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Adictos a la tele

Patricio de la Fuente

Un espectador medio pasa en México cada día más de tres horas viendo televisión. Un estudio de los expertos Robert Kubey y Mihaly Csikszentmihalvy ha profundizado en el consumo excesivo de la audiencia en su trabajo La adicción televisiva no es una metáfora, cuyo título ya es por sí revelador. Carta de Ajuste resume el artículo publicado en Estados Unidos por Scientif American.

El juego por dinero puede convertirse en una obligación, lo mismo que el sexo puede llegar a ser obsesivo. No obstante, una actividad sobresale por su importancia y ubicuidad; se trata del pasatiempo de ocio más popular: la televisión. La mayoría de la gente admite tener una relación de odio-amor con el invento. Se quejan de la caja tonta pero se sientan en sus sofás y se apropian del mando a distancia. Durante décadas los científicos han estado estudiando los efectos de la televisión, fijándose, generalmente, en ver si la violencia se encuentra en relación con la práctica de la misma actitud en la vida real. El término “adicción televisiva” es impreciso y está cargado de juicios de valor, pero capta la esencia de un fenómeno muy real. Tanto los psicólogos como los psiquiatras definen la dependencia a una materia –formalmente- como un desorden caracterizado por criterios que incluyen el paso de una enormidad de tiempo usando esa materia o sustancia.

Todos estos criterios pueden aplicarse a la gente que ve una enormidad de televisión. Esto no significa, ni mucho menos, que ver la televisión, per se, sea problemático. La televisión puede enseñar y divertir. Es posible que alcance alturas estéticas y facilite distracción y escape, cosas ambas muy necesarias. La dificultad llega cuando la gente tiene un fuerte sentimiento de que no debería ver tanta televisión como hacen y aún, se hallan extrañamente incapaces de reducir su visión. Algún conocimiento de cómo el medio ejerce su atractivo es posible que ayude a los televidentes a practicar un mejor control sobre sus vidas.

Es asombrosa la cantidad de tiempo que la gente pasa viendo la televisión. Por término medio, los individuos en el mundo industrializado dedican tres horas al día a la búsqueda de programas –la mitad de su tiempo de ocio- y más que cualquier otra actividad para ahorrar, trabajo y sueño. Sobre la base de semejante proporción, alguien que viva 75 años pasa nueve de ellos frente al aparato. Otros estudios han demostrado, de manera consistente, que casi el diez por ciento de los adultos se denominan, a sí mismos, adictos televisivos. Como podría esperarse, cuando llamábamos a la gente que estaba viendo la televisión, nos decían que se encontraban en un estado pasivo y relajado. De manera similar, los estudios llevados a cabo con el electroencefalograma muestran una menor estimulación mental, al ser medidos por la producción alfa de ondas cerebrales, durante la visión televisiva que durante la lectura.

Lo que es más sorprendente es que el sentido de la relajación acaba cuando se apaga el aparato, pero continúa el de pasividad y baja alerta. Los participantes en el estudio reflejan, comúnmente, que la televisión, de alguna manera, ha absorbido o sumido sus energías, dejándoles agotados. Manifiestan que tienen más dificultades para concentrarse después de un visionado que con anterioridad. En contraste, es raro que declaren semejantes dificultades tras la lectura. Después de practicar deportes o sus entretenimientos favoritos, la gente manifiesta mejorías en sus comportamientos. Tras ver la televisión, las conductas de las personas son casi idénticas o peores que antes.

Después de que transcurran unos momentos de haberse sentado y empujar el botón que dice “encender”, los telespectadores dicen encontrarse más relajados. Puesto que tal estado ocurre con rapidez, la gente se ve condicionada a asociar el visionado con el descanso y la carencia de tensión. Esta asociación se refuerza positivamente, puesto que los telespectadores permanecen relajados durante todo el tiempo del visionado.

El hábito de las drogas camina por senderos similares. Un tranquilizante que sale del cuerpo con rapidez, es mucho más probable que ocasione dependencia que el que se va despacio, precisamente porque el consumidor es más consciente de que los efectos de la droga están desapareciendo.

Los telespectadores engendran un mayor número de ellos. Así es la ironía de la televisión: la gente acostumbra a ver mucho más tiempo del que planeaban, aun cuando una prolongada visión sea menos recompensadora. En nuestros estudios se llega a la conclusión de que cuantas más horas se pasen frente al aparato, menor satisfacción, dicen, logran con ello.

Para algunos investigadores, el paralelismo más convincente entre la televisión y los drogadictos es que la gente experimenta los síntomas de la retirada cuando dejan el visionado. Hace casi 40 años que Gary A. Steiner, de la Universidad de Chicago, coleccionó un fascinante número de familias cuyo grupo se había roto, circunstancia que retornan cuando la casa sólo tiene un conjunto: “la familia se mueve dando vueltas como un pollo sin cabeza”. “Era terrible”. “No hacíamos nada. Sólo hablar entre mi esposo y yo”. “Lloraba constantemente. Los niños me molestaban y mis nervios estaban a punto de estallar. Traté de interesarles en juegos, pero imposible. La televisión es parte de ellos”.

“En más de la mitad de los hogares, durante estos iniciales primeros días, se interrumpían las rutinas ordinarias, los miembros tenían dificultades para adaptarse al nuevo horario disponible, expresaban ansiedad y espíritu agresivo… La gente que vivía solitaria mostraba tendencia a la irritación y a aburrirse… Durante la segunda semana, era común un movimiento de adaptarse a la nueva situación.”

Aunque parezca que la televisión está en línea con el criterio de dependencia a la sustancia, no todos los analistas han llegado tan lejos como para llamar adictiva a la televisión. McIlwaith dijo en 1998 que “desplazar otras actividades por la televisión puede ser significativo socialmente, pero aún se está lejos de la exigencia clínica para un importante deterioro”. Argumentó que tal vez no sea necesaria una nueva categoría de “teleadicción”, si los espectadores intensivos se contienen de condiciones tales como depresión y fobia social. No obstante, si diagnosticamos que alguien sea teledependiente, o no, de manera formal, millones de personas notan que no pueden controlar, fácilmente, la cantidad de televisión que ven.

Para una creciente mayoría del público, la vida online que llevan puede, no pocas veces, parecer más importante, inmediata e intensa que la que llevan en un cara a cara. Mantener el control sobre los hábitos medios de uno mismo es hoy –más que nunca lo ha sido- un auténtico reto. Los aparatos de televisión están en todas partes, pero la pequeña pantalla e Internet necesitan no interferir con la calidad del resto de la propia vida. En su fácil suministro de relajación y escape, la televisión es capaz de ser beneficiosa a dosis limitadas. Ahora bien, cuando la costumbre obstaculiza la capacidad de interferir el crecimiento, aprender nuevos temas y conducir a una vida activa, entonces sí que constituye un tipo de dependencia y, así, debería tomarse muy en serio.

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