Soy un optimista irredento. Si acaso volteo para escudriñar el pasado es sólo con el fin de valorar las cosas buenas que Dios nos ha regalado.
Ahora que es Año Nuevo, sé que lo común es que la gente haga un balance de lo que vivió el año anterior y formule propósitos para el que se inicia.
Pero como soy un convencido de que la vida está hecha de momentos y por tanto hay que vivirla así, por momentos y sólo por momentos y además dicen por ahí que los viejos hablan de lo que hicieron, los niños de lo que están haciendo y los tontos de lo que van a hacer, prefiero por ahora no formular deseos para un tiempo que no sabemos si llegará.
Quiero, en cambio, que reflexionemos sobre las bendiciones que el Señor ha derramado sobre nosotros en este año que recién concluyó.
Dejo a los pesimistas el reseñar los acontecimientos mundiales y nacionales que impactaron negativamente la vida del planeta y los que nos causaron asombro y sorpresa en nuestro entorno republicano.
Yo opto por el optimismo. Porque cada uno de nosotros se detenga un momento a contar todas las bendiciones que llegaron a nuestras vidas a lo largo de los últimos trescientos sesenta y cinco días.
Comencemos por agradecer el que estemos vivos y tengamos salud. El solo hecho de que usted esté leyendo estas líneas pergeñadas al vuelo al finalizar el año que concluyó, es signo inequívoco de que está vivo.
Si además goza de cabal salud, ésa es sin duda una gran bendición. Porque hay quienes, el año pasado, cumplieron su ciclo vital y ya no están con nosotros. Desde luego que ahora se encuentran en un lugar mejor, un lugar privilegiado destinado a los que abandonan este mundo y convertidos en luz, se adentran en ese otro que para nosotros es desconocido, pero que debe ser un mundo de paz y tranquilidad, exento de todo sufrimiento.
Los que aquí seguimos aún tenemos una misión importante qué cumplir. Porque vivir plenamente esta vida que nos han regalado es en sí una misión y el cumplirla con entereza, fortaleza y alegría es parte de ella.
Estamos pues vivos. Y tenemos un techo donde guarecernos. Ésta es otra de nuestras bendiciones. Contar con un hogar al que podemos llegar a descansar al final del día.
Pero si además de un techo tenemos una familia con la cual compartir nuestro tránsito por esta vida esa bendición es aún mayor, porque al través de ella conocemos y gozamos del amor.
La familia es el centro vital de la existencia del hombre. Por ella, por quienes la integran, nos afanamos cotidianamente y al buscar lo mejor para sus miembros estamos procurando nuestra propia satisfacción.
Si la familia se mantiene unida, no habrá nada externo que pueda afectar seriamente a sus miembros y ello les permitirá lograr una tranquilidad y armonía que a su vez produce la felicidad que requerimos para continuar nuestro camino.
El contar con un trabajo que genera cierta remuneración que posibilita el satisfacer nuestras necesidades fundamentales es otra de las razones para mostrar nuestro agradecimiento. No importa qué tipo de trabajo sea. Lo importante es que contamos con él y que desempeñarlo nos resulte grato.
Recordemos que el secreto para alcanzar la felicidad que todos anhelamos no está en hacer lo que amamos, sino en amar lo que hacemos.
Los hijos son otro motivo de agradecimiento. Ellos están aquí para darle sentido a nuestra vidas.
Contemos entre esas bendiciones a nuestros amigos, como comentaba hace días. Porque cada uno de ellos es una fuente constante de felicidad, aliento y apoyo.
Bien visto, toda la gente que nos rodea contribuye a nuestra felicidad. Lo hacen con sus consejos y orientaciones; con su ejemplo digno, honesto y generoso; con el apoyo desinteresado y la palabra oportuna que nos alienta y fortalece. Aun aquéllos a los que no conocemos pueden ser causa de fugaz felicidad, cuando nos regalan una sonrisa al cruzarse con nosotros.
Podría seguir enumerando bendiciones. Pero cada cual sabe mejor que nadie cuáles y cuántas son éstas. Sólo basta con que destinemos unos minutos a cuantificarlas y valorarlas.
Hecho esto, demos gracias a Dios por todas las bendiciones que nos mandó en el año que acaba de concluir. Y aprendamos a apreciar todo lo que tenemos.