Quiérase que no, el político vive al filo de la navaja. Desde los cargos más modestos en los pueblos olvidados de cualquier estado, hasta los presidentes de la República o los candidatos a dicho puesto, pasando por alcalde y gobernadores, cualquiera puede estar expuesto a sufrir un atentado contra su vida.
No me extrañó, por ello, leer la noticia de que Andrés Manuel López Obrador ha recibido amenazas de muerte. No faltarán los locos que crean que atentando contra su vida salvarán el pueblo del peligro de un izquierdista delirante (aunque éste no lo sea).
Las conductas mesiánicas no son aves raras en el mundo en que vivimos y la historia reciente de México nos lo demuestra, por lo que no tenemos que recurrir a otros países para justificar nuestra afirmación.
Claro está que igual riesgo pueden correr personajes como Felipe Calderón o Roberto Madrazo e independientemente de las preferencias políticas, de filias y fobias, a nadie debe deseársele un mal de esa magnitud. Es más, no debemos desearle a nadie algún mal.
Sin embargo, eso no significa que dejemos de ver esa realidad, ese riesgo que enfrentan los hombres públicos y de manera especial aquellos que pretenden u ocupan un cargo de elección popular.
Si alguien está dispuesto a cambiar su vida por la de otro, estará en posibilidad de cometer una atrocidad de esa magnitud.
Ahí está Mario Aburto. Un asesino que cambió su libertad por la vida de Luis Donaldo Colosio.
Los motivos reales de ese homicidio permanecen en el misterio y el campo de la especulación política.
Las palabras que pronunciara Luis Donaldo aquel seis de marzo del noventa y cuatro y que tantos motivos diera a la especulación en aquel entonces, bien podrían ser suscritas hoy por cualquiera de los candidatos en campaña:
“Veo un México con hambre y sed de justicia...un México agraviado...veo hombres y mujeres afligidos por abusos de las autoridades...veo la arrogancia de las oficinas de Gobierno...veo a ciudadanos angustiados por la falta de seguridad...”.
Con todo y los avances que se quiera, ¿no es acaso este mismo panorama el que ven ahora quienes quieren llegar a la Presidencia?
No obstante ello, tenemos que admitir que una cosa es advertirlo, verlo, saberlo y otra muy distinta tener la voluntad política para modificarlo.
Pero en este México de tantas fracciones y tendencias, de tantas ideologías y doctrinas, de intolerancias e incomprensiones, suele suceder que a juicio de algunos, quienes no piensen como ellos no deben llegar a la Presidencia.
Y en el caso de López Obrador, ese riesgo se ve incrementado por el temor que (a mi juicio infundadamente) ha generado en ciertos sectores radicales.
Porque es éste un país con “candados” y de instituciones sólidas que obligadamente tienen que ser respetadas por cualquiera que ocupe la titularidad del Ejecutivo Federal.
Pero tenemos que aceptar que hay quienes no lo ven así y sienten que sobre sus intereses se cierne una amenaza que debe ser combatida a como dé lugar.
“Donde hay contradicción, hay lucha”, dijo alguna vez el emperador Adriano.
Y nosotros estamos viviendo en un tiempo de grandes contradicciones y por tanto de grandes luchas que se traducen en confrontaciones permanentes.
Esas grandes luchas nos llevan a atentar contra todos aquellos que tenemos por contrarios.
No hemos aprendido el valor de la tolerancia y del equilibrio interior que nace del respeto a los contrarios.
Sobresalen más, son más notorios los que gozan con la estridencia, el escándalo y el morbo. Los que incitan a la lucha fratricida y desean la muerte de los adversarios a quienes consideran enemigos jurados.
Ahí está el germen de nuestra propia destrucción. La semilla maligna que al germinar insita a otros a cometer grandes asesinatos.
El hombre público siempre ha vivido al filo de la navaja. Pero hay tiempos, como los actuales, en que se tambalea peligrosamente.
No contribuyamos a que las cosas se desequilibren.
