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Arthur Miller murió escribiendo

Esteban Zamora

Se ha dicho que fue la gran depresión de 1929 lo que dio dirección a la vida y a la obra de Arthur Miller. La crisis que vivió la sociedad norteamericana y con ella su familia que encabezaban Isidoro Millar y Augusta Bernett, judíos austriacos avecindados en Nueva York, impregnó en el espíritu del notable escritor y dramaturgo norteamericano -afirman sus críticos- la amargura y el escepticismo que nace al constatar que las conmociones sociales pueden trastocar fatalmente la existencia de los hombres. Su obra más importante, o por lo menos la más conocida, La muerte de un viajante, es posiblemente un trasunto del infortunio que vivió su padre cuando la crisis destruyó la economía de los Estados Unidos. El propio Miller confirmó esa apreciación al afirmar que "la dislocación forma parte de nuestras dificultades. Implanta el sentimiento de que nada en realidad es permanente". Su gran habilidad fue la de plantear temas universales desde la perspectiva de personajes comunes y corrientes último sobreviviente de la tercia de ases del teatro norteamericano del Siglo XX que integró con Tennesse Williams y Eugene OïNeill, Miller murió el jueves pasado, a los 89 años de edad, después de haberse mantenido en actividad permanente como escritor hasta el final de sus días. Prácticamente murió escribiendo, su última obra, estrenada hace apenas cuatro meses, fue Finishing the picture (terminando el retrato), en la que aborda detalles de su vida personal.

Crítico de la sociedad de masas y severo censor de las autoridades de su país con motivo de las guerras de Corea y Vietnam y de la campaña del comité de investigación de actividades antiamericanas, que encabezó el senador Mc Carthy, se vio envuelto en escándalos al implicársele como miembro de la conspiración comunista a causa de sus reproches a la sociedad y a los líderes de su país. A esa etapa de su vida corresponde la obra Las brujas de Salem inspirada en el episodio histórico en el que murieron 24 personas, acusadas de hechicería en un pueblo de Nueva Inglaterra a finales del Siglo XVII. La pieza, llevada al cine, era en realidad una denuncia contra el macartismo.

Su tormentoso y fugaz matrimonio con Marilyn Monroe contribuyó a incrementar su popularidad universal. Para ella escribió el guión de la película Vidas rebeldes, que en inglés se llamó The misfits (Los desadaptados) donde elabora una dramática metáfora que representa el declive del ideal norteamericano: la persecución de un caballo salvaje al que hay que atrapar para convertirlo en carne picada, final emblemático de una vida sin expectativas dignas.

Aunque su extensa obra Vueltas al tiempo -más de 500 páginas, publicada en 1987- es considerada como su libro de memorias, en realidad se trata de una revisión de la etapa de la historia que le tocó vivir. Entre sus producciones posteriores figuran Una chica cualquiera (2000), El punto de mira (2002), Al correr de los años (2002) y Ya no te necesito (2003). Entre sus obras de teatro más sobresalientes es imprescindible mencionar, además de las ya citadas, Panorama desde el puente, Después de la caída, Incidente en Vichy, El precio y El arzobispo.

Para sus amigos más cercanos, una de las grandes frustraciones de Arthur Miller fue que no se le hubiera concedido el Premio Nobel, como a Eugene OïNeill en 1936, pero ellos mismos consideran que la vida no le fue tan inmisericorde, ya que además de otras grandes realizaciones, obtuvo el premio Pulitzer, el Premio Príncipe de Asturias, y desde luego, el haber conquistado la deslumbrante, frágil y efímera presea que fue para él Marilyn Monroe.

ezamorac@prodigy.net.mx.

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