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Antes de las sexoservidoras

Carlos Monsiváis

La derecha y la ultraderecha (ésta, más liberal que la primera) en sus publicaciones, sus empresas legislativas y sus posiciones de gobierno, insisten en su obsesión: la moral es eterna y el pueblo de México debe retornar a sus orígenes, siempre fiel, siempre enemigo del laicismo (propio de ?cabezas huecas? como lo definió sagazmente hace unos días el cardenal Juan Sandoval Íñiguez). A lo mejor están en lo cierto, y gracias al voto en 2006 a favor de los representantes de la tradición y el bien común, el país retornará con provecho al siglo XVII o a los sanos inicios del siglo XX. ¡Ah, la moral que nunca cambia! Ahora unos ejemplos del inmutable sexoservicio antes llamado ?prostitución?.

La prostitución a) Una escena de los años revolucionarios

Yo había conocido en el legendario Cuautemozín, en el callejón del Órgano y en algunos burdelillos de la capital y de provincia, pirujas baratonas y modestas, pero jóvenes y limpias; aquellos espeluznantes vejestorios del pueblo, sacerdotisas de la voluptuosidad morelense, me voltearon el estómago. Estaba a punto de vomitar cuando la enérgica voz del capitán Ochoa me ordenó: ?paisano, asómate, a ver si no viene el teniente coronel? al tiempo que desenfundaba la 45 y se paraba en la puerta del antro. La vieja gritó ¡Qué le pasa capitán? ?Nada?, contestó Ochoa, ?voy a ver si no viene San Jorge si me encuentra con estas alimañas nos lleva la chin... a todos?. En mi juvenil ignorancia y desconocimiento del santoral eclesiástico, pensé que San Jorge era el mote o sobrenombre del teniente coronel Montes de Oca. Ahora ya sé que San Jorge es el santo invocador contra las alimañas...

Renato Leduc: Una década.

La prostitución b) Las víctimas sin partidarios.

Cualquiera está al tanto: una prostituta carece de ser, está desprovista radicalmente de humanidad. Por eso, durante un período muy prolongado las ordenanzas ratifican la invisibilidad social: que sepan las pirujas que su sitio en el ghetto es inamovible, no deben salir en grupos, no deben mezclarse, no alarmen a la población con su presencia hiriente. A las prostitutas les corresponde atravesar el viacrucis de la Inspección de Sanidad o la Secretaría de Salubridad; y ser el objeto predilecto de las fantasías sexuales ?degradadas?. Han roto con la responsabilidad familiar y, al mitificarlas, la narrativa, el teatro, el cine y la canción popular no ayudan; ocultan aún más las condiciones atroces de vida. A principios del siglo XX las prostitutas se aíslan en los burdeles o, si son nómadas, forman parte de lo que los soldados japoneses de la Segunda Guerra Mundial llamarán ?unidades de consolación?: son la salida última de los reclutados por la leva y acompañan a estos presidiarios marciales en sus viajes forzados por la República. En la etapa armada de la revolución, las prostitutas incitan a la irrisión, la burla, el desahogo brutal, la intimidad deshumanizada y las enfermedades venéreas. La sublimidad que más tarde les atribuye Agustín Lara (?Las diosas arrodilladas en el fango?) nada tiene que ver con la tiranía abyecta impuesta a las ocupantes del último escalón social.

La prostitución c) La sociedad compasiva.

En 1912, el diputado Querido Moheno le envía a sus compañeros de la XXVI Legislatura una larguísima requisitoria. ¿El motivo? Exigir el rechazo de la partida de 47 mil pesos destinada al examen de las prostitutas en la Inspección de Sanidad. Dice Moheno:

?...Acometamos desde luego el tema acerca de cuál es el estado presente de la prostitución en nuestro país. El lamentable lote humano que forma el mundo de la prostitución propiamente dicho, y hablo, señores, de los actos carnales entre individuos de diferente sexo, porque no quiero poner el pie en el terreno de las abominables aberraciones del sentido genésico, que esto no nos interesa para nada y el lote que forma el mundo de la prostitución se descompone, según nuestra jerga oficial, entre prostitutas inscritas y prostitutas clandestinas, dándose el nombre de inscritas a aquéllas que, bajo la protección disimulada del poder público, ejercen su lamentable tráfico, y el segundo, al grupo, más numeroso aún, de las mujeres que evadiendo la acción del Estado, comercian con sus caricias sin estar previamente autorizadas por el poder público. Mediante la autorización que concede la famosa cartilla, la mujer puede impunemente traficar, dentro de las disposiciones del reglamento, con su... ?no sé qué epíteto dar a esta mercancía que expenden??. (Risas).

Al diputado Moheno le obsesiona la adjetivación: la prostitución es ?vergonzosa, abominable, horrible, dolorosa?. Y su razonamiento corresponde al ?fascismo de la pudibundez?. El Estado no tiene derecho a revisar la salud de esas mujeres (incluso se les mira no como ciudadanas son como entidades portadoras de gérmenes) si eso involucra el examen de su sexo:

?¿En nombre de qué extraña moral el Estado se considera autorizado para intervenir en lo más recóndito del sexo, tratándose de mujeres? ¿Para cuidar qué, señores, para cuidar lo que esa banda de golfos que frecuenta las casa públicas, de suyo no cuida? ¿Para cuidar la salud de quien no tiene salud ninguna, porque comienza con no tener salud del alma? ¿En nombre de qué extraña moral, digo, el Estado se abroga el derecho de ir a ultrajar lo que hasta las hembras de las bestias cuidan más, que es el pudor, tratándose de las mujeres, y por qué el Estado no se abroga ese mismo derecho tratándose de los hombres? ¿Es que la transmisión de la avería sólo se consuma por el sexo débil, o es también que los hombres tienen igual facultad de transmisión de la horrenda lepra ésta??.

¿Es posible, se pregunta Moheno, arrebatar a un pueblo de hambrientos como éste, 47 mil pesos ?para ejercer la afrentosa policía de las partes sexuales de la mujer, arrendadas al vicio??. De inmediato, el diputado ataca al chulo o souteneur, descubre que crimen y vicio van de la mano, se horroriza ante la imposibilidad de cercar los males venéreos y termina compadeciendo a ?estas pobres mujeres?: ?Pensad ahora, señores diputados, qué estado de espíritu es compatible con esa situación; ni pudor, ni vergüenza, ni anhelos; por último, ni esperanzas. Pensad ahora lo que es una vida sin esperanzas?. Y concluye su generosa perorata Querido Moheno, promotor de ?la letra escarlata? de México:

?En nombre de ese amor que domina a todas las especies, que une a todos los seres, lo mismo a los hombres que a las bestias, que a las plantas, y yo pienso que hasta a las piedras del camino, os pido, señores que, negando esa fementida partida, os inclinéis también ante esas doloridas mujeres, que por un escarnio se llaman ?hijas del placer? y les ofrezcáis también un rayo de luz, una esperanza de redención, diciendo, una vez más, con el Divino Maestro: ?¡A vosotras os perdonamos, porque habéis amado mucho!??. (Nutridos y prolongados aplausos.)

La partida presupuestal es desechada.

Escritor.

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