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Agridulce

Arturo Brizio Carter

Una sensación ambivalente quedó en el ambiente luego del partido disputado por México ante Argentina en el marco de la Copa Confederaciones; por un lado, la satisfacción de llegar a semifinales y pelear de tú a tú con un histórico del balompié mundial pero por el otro, la frustración de no poder dar ese pequeño gran paso que separa a los medianos de los grandotes.

México jugó un muy buen partido de futbol basado en la irreverencia, es decir, enfrentando al equipo argentino como si fuera uno más, y así no les pesó el cartel ni los nombres rimbombantes de los integrantes de la albiceleste.

El Tri marcó bien abajo y logró poner en aprietos el marco del meta Lux como en aquel disparo de ?Zinha? que pegó en el palo o en un tiro de Morales al rincón bien desviado por el arquero.

Para la segunda mitad y con el encuentro tremendamente trabado, se presentó una artera entrada del defensor Fabricio Coloccini sobre la humanidad de Ramón Morales a quien sacó del encuentro; el árbitro Rosetti sólo mostró la amarilla y este cambio obligado repercutió no sólo en el funcionamiento integral del equipo sino en la serie de penales.

Cuando el partido agonizaba, Saviola perdió la cabeza y golpeó a un rival, siendo, ahora sí, bien reprimida su acción por el juez central, dejando a los pamperos en inferioridad numérica. Sin embargo, la falta de calma de Rafael Márquez le obligó a barrerse innecesariamente por detrás a Pablo Aimar y con ello ganarse una segunda amarilla que cayó como del cielo para los argentinos.

México obtiene el gol producto de un tiro de esquina a favor del cuadro de Pekerman en un veloz contragolpe culminado por Salcido, que dio un partidazo.

A partir de ese momento surge la duda: ¿se echó México atrás o Argentina lo acorraló? Porque es un hecho que como fiera herida el equipo sudamericano se lanzó con todo en pos del empate y lo obtuvo en forma circunstancial, aunque merecida.

Llegó el final del partido y los tiros desde el punto penal con el desenlace por todos conocido.

Argentina llega a la final producto más de su casta y de esa raza que los lleva a pelear hasta el último aliento y México disputará el tercer lugar ante Alemania.

El sabor de boca es agridulce pero el crecimiento en calidad, actitud, mentalidad y futbol de este grupo es evidente.

Todo lo demás que se diga forma parte de los imponderables del futbol.

Mención aparte merece el arbitraje de Roberto Rosetti.

Este juez italiano que había dirigido el juego de México ante Brasil es un excelente observador de faltas pero le falta lo que al carrizo: corazón, puesto que en las jugadas bravas donde se requiere aplicar con valor el reglamento, se le arruga la piel.

Fabricio Coloccini atestó un patadón en la cabeza de Borgetti y ni se enteró; Mario Méndez pisó en el abdomen a Heinze y bien gracias; el mismo Coloccini le aplicó un golpe de lucha libre a Ramoncito y sólo se llevó amarilla, y a Márquez, ya amonestado, le perdonó la roja en una jugada previa a su expulsión.

Su gran personalidad lo salva pero sin echarle la culpa de la derrota.

¡Qué mal arbitraje!.

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