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Aprendizajes de la democracia/Diálogo

Yamil Darwich

El aprendizaje de la democracia como forma de vida, sin duda es un proceso doloroso que requiere “morir un poco para crecer un mucho”, como sentencian los psicólogos.

En México el caso no ha sido diferente; quizá haya enfrentado mayor dificultad, en la medida que se presenta como un evento tardío en la historia del mundo occidental.

En esos términos, las críticas, desautorizaciones, agresiones y hasta las difamaciones se están dando con gran fuerza y en algunos casos más allá de la razón -diría yo-, donde las plataformas políticas de los distintos partidos han sido desechadas y hasta violentadas –recuerde uniones de partidos que en teoría política debieran ser inaceptables- siendo remplazadas por la diatriba, la acusación infundada y hasta la mentira. Hoy en día, desgraciadamente, se interpreta que ser político es sinónimo de mentiroso y deshonesto, injusticia para todos aquéllos, los menos, que viven con honestidad y pasión su vocación.

Esto no es nuevo en el mundo democrático, ya se ha dado en otros pueblos que han vivido sus formas iniciales, inmaduras, del ejercicio de la libertad y la búsqueda de la justicia.

Relata Paul Johnson en su “Historia de Estados Unidos”, que en el período electoral de 1828, sobresalió “el juego sucio”, con fuertes agresiones entre los candidatos, aun en el plano más íntimo y familiar; así, en el National Journal, periódico que apoyaba al Gobierno de ese tiempo, escribían: “¡la madre del general Jackson era una vulgar prostituta traída al país por soldados británicos! ¡Después, se casó con un mulato, con el que tuvo varios hijos, de los cuales el general Jackson es uno!” y llegaban a poner en duda la validez de su matrimonio. Lo malo para nosotros es que eso sucedió hace casi dos siglos, lo que bien pudiera significar que tenemos cerca de 200 años de atraso en nuestro proceso de madurez democrática.

Con la elección de Guadalupe Victoria, luego del ensayo imperialista de Agustín de Iturbide, tuvimos la primera oportunidad real de practicar democracia; con la Ley Juárez, en plena Reforma, por primera vez se separó a la Iglesia del poder del Estado, ejercicio que en la práctica resultó sano.

Hoy en día hasta eso hemos perdido, cuando los obispos del Estado de Coahuila reprueban públicamente a algunos candidatos a la gubernatura, e involucran al Instituto Electoral y de Participación Ciudadana, encabezado por Homero Ramos Gloria, al que acusan de “haber herido a la democracia”, por no ejercer las facultades que le corresponden, no haciendo efectivas investigaciones sobre las supuestas violaciones a la Ley Electoral. También citan los nombres de Humberto Moreira y Jorge Zermeño, a quienes definen como “candidatos superficiales que se empeñan en una lucha, buscando el poder por el poder”.

Desde luego que este no es un caso aislado del Estado de Coahuila; el clamor público ha denunciado en alta voz y lanzado la protesta por la fortuna que derrochara México, ¡trece mil millones de pesos!, en tratar de proteger, “blindar” -usando términos de moda- las elecciones de 2006.

El desagrado se presenta cuando los ciudadanos intuimos, por la experiencia tenida en el pasado, que buena parte de la “tajada del pastel” se entregará a partidos de dudosa integridad, particularmente a algunos minoritarios que han aprendido a aprovechar los “huecos” que deja la Ley; otra buena rebanada será para derrocharla en publicidad, que por su exceso y poca creatividad se transforma en comunicación contaminante y poco aceptada; por último, la administración, incluyendo sueldos y viáticos de múltiples personas, serán pagados con sendas “carretadas de billetes”.

Tal vez sería mejor atender las necesidades urgentes de la nación, abreviando el proceso electoral y asegurar, con una adecuada reglamentación, que no continúe el abuso de los candidatos que destinan “dineros” en publicidad indirecta para sus personas en períodos previos, aplicándolos mejor en atender la pobreza o la salud, quizá la educación, tal vez la seguridad pública; todos graves problemas que requieren disposición y actitud positiva, además de mucho dinero.

Desde luego, el proceso democrático tiene fases de evolución: la más elemental es la distributiva, donde los partidos y sus partidarios tratan de posicionarse en el juego democrático; la participativa, donde aparecen los primeros escarceos y defensa de opiniones; hasta llegar a la de diálogo, cuando se atienden las necesidades de los pueblos en un marco de discusión abierta, de respeto y legalidad.

Nosotros nos hemos estancado en la primera fase y aún es tiempo que no definimos claramente las fuerzas y corrientes políticas nacionales; para desgracia, nos han involucrado en competencias mediáticas, más que políticas, obligándonos a seguirles por el rumbo equivocado: el del espectáculo vergonzante.

En ese tenor, para los partidos es importante buscar personas que alcancen popularidad, más que encontrar a las preparadas, que puedan aportar intelectualmente, proponiendo soluciones a problemas.

Con ese mismo estilo desgarbado, vemos cómo a través de los medios de comunicación se agreden personajes de “alcurnia”, esposas de altos mandatarios y servidores públicos que se permiten ser exhibidos en verdaderos “talk shows”, donde solamente se evidencia la poca calidad moral de unos, la desvergüenza de otros y el deseo insaciable de ganar dinero, hacer negocios o fortalecer posiciones de casi todos; la mayoría sin presentar, por no poder, verdaderas propuestas políticas, económicas y/o sociales.

Ahora hasta los más mesurados “se suben al ring” y acusan a otros de deshonestidad; y tal vez haya mucho de verdad, pero se pierden las dimensiones entre “las grillas privadas” que han existido desde siempre, para llevarlas a la politiquería pública, exponiéndose a que los ofendidos “les pisen las colas”, que en algunos casos son bien largas.

La denuncia ha sido hecha y ahora queda la grave responsabilidad de llevar las acusaciones, hasta ahora mediáticas, a los medios legales correspondientes. De no ser así y dejar las cosas como simples “llamaradas de petate”, traerán aparejada más desesperanza, decepción y tal vez, hasta pérdida de fieles a la Iglesia, ampliando el número de quienes de por sí han perdido la fe. ¿No le parece grave?

Tienen la palabra los protagonistas de este enfrentamiento, que aunque no lo hubieran deseado han encendido el detonante que hará estallar, en uno u otro sentido, el avance en el proceso de madurez democrática.

A nosotros nos queda mantenernos atentos al proceso y de acuerdo al resultado actuar en consecuencia. Lo invito a que no se distraiga del caso.

ydarwich@ual.mx

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