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Alto a la violencia

Martha Chapa

Con todo y los logros que conquistó la mujer a lo largo del siglo pasado, y los que continúa cosechando en los inicios de la actual centuria, la situación prevaleciente en materia de violencia de género sigue siendo alarmante. Los registros de actos cometidos en contra de las mujeres son en verdad abrumadores, y no sólo por su número sino debido a las secuelas sociales y psicológicas que producen en las víctimas.

Año con año las cifras se incrementan y no podrían ser más aterradoras, lo que ensombrece los avances que en forma paralela se han venido registrando en la historia contemporánea.

De acuerdo con la Encuesta Nacional de Violencia contra las Mujeres, la horrible radiografía es esta: poco más de dos de cada diez usuarias de los servicios de salud donde se practicó el estudio (IMSS, ISSSTE y SSA) sufrieron algún tipo de violencia infligida por su pareja durante el año previo al levantamiento de la encuesta (2003), mientras cuatro de cada diez padecieron algún tipo de agresión a lo largo de su vida por parte de diversas personas cercanas a ellas.

Estos datos fueron reportados por el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) con motivo del Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, que se conmemoró el pasado 25 de noviembre.

En esa ocasión se informó también que la Encuesta Nacional de la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (Endireh), realizada conjuntamente por el INEGI y el Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres), entre octubre y noviembre de 2003, registró que 47 de cada 100 mujeres mayores de 15 años que conviven con su pareja en el hogar sufren algún tipo de violencia emocional, económica, física o sexual por parte de su compañero o esposo. De cada 100 mujeres del grupo señalado antes, nueve padecen violencia física; ocho, sexual; 38, emocional, y 29, económica.

El maltrato que ejerce el esposo o compañero afecta más a las mujeres jóvenes, a aquellas que trabajan, a las que tienen hijos, a quienes cuentan sólo con educación básica y a las que mantienen una relación de tipo consensual con su pareja.

Ejemplo de lo anterior es que 56 de cada 100 mujeres de 15 a 19 años de edad sufren algún tipo de violencia por parte de su esposo o compañero. Asimismo, una de cada dos mujeres que trabaja padece agresiones por parte de su pareja. De igual forma, de cada 100 mujeres con educación básica, 48 son objeto de maltrato por su compañero o esposo y 47 de cada 100 que tienen al menos un hijo viven actos de violencia con su pareja.

Por otro lado, cinco de cada diez mujeres en unión libre son maltratadas por su compañero y una de cada dos mujeres casadas sólo por lo civil o la Iglesia viven situaciones de violencia con su pareja. Y en cuanto al tipo de localidad donde residen, 48 de cada 100 mujeres de zonas urbanas sufren violencia de parte de su compañero o esposo.

Como se ve, en nuestra sociedad y en pleno siglo XXI gravitan todavía situaciones como el machismo, la misoginia, leyes insuficientes, discriminación laboral e intolerancia, entre otros factores igualmente detestables que actúan en perjuicio de las mujeres.

Y lo mismo ocurre en el ámbito internacional, donde a pesar de la Declaración de las Naciones Unidas sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, emitida desde 1993 –y ratificada por México en 1995–, las tendencias son escalofriantes. De una o de otra forma más de la mitad de las mujeres en el mundo ha sufrido exclusión, represión o violencia en algún grado, desde vejaciones que llegan incluso a la mutilación de los genitales, hasta barreras legales y culturales que les niegan sus derechos y les impiden la más mínima participación en las decisiones sociales y políticas.

Por ello, nuestra lucha debe todavía darse en muchos espacios en aras de alcanzar plenamente el ejercicio de nuestros derechos, ocupar un lugar digno en el planeta y sentar una presencia equitativa en la sociedad.

Por cierto, celebro esa magnífica campaña publicitaria que con todo su dramatismo retrata mujeres con huellas de violencia y nos remite a la cruda realidad actual. Esos anuncios donde mujeres destacadas aparecen maquilladas como si hubieran sido golpeadas, junto a la leyenda “El que golpea a una nos golpea a todas”, constituyen un llamado de atención a la sociedad para poner un alto definitivo a estas conductas masculinas que rayan en la demencia y constituyen delitos que deberían castigarse con mano firme.

Y conste que no se trata de una guerra contra el hombre, pues un feminismo bien entendido debe privilegiar la complementariedad y el enriquecimiento humano y social de ambos.

Por ello, independientemente de celebrar a la mujer un día al año o de pronunciar declaraciones coyunturales de supuesta solidaridad, tenemos que intensificar esfuerzos para alcanzar los cambios que se necesitan, así sea gradualmente, pero sin detenernos hasta conseguir una real y verdadera equidad, una igualdad de oportunidades y derechos plenos. Sólo así estaremos poniendo las bases sólidas que nos permitan afirmar que este siglo será el de la consolidación de la mujer tras su largo peregrinar en la civilización humana.

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