el calendario electoral descentralizado con que contamos provoca que constantemente tengamos elecciones locales y estatales que afectan la discusión política nacional y sirven como termómetro de las preferencias para inferir futuras contiendas.
El cuarto año del sexenio ofrece siempre una rica combinación de encuentros. No sólo se disputan diez palacios de Gobierno y cientos de presidencias municipales, sino que esto ocurre en algunos de los estados más importantes electoralmente y en vísperas de la elección del Estado de México, que es el único auténticamente tripartidista en el país, y preludio de la elección presidencial.
De estas contiendas los analistas buscan claves para predecir el futuro de políticos y partidos. El consenso de los observadores parece ser que 2004 fue un muy buen año para el Partido Revolucionario Institucional (PRI), un muy mal año para el Partido de la Revolución Democrática (PRD) y un año desperdiciado para el Partido Acción Nacional (PAN).
Efectivamente, el PRI mostró su significativa capacidad de movilización, de persuasión, de organización y de unidad que le han permitido no sólo no desintegrarse en fracciones irreconciliables como se predecía después del dos de julio de 2000 y sin un líder natural en la figura del presidente de la República, sino consolidar triunfos electorales no menores, sumado al muy importante avance en las elecciones legislativas de 2003.
Además de la actividad electoral, el PRI ha empezado a traducir el mandato de las urnas en acción de Gobierno: en 2003 no pudo utilizar su casi mayoría en la Cámara de Diputados por las disputas internas producto de la discusión fiscal. Sin embargo, en las últimas semanas del año pasado vimos a la fracción del PRI en la Cámara Baja convertirse en un factor real de poder y contrapeso frente al Ejecutivo.
Casi independientemente del desenlace de la controversia constitucional presentada por el Ejecutivo, la capacidad de los diputados priístas de ejercitar la acción de Gobierno se incrementará en los próximos meses cuando le quede claro a todos aquellos que se benefician del presupuesto quién tiene facultades para modificarlo.
El PRD tuvo un mal año electoral en tanto que sólo pudo consolidar su posición zacatecana-resultado de un buen Gobierno y mejor candidata- perdió en Tlaxcala, sólo pudo incrementar marginalmente su participación en Durango gracias a la caída que tuvo allí el Partido del Trabajo y, lo más importante, confirmó su característica de partido regional sin presencia en muchas zonas del país.
El PAN tuvo un mal año si definimos triunfo como el número de gubernaturas que no se ganaron. Ésta, sin embargo, puede no ser la medición correcta. Si nos colocáramos al principio de 2004 y viéramos las encuestas y predicciones que se hacían entonces, nos daríamos cuenta que la expectativa era que el PAN conservara solamente Aguascalientes, que el PRD retuviera Zacatecas, que el PRI ganara todas las otras con la excepción de una más disputada Tlaxcala que podía perder el PRD. Una mirada a las encuestas publicadas entonces confirma estas expectativas.
Los resultados parecen ratificar las tendencias a primera vista, pero un análisis más sesudo permite ver las contiendas electorales de una manera distinta. Por un lado, Tlaxcala la ganó la coalición encabezada por el PAN, por otro, el sistema electoral que otorga el triunfo al que obtenga la mayoría de los votos puede esconder tendencias que afecten a una elección de carácter nacional.
El PAN incrementó el número de votos a su favor y el porcentaje total en todas y cada una de las elecciones en que participó, con la excepción de Chihuahua donde quedó con los mismos sufragios y porcentaje que hace seis años.
En Aguascalientes pasó de 52 en 1998 a 55 por ciento de los sufragios en 2004; en Durango, ganó un punto porcentual para llegar a 31 por ciento; en Oaxaca pasó de diez a 45 por ciento y de 89 mil sufragios a 489 mil; en Puebla, su porcentaje creció de 29 a 36 por ciento y los votos de 407 mil a 643 mil; en Sinaloa, de 33 a 46 por ciento al casi duplicar los votos de 214 mil a 417 mil; en Tamaulipas, de 26 a 31 por ciento; en Tlaxcala, de ocho a 35 por ciento y en Zacatecas, de 13 a 15 por ciento.
La ironía de estos números y de los resultados de 2003 es que el PAN ha tenido un fuerte avance en los territorios tradicionales del PRI, particularmente en el sur del país, mientras que el PRI recuperó mucho del terreno perdido en el Norte, donde el PAN había avanzado en los últimos quince años.
El cambio de fortunas norteñas se explica por no muy buenos gobiernos del PAN y candidatos modernos del PRI.
En materia electoral no sólo importan los resultados numéricos, sino la comparación que se haga con respecto a las expectativas.
Claramente el PAN no las ha sabido manejar correctamente ya que sus resultados y candidatos fueron mejores de lo que objetivamente podía esperarse, aunque peores de lo que políticamente les era deseable.
En cambio, el PRI ha logrado desmentir a los profetas del desastre y posicionarse como la opción más atractiva para 2006, aunque en el recuento de los votos uno por uno hoy esté peor de lo que estaba en 1998, en la antesala de la derrota del año 2000.
Por su parte, el PRD, ensimismado en sus problemas y acusaciones internos, no ha avanzado en el establecimiento de una infraestructura realmente nacional, por más que su más probable candidato aparezca repetidamente como puntero.
Finalmente, la otra lección electoral realmente importante de 2004 es que el voto es cada vez más urbano y, por lo tanto, más volátil e impredecible, que los electores indecisos son mayoritariamente de clase media y que el candidato presidencial ganador será, al final del día, el que mejor exprese las aspiraciones clasemedieras.
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