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Addenda/Don Ricardo

Germán Froto y Madariaga

A los hijos se les educa y forma con el ejemplo y la razón. Quien pretenda lograr ese objetivo diciendo una cosa y haciendo otra o simplemente imponiendo su supuesta autoridad está condenado al fracaso.

En lo fundamental y también en lo secundario, en el actuar del hombre, la congruencia juega un papel determinante. No se puede tratar de convencer a un hijo de que la honestidad es un valor indispensable en la vida si se actúa deshonestamente. Como tampoco se le puede obligar a un hijo a que lea algo más allá de los libros de texto, si sus padres no lo hacen o en su casa ni siquiera existe una pequeña biblioteca.

Tampoco se educa a un hijo imponiéndole conductas, normas o formas de pensar. Tienen que esgrimirse razones para que el niño entienda las bondades de ciertos comportamientos o el porqué de determinadas normas morales, éticas y sociales.

A los hijos se les puede transmitir una religión o ideología. Pero hay que estar conscientes que llegará el día en que ellos ratifiquen éstas o adopten otras que a su juicio sean más valiosas o apropiadas para su forma de ser y pensar.

Las normas de urbanidad, el gusto por las artes, las aficiones personales no pueden inducirse en los hijos si los padres no las practican. Predicar con el ejemplo en esos casos es fundamental, como en muchos otros de la vida cotidiana.

Reflexionando sobre estos temas y por razones obvias, es que recordé a mi padre y todo lo que él me enseñó. Don Ricardo fue un hombre modesto, empeñoso, trabajador, honesto y con un grande sentido del humor.

Nació en San Pedro y desde muy temprana edad (siete años) quedó huérfano y tuvo que trabajar para ayudar a su madre y hermanos. Después de la muerte de su padre tendría que enfrentar al poco tiempo la de su hermano Germán, quien murió muy joven.

Desde ese entonces y hasta su muerte no dejó de trabajar.

Con esfuerzo y dedicación se hizo, primero, tenedor de libros y después contador.

Fue incluso profesor de contabilidad en una escuela comercial, lo que seguramente le permitió acceder a cierto ingreso adicional con el fin de aumentar un poco la modesta economía familiar.

Liberal de pensamiento, nunca lo vi adoptar posiciones radicales. Siempre razonaba el porqué pensaba así y se mantenía abierto al conocimiento y a la razón.

Le fascinaba, eso sí, la figura de Cristo y todavía deben andar por ahí algunos escritos suyos que vieron la luz pública en la prensa local, sobre la vida del Nazareno.

Le gustaba mucho leer y escuchar música. De manera especial a Lara y los tangos de Gardel. Esa afición me la transmitió sin mediar palabra; sólo a base de escuchar aquella música y disfrutar junto a él esas hermosas melodías y el contenido inolvidable de sus letras.

Tenía mi padre una envidiable facilidad para versificar. Por ello, durante muchos años fue epigramista de “La Opinión” en el tiempo en que don Edmundo Guerrero dirigía ese periódico.

En cierta forma él tuvo la “culpa” que yo comenzara a colaborar en la prensa escrita cuando apenas frisaba los veinte años. Quizá por ello, dicho sea de paso, ahora que leo algunos de aquellos escritos no entiendo cómo me daban cabida en el periódico. Eran muy generosos, sin duda. En su desempeño profesional mi padre demostró siempre un apego al trabajo que fue reconocido por muchos de aquellos para los que prestó sus servicios.

Su profesionalismo, responsabilidad y honradez eran para él sus mejores cartas de presentación y se transformaron en una impronta en sus hijos que nos marcó, y para bien, a todos.

Fue también un hijo ejemplar. Pues desde niño vio siempre por su madre, a quien no obstante ello, le dio ciertos dolores de cabeza. De manera especial recuerdo aquella anécdota que contaba mi abuela cuando con unos policías lo bajó del tren pues mi padre ya se iba a “vivir su vida” con una artistilla llegada a San Pedro con una compañía de trashumantes. Pero en aquellos días apenas era un joven inexperto y enamoradizo.

Mi padre nos educó con el ejemplo y la razón. Son los únicos medios que yo entiendo válidos para lograr ese propósito.

Lo demás, es circunstancial y ya no es responsabilidad de los padres.

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