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Addenda/Las piedras no son mudas

Germán Froto y Madariaga

En la comida sabatina todo trascurría en relativa calma. Es decir, normal. Brincábamos de los temas nacionales a la política estatal y local, salpicándolos con chistes y chascarrillos ad hoc que siempre hacen más agradable la conversación.

De pronto, Javier preguntó: “¿ya saben que tumbaron la Pereyra chica?”. Gabriel respondió con cierta molestia: “sí”. Mientras que Íñigo y yo pusimos cara de sorpresa y Luis permaneció impávido, lo cual era explicable pues él se formó con los lasallistas y allá en Hermosillo.

De inmediato comenzaron a surgir las preguntas: ¿por qué vendieron el edificio? ¿En cuánto lo vendieron? ¿Qué van a construir ahí?

¡Ah, la modernidad! ¡Siempre la modernidad! Lo vendieron en treinta y dos millones de pesos, porque construyeron otro edificio frente a la Ibero y aquí, en la Navarro, van a construir una tienda de HEB.

“¿Y ahora? ¿A dónde voy a ir a recordar mi infancia escolar y de manera especial mi paso por ese salón de Tercero B?”, preguntó Íñigo. “Pues posiblemente al departamento de Frutas y Verduras del EHB”, respondí. “Y no faltará el compañero de escuela que prefiera hacerlo en el de Vinos y Licores”, añadí.

Fuera de bromas, nos comenzó a invadir la nostalgia y al concluir la comida fuimos a ver lo que había quedado de aquel viejo edificio. Luis se solidarizó con nosotros y, en los pocos minutos, ahí estábamos frente al terreno baldío contemplando la historia derrumbada.

“Por allá estaba el campo de fut. Jugábamos entre la grava y barrerse era una verdadera proeza”, dijo uno. “Acá estaba la alberca que se inauguró en el sesenta y dos”, señaló otro. “Y ahí estaba nuestro salón de Cuarto B en donde nos dio clases la queridísima madre María de los Ángeles Guillén”, me dijo Íñigo, al tiempo que arrancaba dos trozos de piedra de un pedazo de barda que todavía estaba en pie. Me entregó un trozo y se quedó con el otro.

Al día siguiente, en uno de los anuarios de las escuelas Pereyra, todavía con la nostalgia a cuestas, Íñigo me mostró la siguiente reflexión de autor anónimo, pero que pinta de cuerpo entero lo que estábamos viviendo en el momento en que vimos derruido el edificio de la primaria:

“Hay algo en las piedras de este edificio que hace que no nos sintamos indiferentes ante estos muros. Algo que nos llama a gritos por nuestros propios nombres. Algo indefinido que al entrar a nuestro oído se define... ¡Pero la piedra es muda...! Pero la piedra oculta el misterio del espíritu, el misterio de la vida: tu misterio... ¡Ya no es muda la piedra! ¡Ya es canción! ¡Ya es poesía! ¿Quieres oír la canción de la piedra?”.

Nosotros oímos en esos momentos, frente al edificio desaparecido, la canción de la piedra que nos recordaba los años felices vividos dentro de esos muros.

Las lecciones de profesores y maestras. Pero no las impartidas dentro de los salones de clase, sino las de vida que nos dieron con su ejemplo.

Oímos la poesía surgida del recuerdo del primer amor infantil, mezcla de platonismo puro y despertar de sensaciones púberas.

Escuchamos la melodía nacida de los amigos de la infancia que con un simple apretón de manos sellaban, de una vez y para siempre, un compromiso de lealtad eterna.

Escuchamos, también, de nueva cuenta la algarabía de cientos de niños tomando por asalto el patio del colegio al momento de salir al recreo.

Volvimos a percibir el olor a cera, dulces, tamales y buñuelos que se elaboraban para las posadas en la Navidad.

Revivimos el deseo por lograr que apresaran a la niña que nos gustaba para que nos casaran con ella en la kermés.

Y hasta el dolor producido por los golpes recibidos en una batalla campal de consecuencias impredecibles.

De éstas y muchas formas más, las pocas piedras que quedaban en pie de aquel edificio nos hablaron fuerte y claro ese día. Y aún hoy sus voces se siguen escuchando convertidas en canción, en poesía viva y vivificante.

Todo lo vivido dentro de ese edificio y en el de la Pereyra grande, del que dicho sea de paso se despiden los alumnos y ex alumnos el próximo 27 de septiembre, son parte importante de nuestras vidas. Lugares sin duda de los que fuimos su razón de existir, pues como escribiera alguna vez el padre rector Luis Ochoa Gómez: “sigue siendo el hombre la obra más estupenda de la creación visible. Porque no hay fuerza que sobrepase a la inteligencia humana, ni destino que supere la grandeza del nuestro, ni fenómeno que pueda comparase con la ternura y el espíritu del corazón humano. Y ese hombre maravilloso es cada uno de ustedes, queridos alumnos. Hombres que fueron hechos para la conquista de la verdad y el bien. A nosotros, sus educadores, nos ha tocado la responsabilidad y el orgullo de encauzar definitivamente todas sus energías. Empresa gigante de la cual dijo san Juan Crisóstomo, que es ‘el arte de las artes’”.

Quedamos, pues, vinculados en una sola familia... Nos podrán separar el espacio y el tiempo, pero nunca deberá romperse la unificación en el ideal y en los principios”.

Sea pues así, A.M.G.D.

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