Por la disponibilidad del recinto o porque la fecha precisa fue martes o por lo que tú quieras, el caso es que en este año, la tradicional fiesta del día dedicado a homenajear a las madres se nos adelantó y fue el seis de mayo, en el Jardín Andaluz del Parque España, cuando convivimos momentos muy gratos los socios del Club Sembradores de Torreón, capitaneados en esta ocasión por Nacho y Laura Pámanes, Sergio Colín y Luly Berlanga y Jorge y Lucila Hernández.
Bajo un cielo estrellado, el céfiro nocturno agradable, las canciones de un cuarteto que recorrió toda la música romántica de los inspirados compositores mexicanos, desde Alfonso Esparza Oteo, Guty Cárdenas, Jorge del Moral, María Grever, Agustín Lara, Gonzalo Curiel, hasta Armando Manzanero y con la presencia de nuestras esposas, la noche se deslizó como un suspiro.
Oye, pero qué suspiro, largo y profundo: acompañado en torno de nuestra mesa por Rogelio y Lupita Barrios, Ramón y Gaby García, Saúl y Bety Gómez y Martucha mi esposa, lo singular ¿o será normal? Fue que el tono lo pusieron las señoras. No pararon de hablar antes y durante la cena y sobremesa, poniendo de manifiesto la evolución que ha tenido la mujer, que es esposa, madre y compañera.
Conversadoras incansables Lupita, Bety, Gaby y Martha, discurrieron sobre todos los temas, algunos de ellos salpicados de misterio sobre luces misteriosas que en los horizontes les ha tocado ver. ¡Ah qué muchachas!
De regreso, mientras mi esposa conducía el automóvil, fui haciendo algunas lejanas reminiscencias, como decía Juan de Dios Peza, el poeta del hogar: ?Cuando ya el cuerpo sustenta cerca de cuarenta abriles, la memoria se alimenta de recuerdos infantiles?. Y en mi caso, no son abriles sino mayos los que ya suman ochenta y seis.
Qué grato es recordar las imágenes de nuestro hogar, siempre limpio, siempre ordenado. Los rostros de nuestros hermanos, el rostro de nuestro padre y en medio de todos a nuestra madre, como reina del hogar.
No podríamos separar de nuestros recuerdos a todos ese mundo de seres y de cosas que giraban en torno de mamá.
Recordarla a ella tan llena de bondad, siempre presta para acudir en ayuda del necesitado. Si alegres, compartía nuestras risas. Si tristes, enjugaba nuestras lágrimas, con ese amor, con esa comprensión que sólo una madre puede tener.
No olvidaré en lo que me resta de vida los años pasados a su lado, en que todo lo sacrificaba para atendernos porque sus hijos fuimos su principal preocupación. Si de niños nos dio su protección, cuando adolescentes sus sabios consejos y cuando adultos, su respeto y sobre todo, su amor.
Su presencia espiritual en nuestra vida representa mucho más que recuerdos: Es la huella imborrable del amor, el sello de la felicidad, el valor de la vida, en suma es la presencia de Dios.