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¡Aleluya! El México del futuro no es subdesarrollado: el sub-17

Francisco José Amparán

Permítanme adherirme a la histeria colectiva y patriotera por el triunfo de la Selección de Futbol integrada por menores de 17 años (sub-17, para los muy enterados), ocurrida (como lo han de saber hasta los fantasmas de Tlatelolco) hace unos días en el Perú. Para un país que de la derrota hace idiosincrasia; y del fracaso, delirio histórico y heroísmo consumado, ganar un campeonato mundial, y en un deporte de conjunto tan popular como el futbol, resulta ciertamente notable y digno de felice recordación. Sin embargo, los comentarios y reflexiones extradeportivos son los que deberían llamarnos la atención, por lo mucho que revelan sobre el México del Siglo XXI, y de las fijaciones y lastres de quienes ya no vamos a vivir la mayor parte de nuestra vida en él.

Ojo: según las cuentas del INEGI, lo más probable es que un nacido en 1988 va a pasar el 80 por ciento de su existencia en el presente siglo, al contrario de lo que ocurre con los vetarros que le andamos pegando a la cincuentena: ésos nos tenemos que resignar al hecho de andar ya por ahí del minuto 15 del segundo tiempo (y sin prórroga ni chanza de pedir cambio). Así pues, aquí hay una diferencia sustantiva que pocos supieron ver… en especial quienes hablaron y escribieron sobre la hazaña… la mayoría de los cuales ya gastaron la mayor parte de las suelas en el fenecido siglo XX.

Los panegíricos a los chavos se regodearon en una virtud indiscutible y que explica el campeonato: la actitud. Los sesudos comentaristas subrayaron que los muchachos no se achicaron, creyeron en sí mismos y supieron enfrentar las vicisitudes con entereza, dedicación y trabajo de equipo. Y lo decían como si genéticamente un mexicano tuviera en las mitocondrias un complejote de inferioridad marca Katrina; estuviera incapacitado para pensar que puede ganar; y le resultara sencillamente imposible conjuntar esfuerzos para salir adelante.

Y ¿saben qué?: tenían razón. La cuestión es que estaban pensando en otros mexicanos. En los del pasado. No en los del futuro. En los supra-veintitantos, no en los sub-17.

Me explico: los que bailaron bien y bonito a Holanda, y exasperaron a Brasil (lo que, aquí entre nos, no es tan difícil, recordando Alemania 74 o Italia 90) son muy diferentes a sus ancestros. Y no únicamente los jugadores: toda su generación.

Y no sólo en cuanto a lo futbolístico en donde, todo hay que decirlo, las distinciones son notables: Los que son de mi edad nada más recuerden cómo se aproximó al manchón de penalti Marcelino Bernal, cuando hubo que definir por esa vía el partido contra Alemania en 1986: el tipo ya lo había errado antes siquiera de colocar la pelota. De haber tenido apéndice caudal, lo hubiera traído entre las patas. Recuerdo como si fuera ayer que en ese entonces pensé, antes de que se encarrerara a chutar, sin ver siquiera la portería: “Este g... ya lo falló en su mente”. Y sí: lo falló en su mente, en el estadio, de cuerpo y alma, y en honor a Cuauhtémoc, Hidalgo, Morelos, Guerrero, Villa, Zapata, y toda la bola de perdedores, traicionados y derrotados que nos empeñamos en ponerles como ejemplo a nuestros niños. ¡Y todavía queremos que tengan mentalidad triunfadora!

Compárese tan siniestra imagen con la manera en que Omar Esparza empalmó el segundo gol: sin dudar, sin pensarlo, como mandan los cánones, sin transigir con un Congreso de analfabetos ni el sindicato del IMSS, sin recurrir a las memorias de 1938 (o 1968). Los chavos sabían lo que querían en el presente y lo hicieron. Lo más interesante es que no lo consideraron una hazaña sobrehumana… porque son del siglo XXI.

Los fósiles del siglo XX seguimos acarreando el pasado como un lastre, regodeándonos en él. Peor aún: en las promesas de un pasado y de un país que no fue. Todavía los que nacimos en los años cincuenta lo hicimos con la promesa de que ésta iba a ser una nación feliz, justa, digna. Los nacidos en los sesenta ya se la pensaron mejor, pero conservaron más o menos el silvestre optimismo de un país con forma de cuerno de la abundancia. Pero la realidad nos fue apuñalando la esperanza vía crisis tras crisis, mientras aguantábamos engendro tras engendro: del psicótico Luis Echeverría al soberbio López Portillo al grisáceo De la Madrid al iluso y avieso Salinas. Los colapsos de 1976, 1982, 1987, 1995, crearon la noción de que este país no tenía remedio ni salida. Parecía repetirse la eterna historia (bueno… desde fines del XVIII) del fracaso de las élites modernizadoras pero insensatas tratando de arrastrar a un país premoderno que se niega a cambiar. Las derrotas, que siempre han sido de nuestra factura, se volvieron a repetir con la cotidianidad del Siglo XIX. Aquel optimismo de Pepe el Toro se quemó con todo y la carpintería y el Torito. De cualquier forma, siguiendo con las metáforas bovinas, nadie quiso tomar el buey por los cuernos: las reformas que se requerían (con la notable excepción de lo electoral) nada más nunca progresaron. Salinas nos arrastró al TLC aullando y pataleando (y uno tiembla al pensar lo que sería México ahorita de no haberlo hecho) y párenle de contar. De ahí en delante, nuestro inerte pasado nos paralizó: no se tocó a las vacas sagradas (Pemex, el PRI premoderno) y ahí están las consecuencias: países que antes veíamos por encima del hombro ahora nos pasan por encima como aplanadoras. Hace cincuenta años Corea del Sur era tres veces más pobre que México. Hoy es cuatro veces más rico. Y aún así, los anclados en el siglo XX (políticos y gente decente) se empeñaron (y siguen empeñados) en no cambiar.

Pero aunque no lo vieron los miopes que siempre se han creído destinados a guiarnos (y gastan dólares a puños para convencernos de ello), el país estaba cambiando. Poco a poco, pian-pianito. Y aunque muchas cosas siguieron igual (y por lo tanto, mucho peor), un fenómeno se llevó a cabo: estaba naciendo la Generación de la Crisis Perpetua (GCP de aquí en delante): los que vinieron a este valle de lágrimas después de 1980, y ya les tocó el país despedazado por sus ineficiencias, su incapacidad para dejar atrás el pasado, la colosal ineptitud de su clase política, y la inercia y fodonguez de una sociedad civil que se la pasa quejándose y no es capaz de levantarse un domingo a votar. A esos miembros de la GCP, mis estimados, los he ido viendo pasar ante mis ojos y mi cátedra desde hace buen rato. Y créanme, son especímenes afortunadamente muy diferentes a nosotros, los pre-1980.

En primer lugar, la GCP no le debe nada al pasado, y por eso ni en cuenta lo toma. No le ve nada glorioso ni digno de imitar. Los rancios heroísmos le tienen sin cuidado, en vista del país que han heredado: para maldita la cosa que sirvieron tantos señores inmortalizados por las estampitas de Editorial Patria, tantas fechas históricas (la mayoría de las cuáles ni siquiera generan “puentes”, ¡bah!). La realidad es que estamos atrasados y con medio país en la pobreza, y los que engolan la voz recordando la Revolución o la Independencia o la Expropiación Petrolera no pueden ocultar ese hecho. Lo que la GCP quiere es prosperidad, compartir gustos, aficiones y esperanzas con los jóvenes de su edad en todo el mundo, con los que chatean, a los que ven en la TV o el cine, con los que van a compartir el planeta cuando las momias les dejemos sus restos humeantes. Lo que ocurrió antes no podría importarles menos.

Y gracias a ese abandono del pasado, creo, espero, desapareció la noción de que el fracaso era el sino nacional, que todo triunfador era sospechoso de traición, y que para tener nombre de calle había que fracasar y ser fusilado. Las envidias que carcomen a todo mexicano que la hace (y que habían impedido hasta hoy cualquier éxito en las actividades de conjunto) no le llegan a la GCP, por una razón esencial: no se hacen ilusiones. Mejor dicho, se las hacen en otro plano: la de trascender lo meramente nacional. Si se quieren comer el mundo es porque ésa es su patria: el mundo.

Montones y montones de mis alumnos de prepa piensan estudiar en el extranjero; y, si los dejan, quedarse allá. La verdad, no los culpo. ¿A qué regresan? ¿Al subempleo o desempleo porque los supra-25 hacemos todo lo posible porque no haya inversión? ¿A un país que se empeña en seguir en el atraso? ¿A una sociedad que tolera ser quebrada una vez tras otra por las mismas sanguijuelas de siempre? ¿A un Estado que en pleno siglo XXI (y hasta hace unas semanas) tenía que optar entre Madrazo, Creel y Lopejobradó para dirigirlo? ¿A un país que en unos años se va a quedar sin electricidad, gasolina, seguridad social y gas, con tal de proteger a algunos de los sindicatos más corruptos, inflados e ineptos del mundo? La GCP ya sabe qué hay más allá. Y para allá se va. Sin voltear atrás.

De hecho, si entendí bien, el magnífico Giovanni dos Santos ya está pensando en nacionalizarse español: de esa forma, la limitada cuota de jugadores no comunitarios no sería obstáculo para que juegue en el Barcelona. ¿Hay que desgarrarse las vestiduras? ¿Eso es traición a la patria? ¿Son Giovanni y mis alumnos Santa Annas y vendepatrias, polkos y kukuxklanos (JLP dixit)? No, son ciudadanos del siglo XXI, que no quieren andar cargando los lastres de sus padres, herederos de un país que no funciona… y que se niega a funcionar, apelando a sucesos, heroísmos huecos y fechas que para ellos son el Jurásico.

Que cada quién evalúe estas circunstancias. Expongo lo que creo es una realidad y la explicación de algunas cosas. Los que se quejan de que los jóvenes ya no son como antes están diciendo una barbaridad: si los jóvenes fueran como antes, estaríamos condenados al infierno cíclico. Lo que hay que hacer es entender las lecciones de la GCP; y recordar que serán ellos los que nos van a mantener y dar el Gerber cuando lleguemos a viejos. Dado que (para variar) el país no creó a tiempo un sistema eficaz de pensiones, y los 44 millones de derechohabientes del IMSS nos quedaremos sin servicio para satisfacer la voracidad del medio millón de jubilados del sindicato, ése es nuestro destino.

¿Chuta nene?

Consejo no pedido para festejar sin Ángel: lean los clásicos juveniles de la Generación Pre-Crisis: “La tumba” y “De perfil” de José Agustín y “Gazapo” de Gustavo Sáinz. Ahí verán que sí, los jóvenes de antes no eran como los de ahora… pero eran jóvenes, igual que los de ahora. Provecho.

Correo:

francisco.amparan@itesm.mx

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