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Alejandro Magno II

Xavier Massimi

Segunda y última parte

Alejandro sigue con su idea de encontrar el Mar Exterior. En la primavera del 326 A.C. se encamina hacia el Indo, atravesando las montañas de las cercanías del Himalaya. De paso destruye el Ejército del Rajá de Pendjab, que se le había enfrentado con un Ejército de doscientos elefantes. En conmemoración de la batalla fundó dos ciudades, una la llamó Nicea y la otra Bucefalia en honor de su caballo Bucéfalo.

Le costó un esfuerzo de diez meses abrirse paso en esos pasajes tan inhóspitos. Su general Hepestion lo había precedido con la caballería y se había dado tiempo para construir una flota sobre el Indo. Cuando Alejandro llegó, embarcó a su Ejército y bajó por el río hasta la desembocadura. No había cedido en su idea del Mar Oriental, estaba seguro que en alguna región que hasta entonces nadie conocía, iba a encontrarlo.

Su Ejército estaba contento, porque navegando junto a la costa desde el Indo, sabía que iba a encontrar las desembocaduras del Tigris y el Eúfrates.

En la primera escala, el terror se apoderó de los griegos. En la noche, el mar se había retirado y los buques estaban encallados en la arena. ¿Castigo de los dioses? ¿y después arrepentimiento? Porque para la mañana, el mar había regresado y los buques estaban a flote otra vez. Pobres marineros de un mar interior (el Mediterráneo) era la primera vez que se encontraban en la costa de un océano (el Índico), con sus grandes mares.

Para regresar, Alejandro dividió su Ejército en tres. Encomienda a su mejor general Craterio que vuelva al norte, hasta la Alejandría de Eschate, para asegurar la sumisión de los pueblos que habían sido dominados, y después que marche hacia occidente, para bajar otra vez a la costa.

A Nearco le encomienda la flota, para que costeando se encuentren en Carmina, una región mucho más benigna que la zona por donde él mismo va a atravesar.

Con doce mil hombres se interna para conquistar la Gedrosia, habitada por tribus que estaban todavía en el neolítico. El proyecto era que los tres ejércitos se reunieran en las costas del Índico.

Cuando él llegó, ya estaba allí Craterio y unos días después apareció Nearco. Con todo su Ejército, sube por Mesopotamia, y pasando por las ruinas de Persépolis, que él mismo había destruido seis años antes, llega hasta Susa, para realizar su tercer sueño, la unión de todas las razas en un imperio universal.

Con gran esplendor, derrochando veinte mil talentos, comienza la fusión de las razas, para hacer el gran Imperio. El mismo se casa con una hija de Darío, y casa a noventa de sus generales y a diez mil soldados griegos con diez mil muchachas persas. Pagó al contado las deudas de los contrayentes y las dotes de todas las doncellas.

En ese momento muere Hefestios, con el que había compartido la copa, la tienda, la cama y el amor. En su desesperación manda matar al médico que lo atendía, se corta la cabellera y ordena que le corten la crin a todos los caballos de sus tropas.

Después de seis años en campaña, la mayoría de sus huestes seguían siendo griegas. Las licencia, dándoles permiso de regresar a Grecia, pero su gente considera un insulto el que los regrese y durante tres días hacen una huelga de manos caídas. Alejandro los reúne, los ensalza, les hace un gran festín y logra que se vayan satisfechos. Su proyecto va tomando forma: un solo imperio, un solo Ejército. Los griegos licenciados son sustituidos por reclutas persas.

Alejandro se propone reedificar Babilonia para hacerla capital del nuevo imperio. Él mismo supervisa las obras de reconstrucción: los muelles, los puentes, el lecho del río.

Es el final que nadie podía imaginar. Los pantanos del valle, estaban infestados de mosquitos. Se acercaba el calor del verano. Sus continuos viajes en barca por las zonas pantanosas son un reto cotidiano. Contrae la malaria. Sigue siendo el jefe en todos sentidos, pero sus fuerzas decaen, ya hacía tiempo que había abandonado la moderación que le había enseñado su gran maestro Aristóteles. Su vida, para entonces, era el desenfreno total en el comer, en el beber y en el sexo.

El banquete de los funerales de su “amigo” Hefestios, una orgía que duró varias semanas, acabó con sus fuerzas. El 13 de junio del 323 a.C. al caer la tarde, murió Alejandro Magno. Tenía treinta y tres años.

Cuando, ya enfermo le preguntaron sus generales a quién dejaba como sucesor, respondió: “al más fuerte”. El día en que murió, sus generales se pusieron de acuerdo para no dividir el imperio, manteniéndolo unido para el hijo aún no nacido de Roxana. Esta Roxana era la que se había casado con Alejandro en la boda de las diez mil parejas. Por seguridad Roxana mandó asesinar a Statira, también hija de Darío, la otra esposa de Alejandro. Cuando el niño nació, Roxana lo nombró Alejandro. Cuando el niño cumplió doce años, los generales decidieron que ya no había cabida para un segundo Alejandro, y lo asesinaron junto con su madre.

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