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Al incumplido se le premia

Juan de la Borbolla

En nuestro país es práctica constante que a muchos incluso enorgullece cínicamente, dejar el cumplimiento de las obligaciones justo para el día de vencimiento del término fijado para dicho cumplimiento, en tanto que durante las semanas y meses previos a esa “última llamada”, las oficinas correspondientes se encontraban más vacías que el desierto del Sahara a mediodía de un verano.

Es también constante abrir nuevos plazos para aquellos que hicieron fila de último momento e incluso deudores morosos que por desidia e irresponsabilidad principalmente (aunque también pudiera deberse en algunos casos a la imposibilidad económica del momento), cumplan con una obligación que debieron haber ejercido a su tiempo, llegándose al caso de “estimulárseles” para el cumplimiento extemporáneo de su obligación con descuentos respecto del adeudo e incluso condonaciones, es decir, premiando su morosidad.

Esto entraña una preocupante gravedad de la dinámica social, ya que manifiesta la falta de un auténtico espíritu cívico de cumplimiento con los deberes sociales que tiene todo individuo, simplemente por el hecho de que ha recibido del conjunto de esa sociedad una serie de bienes y comodidades que por sí mismos nunca hubieran podido conseguir y ni siquiera imaginar; pero además podríamos decir que significa una primera etapa a ese otro enorme vicio social-nacional al que nos estamos enfrentando cual es el incumplimiento del Estado de Derecho.

Uno de los enormes problemas que conlleva la imposibilidad de concretar hasta el momento presente una reforma fiscal integral, es que este enorme vicio nacional especificado en estos incumplimientos de mayor o menor envergadura respecto de los compromisos individuales para con la colectividad, sigan manteniéndose en situación de indefinición, con el consecuente efecto de injusticia que supone a los causantes cautivos y cumplidores, que mediante un gran esfuerzo procuran cumplir a cabalidad con sus cargas tributarias en tiempo, cantidad y forma, perjudicándolos realmente si se compara la actitud rígida de la autoridad ante ellos, con la que mantiene frente a los irresponsables e incumplidos, que además de serlo, son tremendamente gritones y alborotadores, ejerciendo agresiones contra la autoridad constituida, mediante lo cual consiguen mantenerse en esa impunidad.

Barzonistas, deudores de la banca, ahorradores en instituciones no reguladas por el sistema financiero oficial, introductores de “coches chocolate” que presionan hasta ser regularizados, profesores que no trabajan pero eso sí exigen a gritos sus reivindicaciones laborales, supuestos campesinos que no saben trabajar la tierra pero se amparan en su status de ejidatarios y con ello toman las calles de las ciudades blandiendo machetes, damnificados profesionales que siguen invocando sucesos acontecidos décadas atrás, encapuchados que esconden su rostro en el anonimato aunque su voz la hagan resonar a través de los medios de información globalizada, así ellos se definan como apasionados globalifóbicos.

Todos éstos y más especímenes contraculturales, son los casos extremos de una tendencia contraria al invocado Estado de Derecho que supone como premisa mayor el cumplimiento fiel de los deberes ciudadanos de parte de quienes nos beneficiamos de toda la dinámica social presente y pretérita.

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