En mi largo peregrinar por los senderos de la vida he tenido por compañía a muchos amigos, los que con su amistad hicieron más placentero el camino, por eso a ellos, a mis amigos sembradores de amistad, sertomas, emefecianos, cafetómanos y demás, a cuya vera me he empeñado en lides deportivas y de servicio, dedico estas líneas, que siendo homenaje a mi padre, lo es también en homenaje suyo, por ser amigos, por ser esposos, por ser padres,
Yo recuerdo a mi padre, con una sonrisa dibujada en su rostro, dispuesto siempre a complacer las preguntas de sus hijos: mi hermano, mis dos hermanas y el socoyote, el que ahora esto escribe.
Mi padre había aprendido a leer a los cuarenta y ocho años de su edad y para cuando sus hijos llegamos a la adolescencia y juventud, él era ya un pozo de conocimientos por lo mucho que había leído. Devoraba con fruición cuanto libro llegaba a sus manos, pues leer era su ?vicio?.
Había formado una pequeña biblioteca con antologías poéticas y obras de tipo histórico de autores mexicanos: Antonio Plaza, Amado Nervo, Manuel Gutiérrez Nájera, entre los poetas. José Vasconcelos, Martín Luis Guzmán, Francisco L. Urquizo, José Mancisidor y muchos otros escritores de altos vuelos que sería prolijo mencionar. ¡Ah! Tenía al diccionario como libro de cabecera.
Su memoria era notable, de privilegio, así que apoyado en esa facultad innata, relataba los hechos históricos, precisando con exactitud las fechas en que habían acontecido. Sabía el significado de las palabras en todas sus acepciones; era por decirlo así, una enciclopedia humana.
Herencia en bienes materiales no dejó, pero dejó como legado su amor a la familia paterna, a su esposa e hijos. Su cumplimiento en el deber. Su devoción por la amistad y el respeto a las tradiciones y emblemas sagrados de la patria. La veneración a los prohombres de nuestra historia.
Y este repasar en mi memoria de lo que fue mi padre, me hizo recordar un poema de Plutarco, filósofo e historiador griego, en cuyos versos formados en cuartetos, se retrata por analogía, lo que don Félix, mi padre, fue en vida para mí. Queda pues ante ustedes la voz del pensador en su ¡Mi gran amigo!:
?Recuerdo tarde a tarde su llegada, retornaba a la casa del trabajo, su figura mostrábase cansada, mas su risa invitaba al agasajo.
Era hermoso tomarlo de la mano, preguntando: ¿Papá qué me trajiste? Él con paciencia contestaba ufano: adivina lo que es y en qué consiste.
En mi niñez me guió su gran cuidado, aclarando mis dudas con sentido, y cuántas noches me llevó cargado, cuando en sus brazos me quedé dormido.
Mi persona los años transformaron, seguí en el rumbo que marcó el destino, sus consejos en mucho me ayudaron, pues su interés por mí, era genuino.
Se fue después, allá con las estrellas, su testamento no dejó dinero, sin embargo heredó cosas más bellas, que hoy entiendo y practico con esmero.
Como amigo lo tuve de mi lado, apoyó mis primeros decisiones, en los apuros resultó mi aliado, y mis triunfos gozó sin condiciones.
A no dudar fue ejemplo cotidiano, que mantengo latente en mi conciencia; hoy comprendo su esfuerzo sobrehumano, pues ser papá resulta... ¡enorme ciencia!?.