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Andrés Manuel

Patricio de la Fuente

Hace algún tiempo su charro negro ya le había dedicado algunas líneas al controvertido político tabasqueño y sobra decir que en aquella ocasión fui igualmente aplaudido y criticado.

Referirse al jefe de los destinos de veinte millones de chilangos suscita opiniones encontradas a lo largo y ancho del territorio nacional: o lo aman o lo odian pero nunca existen las medias tintas, los matices ni mucho menos algún punto medio. Dado que sigue dando de qué hablar –y en dicho tonante continuarán las cosas mediante se acerque una muy adelantada sucesión- es responsabilidad de los medios informativos seguir opinando e indagando en pos de averiguar más sobre dicho político y su circunstancia.

No podemos negar que López Obrador es hombre de convicciones. Desde las épocas en que militaba en el PRI mostró interés por las causas populares, independencia y libertad de movimiento; las últimas dos cualidades quizá nunca fueron bien vistas por sus ex correligionarios, acostumbrados a seguir parámetros de disciplina y orden que hicieron del Tricolor una fuerza hegemónica por casi ocho décadas. Ya dentro del partido del Sol Azteca AMLO continuó apelando a los más necesitados (hablarle a los pobres siempre ha redituado en términos electorales) y su agenda se centró en la política de shock, las grandes movilizaciones de masas y hasta el secuestro de pozos petroleros llegó, si con ello conseguía ser escuchado. En vano resultaron sus intentos por gobernar Tabasco: Madrazo Pintado ganó una contienda plagada de irregularidades hasta ahora no resueltas.

López Obrador no se achicopala y pronto cobra renombre dentro del partido fundado por Cárdenas y Muñoz Ledo en respuesta a la decepción abrigada en el hecho de ya no tener cabida dentro de un PRI que por aquel entonces no admitía las corrientes ni las voces disímbolas; honor a quien honor merece hoy el priismo ha cambiado para bien o por lo menos el intento se está haciendo. Cabe destacar que si no se apuran les vuelven a comer el mandado, así de fácil.

Pero para variar ya nos estábamos desviando del tema, así que retomémoslo pues. En este año las cosas se van a poner color de hormiga: por un lado todos los suspirantes a la Presidencia empezarán a afilar navajas y por el otro tendremos a una ciudadanía boquiabierta ante lo sucia que puede llegar a ser la política. Literalmente se van a dar con todo y hasta el cansancio y López Obrador estará, como ya es costumbre, en el ojo del huracán. Con el asunto del desafuero y el predio “El Encino” tendrá suficiente nuestro amigo, eso previendo que no salgan a relucir otras complicaciones.

AMLO ve complots por todos lados y en parte tiene razón. Existe una clara consigna para terminar con él políticamente, a la mala y con todas las artimañas propias del caso. A la fecha han podido minar su popularidad de forma importante los escándalos al interior del partido y en vez de contabilizar puntos a su favor probablemente ha comenzado a escribir su epitafio político al negarlo todo y ser incapaz de responderle a los ciudadanos con la verdad. Antes Andrés Manuel estaba muy por encima de los líos al interior del Sol Azteca, hoy éstos terminan por ensuciarlo tanto a él como a mucha de la dirigencia.

Todos los partidos atraviesan por crisis morales, de principios y en su mayoría están desviados de los principios rectores bajo los cuales fueron fundados. Una democracia necesita de la izquierda para estar correctamente balanceada, por desgracia en México la izquierda y su concepción original se encuentra perdida en un mar de contradicciones. Si AMLO quiere ser presidente tendrá que encontrar formas nuevas de darle vida a un PRD sumido en la eterna disyuntiva de no saber ser ni oposición ni contrapeso dentro de un ideal ejercicio de poderes. Estamos hablando de una tarea titánica.

Le admiro muchas cosas a López Obrador, por igual estoy en contra de muchas otras. De aplaudirse es su empeño de hacer las cosas bien, en contra de viento y marea. Admirable es su manejo mediático y la casi siempre amable disposición con la que enfrenta a los medios de comunicación cada mañana, algo que sin duda acaba por desgastar a cualquiera. No me gusta su aproximación demagógica y a veces visceral de enfrentar los acontecimientos ni mucho menos un populismo que a un gran sector de la población tiene alarmado pues hay quienes afirman se podría regresar a tiempos de Echeverría. Tampoco cabe el símil: otros los hombres y distintas las circunstancias, además comparar a cualquiera con el ex presidente es un verdadero insulto desde cualquier punto de vista.

Como gobernante de la Ciudad de México la actuación de AMLO resulta regular. Quedan a la vista buenas acciones en lo social, empuje a la atracción de capitales y obras de infraestructura que han venido a dar alivio –en forma moderada- a los problemas de tránsito y circulación. Aunque el tabasqueño no es responsable de décadas de malas administraciones y se le puede reconocer un esfuerzo genuino por resolver los problemas de mayor gravedad, lo cierto es que hasta la fecha los índices de delincuencia y crimen organizado siguen en niveles alarmantes. ¿Será que la capital resulta ser sencilla y llanamente ingobernable? ¿Si no ha podido totalmente con el paquete tendrá los tamaños para encabezar los destinos de cien millones de mexicanos? Son preguntas.

No neguemos que Andrés Manuel tiene buenas ideas, ya lo demostró hace poco cuando publicó una especie de tesis sobre acciones para un buen Gobierno. Sin embargo, si revisamos el pasado caeremos en la cuenta de que en general todos los políticos son maravillosos para la creatividad pero cuando llega el momento de innovar y poner dichas promesas a la práctica es cuando generalmente vienen las complicaciones. Ahí tenemos el caso de Vicente Fox: por distintas circunstancias –cabe destacar no todas atribuibles a su persona e inmediata responsabilidad- mucho de lo ofrecido en campaña se quedó en el tintero o arcón de los buenos deseos. Si AMLO no ganase en 2006 sería importante que el próximo mandatario recogiera algunos puntos del libro. Créanme los que no lo hayan leído todavía, que resulta un texto de valor. Ojalá y no sea pura baba de perico.

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