?El hombre tiene cuatro maneras de relacionarse: consigo mismo, con los demás, con Dios y con la naturaleza?. En el curso de su existencia va recibiendo influjos de todo aquello que conforma el entorno en que se mueve. Primero de la familia, de los padres, de los hermanos, después de los compañeros de trabajo, de los amigos. El trato cotidiano con unos y con otros va moldeando su carácter, va transformando su manera de ser, va abriendo sus horizontes.
El escritor y el filósofo chino Lyn Yutang, dice que el hombre que tiene un amigo, tiene un tesoro y en ese aspecto declaro que he sido afortunado, pues siempre, en mi largo peregrinar por la vida ?de la niñez a la senectud- he tenido a mi vera al amigo que me ha impulsado, que me ha guiado para encontrar el mejor de los caminos.
Mi padre fue mi primer amigo, quien me dejó la enseñanza de hombre íntegro apegado al cumplimiento de sus deberes y el sentimiento de orgullo por el concepto patria. Su amor a los libros y el hábito a la lectura fue su valiosa herencia.
Mi hermano, amigo, compañero y guía, fue mi protector y la persona que más influyó en todos los aspectos de la vida.
La amistad fue pródiga conmigo en sus dones y entre tantos amigos tengo presentes, al que insistió hasta lograr que me inscribiera en una academia para obtener el título de radiotécnico y dejara de ser mocito de oficina; al que despertó en mí la afición al montañismo, deporte que fue gozo y pasión en mi juventud, cuya práctica fue factor determinante en la evolución de mi carácter.
Y qué decir de quien, siendo productor y distribuidor de películas, en forma providencial me llevó al negocio cinematográfico en la Ciudad de México, de donde, al cabo de un año de aprendizaje, me enviaron a la ciudad de Monterrey como gerente de la sucursal de su empresa, hecho trascendente que cambió el curso de mi vida, pues fue el inicio de una empírica carrera profesional en la que me desempeñé durante 45 años.
Estuve en Monterrey siete años y de ahí vine a Torreón hace cincuenta años. Aquí he conocido a muchas personas que generosamente me brindaron su amistad.
En diversos ambientes he recibido prueba de esa amistad: en esta casa editora, en el arte teatral, en los Cursillos de Cristiandad y Movimiento Familiar Cristiano; en los clubes Sertoma, Sembradores de Amistad y Amigos de Siempre; en la Mesa del Café de las Doce y en las fuentes de trabajo.
Por la amistad de todos ellos doy gracias a Dios, musitando fervoroso el soneto de Salvador Novo:
Gracias Señor, porque me diste un año,
en que abrí a tu luz mis ojos ciegos;
gracias porque la fragua de tus fuegos
templó en acero el corazón de estaño.
Gracias por la ventura y por el daño,
por la espina y la flor; porque tus ruegos
redujeron mis pasos andariegos
a la dulce quietud de tu rebaño.
Porque en mí floreció tu primavera;
porque tu otoño maduró mi espiga
que el invierno guarece y atempera.
Y porque entre tus dones me bendiga
?compendio de tu amor? la duradera
felicidad de una sonrisa amiga.