Estos días, de manera especial hoy en que nos despegamos de periódicos y televisión, son propicios para abordar temas sencillos, un tanto motivacionales y en cierta forma aleccionadores.
Lo común en fin de año es que uno espere cosas del futuro. Quizá la realización de deseos insatisfechos o la concreción de metas siempre inalcanzadas.
Tengo para mí que es preferible no esperar nada. Porque cuando uno quiere, desea, anhela algo específico y no llega, hay cierto grado de frustración.
En cambio, cuando no espera uno nada, todo lo que llega es bueno.
Dicho en otros términos. No pretendas arrancarle nada a la vida. Pero disfruta plenamente lo que la vida te regala.
Entre las frases que guardo por ahí, hay una de John Lennon que me gusta recordar cuando pienso en estos temas: “la vida es aquello que pasa en cuanto hacemos planes para el futuro”.
Desperdiciamos tiempo y la vida se nos va, cuando nos detenemos a elaborar planes para el futuro, con el añadido que en muchas ocasiones esos planes no dependen estrictamente de nosotros, sino de otros factores que nos son ajenos.
Disfrutar lo que la vida nos regala no implica, a mi juicio, conformismo. Sino realismo.
En la persecución de las cosas a las que en nuestra sociedad le damos importancia, hay desgaste, lucha, ansiedad y en no pocas ocasiones frustración.
Pero además, entre más tenemos más queremos, porque la ambición es lamentablemente parte de la condición humana.
Hay muchas personas para las que no basta una casa y un medio de trasporte. Tiene que ser la mejor casa y el mejor vehículo, pues tendemos a ponderar el tener sobre el ser.
En la mejor escena de la película Perfume de mujer, Al Pacino invita a una bella jovencita a bailar un tango y ella le dice que no puede hacerlo porque en pocos minutos vendrá su novio, a lo que él le responde: “en un momento se vive una vida”.
En efecto, basta un momento para vivir de verdad una vida, como también ese mismo momento basta para perderla.
Creo que con frecuencia perdemos de vista que hoy estamos aquí y mañana podemos ya no estar.
Por eso creo que para vivir la vida no hay recetas, ni cuadernos pautados. No hay que aprender a vivir. Simplemente hay que vivir.
Porque además, nadie debe pretender vivir como otro. Cada cual tiene que estar consciente que a él sólo le toca vivir su vida y ninguna otra.
Como afirmara Ortega y Gasset: “yo soy yo y mis circunstancias”. Y también que: “por lo que concierne al individuo, cada uno es, sin más, hijo de su tiempo...”.
¿Para qué, entonces, formular propósitos, fijarnos metas difíciles, exigirnos más para tener más?
Disfrutemos y gocemos todo lo que la vida nos regala. Porque ella, al través de la cual obra Dios, es muy generosa y suele suceder que por atisbar al futuro no vemos las maravillas del presente.
Es bueno vivir en pos de un sueño, de una esperanza. Pero sin ambicionarlos a grado tal que se conviertan en obsesión de vida.
Alguna vez Goethe afirmó: “la libertad, como la vida, sólo la merece quien sabe conquistarla todos los días”.
En esa virtud para merecer la vida tenemos que conquistarla cotidianamente.
Y la única forma de hacerlo es viviéndola de momento a momento.
Sobre la base bíblica de que cada día tiene su afán.
En suma, como afirmamos, cuando no esperamos específicamente que algo nos llegue, todo cuanto recibamos será sin duda, bueno.