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Addenda/Cosas del destino

Germán Froto y Madariaga

Si me guío por los comentarios de sus amigos y no hay razón para no hacerlo, debo considerar que Ramón Martín Huerta era un buen hombre.

Por ese concepto debemos entender: aquella persona que tiene principios y valores. Que responde cabalmente a las responsabilidades que se le encomiendan, siempre con apego a la Ley. Sin dañar deliberadamente a otros, ni buscar para sí provecho personal.

De ahí que su muerte, así como la de los que lo acompañaban esa mañana fatídica, ponga de manifiesto una vez más, esa importante lección que todos deberíamos tener presente cada día de nuestras vidas.

Como se afirma en La Biblia: Cada día tiene su afán. Sólo éste y no otro, es el día que debe ocupar nuestra atención.

Y debemos hacerlo así, porque no sabemos (y qué bueno que lo ignoremos), cuándo vamos a partir de este mundo.

Con seguridad, Ramón Martín Huerta ni ningún otro de sus acompañantes, se imaginó que esa mañana, a las 10:45 horas, cuando abordó el helicóptero que lo trasladaría del Campo Marte al penal de la Palma, estaba viviendo sus últimas horas.

Aunque acudía a una ceremonia protocolaria en dicho penal, es posible que su mente fuera ocupada en alguno de los temas importantes de la agenda nacional en materia de seguridad pública.

En ese tipo de responsabilidades no hay días ni horas inhábiles. Quienes las desempeñan tienen que estar a disposición permanentemente, pues los acontecimientos en materia de seguridad así lo ameritan.

Pero en un solo instante, todo quedó atrás. Las preocupaciones, los asuntos pendientes, la obligación de rendirle cuentas al presidente, los problemas de falta de coordinación entre las corporaciones policíacas, la necesaria y permanente seguridad en el interior de los penales federales.

Todo eso que para el gran público son tareas que un funcionario debe atender y debe hacerlo bien, en un instante pasó a ser intrascendente. El ciudadano común exige mucho y entiende poco de riesgos, angustias y enfermedades.

Igualmente aleccionador es el caso de uno de sus auxiliares que fue bajado del helicóptero para que le cediera su lugar a José Antonio Bernal, tercer visitador de la Comisión Nacional de Derechos Humanos.

Así como los otros ignoraban que esa mañana se encontrarían con la muerte, este otro quiérase que no, debe haber sentido un gran alivio al saber que esa orden de que le cediera su lugar a Bernal le había salvado la vida.

Así opera el destino. En un minuto cambia y para bien la suerte de un hombre y se sella definitivamente la de otro.

Bien dicen que nadie escapa a su propio destino. Lo mismo en el baño de la casa que a bordo de una aeronave puede estarnos esperando el límite de nuestra vida. “Del rayo te escaparás, pero de la raya nunca”, solía decir mi madre.

¿Vale entonces la pena preocuparse tanto por el porvenir?

Sin caer en conductas irresponsables, ¿tiene sentido que nos pasemos los días preocupados por lo que sucederá mañana?

Yo creo que no.

Porque además de todo, el drama que ahora envuelve a la familia Huerta y a las de los demás que fallecieron en este accidente, pronto la olvidará el pueblo. Así es la vida y así de flaca tenemos la memoria social.

Ellos murieron en el cumplimiento de su deber y eso es loable. No como héroes, como según sostuvo el presidente. Pero sí, en forma encomiable desempeñando su trabajo. Asumiendo riesgos muchas veces no valorados por la gente. Se necesita que así, en forma dramática y brutal se produzca un acontecimiento como el comentado para que la sociedad se dé cuenta de los peligros que entrañan ciertas tareas públicas.

Sin embargo, más importante que eso es que nosotros entendamos cuál debe ser el sentido de nuestras vidas. Para qué estamos aquí y ahora, así como lo efímero de nuestro paso por este mundo,

Anthony de Mello, en su obra “Revelaciones”, sostiene: “La vida es como una botella de buen vino. Algunos se contentan con leer la etiqueta. Otros prefieren probar su contenido”.

No nos conformemos con “leer la etiqueta” de la vida que nos ha tocado vivir. Apreciemos lo grato de su contenido.

Y hagámoslo ¡ya! Ahora que aún estamos aquí.

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