a la ciencia y a la tecnología en nuestro país, la cuestión resulta vergonzosa. El gran esfuerzo del Museo El Papalote y de Universum han venido a atajar un retraso preocupante, pero el camino sólo se inicia. ¿Dónde queremos que los jóvenes mexicanos se estimulen intelectualmente si los rodeamos siempre de nosotros mismos?

¿Abiertos? Quizá en economía y aún allí hay bemoles. La agencia más arriesgada en mediciones de globalización es quizá AT Kearney. Mide y pondera muchos factores, desde comercio internacional hasta llamadas telefónicas al exterior y del exterior. AT Kearney nos sitúa en la posición 43 de 62, por debajo de Senegal, Marruecos, Ucrania y Botswana entro otros. Veamos el acceso a banda ancha: menos que la República Checa, menos de la mitad que Polonia, 33 veces menos que Canadá o casi cincuenta veces menos que Corea del Sur. ¿Abiertos? ¿Cuántos becarios mexicanos hay en el exterior o, aún más rudo, cuantos extranjeros hay en México? ¿Qué nos quisieron decir los 618 mil 874 visitantes que en 104 días acudieron a la exposición Faraón? Las largas hileras hablaban de una necesidad cultural de conocer a los otros. El sábado pasado, en un notable auditorio exterior en Chicago, Carlos Miguel Prieto dirigió frente a 15 mil personas piezas de Revueltas, de Chávez, de Galindo, también de Piazzola y Pérez Prado Fue un éxito total. No se trata de despreciar lo nuestro, por el contrario. Se trata de llevarlo al “gran contexto”, de trascender el miope nacionalismo y acceder a lo universal. Se trata de dejar el provincialismo.

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 162440

elsiglo.mx