Las más recientes encuestas lo confirman: si el día de hoy fueran las elecciones para elegir al próximo presidente de la República, el actual jefe de Gobierno del Distrito Federal, el perredista tabasqueño Andrés Manuel López Obrador, triunfaría por amplio margen.
Por ello reviste especial importancia el advertir sobre dos cuestiones que resultan fundamentales: el hecho de que la transparencia -el que la ciudadanía pueda conocer de todos los movimientos, contratos y acuerdos de la administración pública- simplemente no es un valor que pondere el perredista y la postura que asumió la noche del martes el propio López Obrador en el sentido de que si él no resulta ser el candidato del PRD (por aquello que prospere el desafuero) el Sol Azteca debería de abstenerse de participar en las elecciones “para no validar un proceso viciado de origen”.
Tan claro como que hoy, los ciudadanos no pueden conocer exactamente cuánto se ha gastado López Obrador en su campaña contra el desafuero, o los contratos vigentes de publicidad del Gobierno del DF, ya que bajo el argumento de proteger derechos de terceros, la información será considerada como estratégica y bajo reserva, por lo menos durante diez años. La reacción de diputados priistas y panistas fue coincidente: “esconder información se ha convertido en la principal característica de López Obrador, lo que es una alerta del tipo de Gobierno, lleno de cosas ocultas, que tendría de llegar a la Presidencia”.
Finalmente, todos aquellos que han advertido sobre los riesgos de un liderazgo mesiánico, encontraran en las últimas declaraciones de López Obrador (que pretenden descartar de un plumazo las posibilidades de Cuauhtémoc Cárdenas) una prueba irrefutable que, de plano, ya perdió piso. Lo que resulta verdaderamente grave es que en el fondo, hoy por hoy, la mayoría de los mexicanos lo considera la mejor opción y muy probablemente será quien gobierne al país a partir de 2006, aunque ello signifique seis años de un populismo autoritario pretenciosamente de izquierda.
