¿Por qué la estridencia y la confrontación tienen que ser las constantes en nuestra vida política nacional?
No hay partido político que en su interior no esté afrontando un conflicto que pueda dar al traste con sus aspiraciones lógicas y legítimas de conquistar el poder para llevar al cabo un determinado programa de Gobierno.
Si analizamos la situación que se presenta, por ejemplo, en el Partido de la Revolución Democrática, nos encontraremos que las confrontaciones entre Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador pueden acabar con la posibilidad de que por primera vez en la historia de México un partido de izquierda llegue a la Presidencia de la República.
En el caso de Acción Nacional, ya se dieron las primeras fisuras con el retiro de la escena política de Carlos Medina Plascencia y Francisco Barrio; y las divergencias entre Santiago Creel, Felipe Calderón y Alberto Cárdenas pueden acarrear el que ese partido no conserve la Presidencia.
Pero otro tanto sucede hacia el interior del PRI, en razón de la confrontación entre Roberto Madrazo y Elba Esther Gordillo, pues si bien estatutariamente la maestra, en su carácter de secretaria general, debe asumir la presidencia del partido merced a la inminente renuncia de Madrazo, los seguidores de éste y él mismo, se niegan a que eso suceda.
En el mejor de los casos, para los madracistas, Elba Esther debe asumir ese cargo sólo por el lapso de sesenta días. Pero lo que éstos pretenden es que en un solo acto, el Consejo Político Nacional conozca de la renuncia de Madrazo y nombre a su sucesor, lo cual es violatorio de los estatutos, por más interpretaciones torcidas que sobre ese punto se puedan hacer.
Si los seguidores de Madrazo no querían que la maestra llegara a la presidencia, eso debieron haber considerado cuando la invitaron a integrar fórmula con Roberto, pues desde entonces sabían perfectamente que éste iba sobre la candidatura a la Presidencia de la República y que en tal caso ella lo sucedería.
Las cosas están llegando a un extremo tal que el SNTE amenaza con abandonar al partido, si la gente de Madrazo impone su voluntad por encima de la Ley, y si tal amenaza se concretara sería un duro golpe a la estructura del PRI. Ello sin considerar que otros grupos pudieran hacer lo mismo que el mencionado sindicato.
Urge entonces que el PRI resuelva sus diferencias, pero en base a la Ley y la razón, buscando preservar la unidad del partido. Porque unos y otros saben muy bien que divididos no es factible recuperar la titularidad del Ejecutivo, que es la aspiración de los priistas del país.
Es verdad que en todos estos asuntos priva la condición humana de la cual forman parte sentimientos tan negativos como la ambición, el odio y el rencor. Pero no se debe perder de vista que todo ello sólo conduce a la confrontación y por ende a la desunión que vuelve imposible la consecución de cualquier objetivo político.
No es posible que en un país como el nuestro, en el que debemos cuidar nuestro sistema democrático, se esté apostando a que el partido menos dividido sea el que llegue a la Presidencia.
Porque está probado que el presidente, quien quiera que éste sea, requiere un partido fuerte para apoyarse en él a fin de construir una plataforma desde la cual pueda impulsar su proyecto nacional.
En cierta forma, por eso fracasó el presidente Vicente Fox. Porque llegó al cargo apoyado más por la propia estructura que armó durante la campaña, que por el PAN. Y apostó a que el PRI iba a desaparecer y el PRD, fuera del Distrito Federal, no era nadie para bloquear su presunto proyecto de Gobierno.
El propio Fox alguna vez declaro que él creyó que como había llegado al cargo con el apoyo del pueblo y ese mismo pueblo había votado la integración del Congreso, los integrantes de éste estaban obligados a apoyar su proyecto.
Perdió de vista que en la gran mayoría de los casos las fracciones parlamentarias del Congreso responden a los intereses de sus partidos y no a los del Ejecutivo ni aún a los que pueden ser de utilidad para el país. Como ejemplos ahí están los proyectos de reforma en materia energética.
En determinadas circunstancias, sin un partido fuerte y unido se puede llegar al cargo. Pero se dificultará seriamente el ejercicio del poder.
¿De qué sirve entonces conquistar un poder que no se puede ejercer efectivamente?
Pero lo obvio parece no serlo cuando la ambición ciega a los actores políticos.
Y parece que eso es lo que actualmente está imperando entre las principales fuerzas políticas del país.