Los tajos estaban allí, a un par de cuadras cortas de mi casa. Nunca supe cómo se llamaban y ni siquiera si tenían nombre. Para mí y creo que para todos los que vivíamos en su cercanía de la avenida Allende eran los tajos y punto. Jesús, que vivía a la siguiente cuadra y yo algunas veces los utilizábamos para ir a la escuela, La Comercial, caminando por su lecho de arena y piedras de donde alguna vez nos salió una víbora quitándonos las ganas para siempre.
Por la Valdés Carrillo un par de puentes unía la ciudad con La Paloma Azul, barrio al que muchos acudían por las mañanas a buscar leche de burra para sus males y otros por las tardes de fuertes chubascos en pos de quienes eran expertas en cortar, con grandes cuchillos y toda la cosa, los chaparrones.
El río. El río Nazas era otra cosa. En su momento, a mí me llevaron de la mano a conocerlo, después de haber brincado las piedras y a mí me pareció que el mar no podía ser más grande. Y después de aquello, por muchos años siempre que lo recordé, lo recordé inundado y con algunos ahogados en su haber, igual que ahora.
Esto era el norte, al otro lado, al sur estaba la estación, a unos cuantas vías de ferrocarril de La Alianza, cerca de la cual se ponía el circo cuando visitaba esta ciudad. Primero fue El Modelo, luego éste y el Fernandi que para no hacerse malobra acabaron uniéndose.
Lo que más me gustaba del circo, desde luego, eran sus payasos, pero también sus hombres fuertes, los hermanos Berne, que acabaron en el cine, igual que Dorita Ceprano, que aquí llegó en su propia carpa, a la que a mí me llevaron, igual que al río, cogido de la mano.
Esto del circo era en el Torreón de aquellos tiempos una variante para escapar del cine mudo, a dónde no sé si de verdad se iba a ver las películas o hacerse aire con los abanicos de cartón que en tiempo de verano regalaban los comercios en lugar de los calendarios decembrinos.
El Panzón Soto sería el que traería poco después, ese poco después que para un chico cuya única ocupación es crecer son varios años, su compañía de las caras bonitas que anunciaba, más que nada, un cambio de los tiempos que, desde entonces, no han dejado de cambiar y nadie sabe dónde acabarán.