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Amigo Sembrador

Francisco A. Ledesma

En Gaudium et Spes, que en español significa gozo y esperanza, el Concilio Vaticano II hace una descripción magistral de lo que es el matrimonio: ?fundada por el creador y en posesión de sus leyes propias, la íntima comunidad conyugal de vida y amor está establecida sobre la alianza de los cónyuges, es decir, sobre su consentimiento personal e irrevocable. Así, del acto humano, por el cual los esposos se dan y se reciben mutuamente, nace, aún ante la sociedad, una institución confirmada por la ley divina?.

Muchos años antes que la iglesia difundiera ese documento, un enamorado e incógnito poeta dedicaba a la musa de su apasionado amor estos versos: eres dulce y hermosa como un trino de alondra, como un rayo de luna y en los luceros de tus ojos hay una luz celeste de amores de poder sobrehumano.

En el templo sagrado de tu pecho argentino, se deshace el canario del amor en un trino y en tus frescas mejillas pinta un caro arrebol. ¡Oh, dichosa mujercita, eres dulce y hermosa, como el suave perfume que prodiga la rosa, como un trino de alondra, como un rayo de sol!

Muy bella aún es, su rostro es agraciado, sin embargo su mayor belleza radica en sus atributos morales y espirituales y en la forma de prodigar su ser: dulzura, entrega, amor a la familia y cariño al prójimo.

Muy joven, apenas había transpuesto el umbral de sus diecinueve años de vida, contrajo matrimonio con un hombre diez años mayor que ella y a su lado ha permanecido, afrontando con valor y entereza todas las vicisitudes que la vida les ha presentado, formando una familia ?orgullo y responsabilidad- de siete hijos, cuatro hombres y tres mujeres.

Han transcurrido cincuenta y siete años, que se cumplen en este día, desde que ante el altar de Dios se dieron el sí, para permanecer unidos por el lazo matrimonial hasta que la muerte los separe.

En todo ese tiempo ella ha crecido en todos sus valores, como hija, como hermana, como compañera comprensiva que ha sobrellevado la azarosa vida profesional de su esposo, como madre que ha guiado con amor a sus hijos por los caminos del bien, sublimado ese amor desde que un accidente de tránsito dejó inválido al menor de sus hijos, con fractura de las vértebras cervicales y lesionada la médula espinal.

Con cuánto cuidado y sobre todo, con cuánto amor ha llevado sus afanes, día y noche, a que su hijo recupere sus facultades físicas, ya que, por compensación, ha desarrollado la agudeza de su ingenio. ¿De dónde ha sacado esa madre tanta fortaleza física y tanta fortaleza de espíritu para atender a su hijo lisiado? ¡Sólo Dios lo sabe!

Y a este bello ser humano, que ha sabido ser hija, hermana, esposa, madre cariñosa y amiga leal, a esta mujer, Martha Torreblanca Toussaint, que ha sido mi compañera por todos los senderos de la vida, en este día, en el quincuagésimo séptimo aniversario de nuestro matrimonio, le expreso con amor mi más devota admiración.

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