BRUXELAS
Entrar en Luxemburgo, es estar en el Benelux y por lo tanto se puede cruzar por Bélgica y Holanda sin necesidad de presentar pasaporte ni pasar aduanas o inmigración en sus autopistas, que señalan simbólicamente las fronteras de estos tres pequeños países.
Ya estamos en Bruselas. Hoy hicimos un recorrido de escasos 200 kilómetros y después de medio día abandonamos Luxemburgo, rumbo a Arion hasta llegar a Dinant.
Dinant está en la región de Namur, en la parte Sur de Bélgica. Es una región riquísima en leyendas y bellos paisajes nos ofrece la campiña belga a las orillas del río Mosa, Lesse y Sambre, afluentes estos dos últimos del río principal que es el Mosa. La región tiene una gran fama ganada por su artesanía, que son verdaderas obras de arte sobresaliendo de ésta, la fabricada en cobre y latón y que nacieron en el siglo II, de nuestra era y que alcanzó su mayor esplendor en los siglos XII y XIII, siendo abandonado este arte inexplicablemente el año de 1466, volviendo a florecer en el siglo XVII y desde entonces goza de la fama reconocida y apreciada en el mundo entero.
En la parte vieja de la ciudad, está el barrio de Leffe, ahí el atractivo es ver la fabricación de los objetos de cobre y los golpes acompasados de las fraguas se mezclan con los gritos de los comerciantes que ofrecen sus mercancías, y con las risas y cantos de los fabricantes.
Dinant está en la Rivera del Mosa y rodeada de grandes promotores montañosos que le dan un bello escenario. Sus bocadillos y dulces son deliciosos y sobre todo sus planes donde de su exquisito sabor, sobresale el del anís o algo que se le parece en su delicia.
Namur, es la atractiva ciudad que le da nombre a la región, su nombre se pronuncia en el francés-belga, como un susurro y es en realidad una bella ciudad, así como toda la región, enclavada entre los ríos Mosa y Sambre.
Aquí todos los ríos son en realidad vías de comunicación que por barcos, trasbordadores y todo medio de transporte marino, une a los poblados de la región.
Antes de descender al Valle Namur, desde lo alto del risco por donde pasa la carretera que nos ha de conducir a Bruselas, la vista es maravillosa donde se ve serpentear el río, el camino dominado por las tupidas arboledas y su selvática vegetación y de pronto aparecen los rojos tejados y el enjambre de barcas en sus pintorescos muelles.
En lo alto de la montaña, está la ciudadela. Inexpulgable bastión que durante siglos fue una fuerte de defensa de la ciudad.
Es lastimoso pasar de prisa por estos bellos parajes escondidos y donde pocas oportunidades tienen los turistas de llegar. Son cientos de pueblecillos donde la más atractiva identificación que tienen para el viajero, son sus palacios y catedrales, muchas de las cuales datan desde el siglo de nuestra era. Aquí en toda la región se pueden adquirir joyas que son copias de las antiguas que datan del período Belgorromano del siglo XIII y fabricadas con el mismo método que se usó en esa época en la Villa de Anteo, a escasos 11 kilómetros de Dinant.
Camino a Bruselas es paso obligado visitar Waterloo. Su cerro artificial sobresale en la llanura y la cima la corona un león. Antes están los monumentos ingleses, franceses, alemanes y holandeses, pero por encima de todos, el león, que nos recuerda la última epopeya que vivió el hombre que en una época dictara con su mandato sus leyes a toda Europa.
En dichos lugares plagados de historia, ahora son bellos parajes donde las casonas de campo, testigos de encarnizados combates, emergen en el infinito verdor de la llanura. Aquí en Waterloo estuvo el cuartel general de Wellington, el hombre que logró apagar la brillante luz que por años le pidió a Francia el poder en toda Europa, representando en un soldado que luego fue su emperador, el Gran Corso, Napoleón Bonaparte.
Nuestro arribo a Bruselas fue al atardecer y nos dio la oportunidad de volver a gozar y admirar las grandezas de un pasado que se volvió y que aún se aferran en reconquistar. Sus palacios, sus bellas plazas y jardines son muestra de un progreso holgado y una economía boyante.
Visitamos el antiguo Palacio Real, donde nació Carlota, la que pasados los años, casó con Maximiliano, Emperador de México.
Nos acomodamos de nueva cuenta en nuestro preferido hotelito La Cicogne en la parte antigua de la ciudad. A unos metros del Manneken-Pis (meoncillo) y de la Grand Place. Antes de ir a cenar, nos dimos tiempo para visitar algunos lugares que siempre nos traen gratos recuerdos de viajes anteriores. Después nos encaminamos a la Ruedes Bouchers, (calle de los carniceros) donde abundan infinidad de restaurantes y donde se sirve la comida de varios países y donde también es fácil saborear lo más exquisito de la cocina belga. Este lugar gratamente nos recuerda a... EL BARRIO LATINO DE PARÍS.
BRUXELAS, BÉLGICA... 2004.