BUENOS AIRES (AP).- ¿Qué ingredientes cree que contiene un postre con sabor a beso de mujer? ¿Cómo imagina el gusto de una mousse con aires de librería? ¿Se atrevería a probar un helado de Chanel Número 5?
El de los sabores es el infinito mundo que el cocinero argentino Favio La Vitola está dispuesto a explorar con sus mágicas recetas que conjugan arte y cocina en singulares platos, donde los ingredientes más nobles se mezclan con otros no tan convencionales.
¿Acaso se le hubiese ocurrido alguna vez cocinar un pollo en salsa de bebida cola o aderezar un plato con polvo de aspirinas? A el sí, y el resultado fue un sabor nuevo e inigualable.
"Mis recetas buscan demostrar que más allá de la cocina convencional y de los gustos normalmente aceptados, en el mundo del sabor hay una infinidad de sensaciones por explorar", explica La Vitola, de 39 años, enfundado en su traje de cocinero planchado al almidón.
Nieto de cocineros, La Vitola tuvo desde pequeño una relación muy especial con la gastronomía y el arte.
Como sus padres eran separados, cada día al regresar de la escuela permanecía solo en su casa hasta la llegada de su madre por la noche. Fue entonces cuando aprendió que calentar la comida que ella le había dejado preparada era "un gesto de amor".
Tenía sólo 12 años cuando hizo su primer curso de cocina al tiempo en que comenzaba a despuntar su pasión por el arte paseándose por el Instituto Di Tella, el centro privado de difusión cultural y artística eje de la vanguardia argentina en los años sesenta.
Envuelto en la vorágine de la cultura pop, La Vitola se propuso llevar el arte moderno al terreno del sabor.
Su primer proyecto fue también el más agresivo. En "Banquete Masala" el comensal era ubicado en un pequeño cubículo oscuro donde probaba alternadamente distintos platos sin saber qué eran mientras era expuesto a imágenes intensas en una pantalla de televisión.
"Para mí el arte bien hecho no tiene que generar complacencia sino incomodidad. Se puede utilizar el sabor para emocionar, lejos de la exigencia de complacer", explica mientras sus manos inquietas juegan con un par de tenedores.
Ya considerado de culto en el circuito gastronómico de Buenos Aires, La Vitola desarrolló el siguiente menú, "Cocina Pop":
Pollo en salsa de Coca-Cola con verdes y paprika de copos de maíz, vegetales grillados en crema de papas fritas Pringles y marquise de lentejas y chocolate con una hostia pintada con lápiz de labios -para emular el sabor del beso de una mujer- fueron algunos de sus éxitos.
"Es una estupidez creer que sólo algunos ingredientes hacen una buena cocina. No sólo el caviar o las trufas hacen platos exquisitos. También hay pequeños gustos que son maravillosos", asegura.
Sus mayores invenciones, sin embargo, todavía estaban por venir.
¿Qué es el sabor sino un conjunto de sensaciones que se confunden en la mente?, se preguntó. ¿No evocamos acaso el gusto del queso cuando sentimos su aroma o recordamos a nuestras abuelas al sacar del horno una bandeja de galletas calientes?
Luego de varios ensayos y pruebas químicas, La Vitola descubrió la forma de incorporar el perfume a la comida "en una dosis tan exacta que más molesta al paladar y menos no se siente".
"En esta etapa quise mostrar que se puede hacer cocina hasta con ingredientes que no son de la cocina y que el sabor es una experiencia mucho más abarcadora", indica.
Nacieron entonces sus famosos helado de Chanel Número 5, Ostra porno-una ostra cruda símbolo de los genitales femeninos con aderezo de Anais Anais de Cacharel, el perfume fetiche de las adolescentes, para degustar un sabor prohibido y casi morboso- o Marquise de chocolate, jamón crudo y Le Mal de Jean Paul Gaultier, un sabor exclusivamente varonil, entre otros.
Cansado de ir a comer a restaurantes "que proponen platos que prometen maravillas desde sus títulos, que tienen una puesta en escena espectacular y cuyos gustos después no remiten a nada", La Vitola lanzó su mayor desafío: cocinar con palabras sin tocar siquiera una sartén, provocar sabores en el otro con un plato inexistente, hacer "Cocina Invisible".
En la entrada de un viejo galpón junto a las vías del tren, La Vitola colgó un menú que incluía: punk canapé de salame con dulce de leche, café con jarabe de hotel y la mousse con aires de librería, entre muchas otras exquisiteces invisibles.
"El restaurante invisible es un lugar que propone sabores inesperados e inexistentes pero posibles. Una fachada como la de la cocina moderna, puramente nominal, donde el sabor lo pone cada comensal", cuenta mientras recuerda la vez en que una mujer le pagó por correo los platos invisibles que más le habían gustado.
Son las cinco de la tarde y en la cocina de su pequeño restaurante en el barrio de Belgrano comienza el ajetreo. Masas que levan, verduras que se hierven, salsas que se calientan.
"Sifones y dragones" no es un restaurante convencional. Y aunque es mucho más social que "Cocina Pop" o "Cocina con perfumes", también tiene algunas excentricidades. Como la ensalada verde hecha con 18 ingredientes que se sirve acompañada por unos anteojos verdes para ver todo de ese color.
O los ñoquis con crema de tomates y caviar, el plato más simple del menú con la puesta más pretenciosa: la pasta se sirve acompañada de unos pescaditos de plástico que despiden luces multicolores.
Y la sopa mutante: un gazpacho de tomate andaluz con un hielo de tomate y vodka que luego de unos minutos deja de ser una sopa y se transforma casi en un "Bloody Mary".
"Arte moderno en el terreno del sabor", según la definición del cocinero.